La pobreza y pocos servicios afectan a los pacientes crónicos en Venezuela

La pobreza y pocos servicios afectan a los pacientes crónicos en Venezuela

Un paciente que sufre de insuficiencia renal recibe tratamiento de hemodiálisis en una clínica en Barquisimeto, Venezuela, el 24 de abril de 2019. – Para pacientes crónicos, la ayuda humanitaria aún está lejos. Se espera que la primera etapa de la ayuda dure un año y asistirá a 650,000 personas. Los medicamentos para pacientes crónicos se contemplan en una segunda etapa. (Foto de YURI CORTEZ / AFP

 

Lo sienten como la sentencia a un calvario y más cuando residen en sectores populares. Pacientes crónicos y personas con discapacidad viven su lucha diaria en la pobreza extrema al oeste de Barquisimeto, que no les da otra opción que un modesto rancho de zinc o bahareque. Claman por un servicio regular de agua porque no tienen el dólar para comprar cada pipa. Los cortes de electricidad y fallas de señal son constantes, pierden la cuenta de los meses que esperan por gas y el escaso transporte público los obliga a caminar parejo o “plantarse” por horas en las paradas. Las medicinas y exámenes solo se quedan en órdenes médicas, ante ese bajo poder adquisitivo que no les permite ni los $30 para el tratamiento quincenal contra la anemia crónica y olvidar esa dieta que debería ser de más vegetales y proteínas, cuando el presupuesto les deja la pregunta abierta: ¿Cómo o compro medicina?.

Por Guiomar López | LA PRENSA DE LARA





Las fallas de los servicios públicos atentan directamente en los derechos humanos. Así lo considera el abogado Henderson Maldonado, representante de la organización Movimiento Vinotinto, ante las deficiencias que se venían denunciando y se encrudecieron durante este año de pandemia. “No se acepta la decadencia que afecta a todos los venezolanos, pero con fuerza ante los pacientes crónicos o personas con discapacidad”, rezonga y recuerda la obligación del Estado por garantizar una mejor calidad de vida y hasta acudir a tratados o convenios internacionales.

“Si la preocupación en general pueda conllevar a crisis psicológicas, este grupo resulta más susceptible”, recalca del regreso de los cortes de luz y todas las comunidades que han vivido meses de penumbra por la explosión de un transformador. Una situación tan extrema en quienes hicieron el esfuerzo por tener una planta eléctrica, pero no están operativas por la falta de combustible. “El agua que siendo tan vital, la suspenden por varios días por la turbidez, a causa de las lluvias. Pero sigue saliendo sucia en varios sectores”, denuncia de esas comunidades donde se aprecia el agua con el color del jugo de tamarindo.

Tal plano se refleja en un estudio facilitado por la Confederación Sordos de Venezuela (Consorven) con una muestra del impacto de la pandemia en abril de 2.020 a las personas con discapacidad. Lara se encuentra entre esos 10 estados pertenecientes a la región central, centroccidental y algunos fronterizos que tiene un 69% de pacientes afectado por la reducción de servicios, para comprar medicamentos y continuar la rehabilitación. El 53,7% admite las limitaciones para alimentarse y entre quienes estudiaban, el 88,8% disminuyó sus actividades educativas en cuarentena.

Sin decaer
El clamor que se eleva en el barrio El Tostao, a más de 11 Kilómetros del centro de Barquisimeto, estremece entre las 423 familias del sector Los Sauces. Según la dirigente vecinal Angélica Vargas son alrededor de 131 vecinos vulnerables, por tratarse de pacientes crónicos y personas con discapacidad. Allá, el sol pica en la piel y sin clemencia cuando deben saber administrar el agua, con tanques casi al fondo y con sedimentos por la turbidez que dejó las lluvias en el sistema Alto Tocuyo.

“Nos debería llegar 3 veces a la semana, pero la sueltan cuando les provoca”, señala molesta Angélica Vargas de los responsables de distribuir el vital líquido y que a veces lo realizan una vez, en menos de 30 minutos. Un tiempo insuficiente para llenar un tanque y que solo puede consumirse hervida, además de racionar al extremo para que les alcance para bañarse. Lavar la ropa y limpieza de la casa, queda en segundo plano, porque no tienen ese promedio de Bs 3 millones por una pipa, calculada a $1.

Al avanzar varias cuadras, se palpa la necesidad entre los habitantes que residen en ranchos. Las tapas de zinc arman el anexo de la profesora Irma Pérez. Es una sola pieza, cuyos cuartos están divididos por cortinas. “La sangre de Cristo tiene poder”, se lee en su puerta y en la sala tiene una imagen del beato Dr. José Gregorio Hernández junto a su improvisada biblioteca. Ella padece de anemia crónica, hipoglicemia y asma, solo la acompaña su hija menor de 10 años, quien también amerita de control por su deficiencia renal y una descalcificación, que empieza a deformar sus pies. Doble preocupación, doble gasto.

“¡Uno se mantiene por la fe!”, dice llevándose la mano a la cabeza, al revivir ese septiembre del año 2.020 con la hemoglobina tan baja que le llegó a 5. La falta de tratamiento casi le quita la vida y se tardó 7 días hospitalizada.

Su quincena de docente, en este momento es de Bs 2.400.000, una cifra muy distante de ese promedio de $30 que amerita para el tratamiento de dos semanas. No le debería faltar sulfato ferroso, vitaminas B, D y E, entre otros y con solo el Ferganic debería disponer de $5. Su niña ya empieza con problemas en el riñón por lo que necesita vitaminas, hierro y lo que más le preocupa son dos estudios especializados que rondan los $40. De allí, deberían operarla. Vive pidiendo colaboraciones y con el ingreso extra al impartir tareas dirigidas, además de limpiar casas ajenas.

Otro drama lo vive Norma Rodríguez con su hija de 19 años, quien tarda hasta 2 meses sin las pastillas Eutirox por su problema de hipertiroidismo. Les cuesta para reunir los Bs 12 millones porque su esposo solo percibe su sueldo de vigilante, que apenas supera los Bs 10 millones del mínimo. Su rostro estaba inflamado y su humor puede ser tan volátil, al ameritar otras hormonas que valen $5.

Al caminar por la calle polvorienta de El Tostao, está el rancho de bahareque de Joel Rodríguez de 67 años. Problemas en la columna y lumbagos le impidieron seguir trabajando, por lo que desde su casa repara electrodomésticos y elabora lámparas led. Sosteniendo su bastón, le cuesta llegar hasta el tanque y cargar medio tobo de agua hacia la cocina.

Son historias que se juntan con vecinos de Los Naranjos, quienes también están sedientos. Servando Morales no tiene los $17 para antibióticos para tratar la úlcera de su pierna, porque con su hija Yamileth solo perciben su pensión y acumulan los bonos. Casos tan extremos que les ha tocado cambiar víveres por una pipa de agua.