León Sarcos: ¡Salvemos a Venezuela!

Hace tiempo, diría uno de nuestros abuelos, vivimos sin Dios, sin Ley y sin Santa María. Una buena grafica coloquial de los tremendos desmanes de un régimen atroz que se ha impuesto liquidar la República, La Nación y la Democracia liberal, de las cuales somos hijos todos los nacidos y asumidos por este territorio bautizado Venezuela, por quien debemos acordar definitivamente ¡la Salvación Nacional!

Presidido por una férrea dictadura populista de izquierda, el Estado venezolano fue creando progresivamente condiciones excepcionales para convertirse en un Estado fallido: pérdida del monopolio de la fuerza y del dominio y control sobre nuestra geografía; erosión de la autoridad legítima resultado de la violación sistemática y descarada de la Constitución Nacional; incapacidad para suministrar servicios públicos y eficientes a su población, altos niveles de corrupción y criminalidad, significativo número de refugiados y desplazados, y evidente depauperación económica…

Por esas mismas razones que lo caracterizan, ningún Estado fallido es fuerte y sostenible en el mediano plazo; las fuerzas conjuntas del orden interno y transnacional, la perseverancia y lucha de sus ciudadanos de buena voluntad, educados con valores humanos de tolerancia y respeto por sus semejantes —máxima herencia del legado democrático y de sus fundadores—, reaparecerán siempre con fuerza inusitada en otros seres, en nuevas e ingeniosas formas de lucha y con coraje renovado, por el rescate de una vida digna, en libertad y con más oportunidades para vivir y soñar.





Es imposible que quien ejerce el poder en esas condiciones de Estado fallido no continúe su sistemático debilitamiento al punto de que cunda la anarquía y el sálvese quien pueda, luego de las fragmentaciones y discordias que van produciéndose en el circuito de poder, unas visibles y otras imperceptibles, pero de carga más destructiva y demoledora que las que se observan en la superficie.

Al régimen lo sostiene la propaganda voluntarista y vocinglera de las largas, fastidiosas y antipedagógicas cadenas de todos los días a las 5 pm, donde la mentira se confunde con la ficción  y el deseo de “crecimiento y desarrollo”, donde se habla del éxito de unas “zonas económicas”, de un “desarrollo agrícola e industrial” en el que siempre se cita a un coronel de la Aviación de pelo blanco —que se pretende el Rene Dumont de la primera Cuba de Castro—; se invita a inscribir 5.000 estudiantes del tercer mundo en nuestras universidades, sin presupuestos, sin profesores y en ruinas; se organizan elecciones regionales, municipales y legislativas donde nadie piensa participar y se siguen ofreciendo imposibles a un 10% sostenido en cautiverio gracias a unos CLAP cada vez más menguados y la garantía de vacunas seguras. Manera esta de usar fallidos discursos para vencer el miedo a un final que se siente ya cercano.

Los sostiene la indolencia y la falta de escrúpulos frente al dolor y al sufrimiento ajeno, que ya rebasa los límites de lo dantesco, por el solo y único propósito de mantenerse en el poder sin importar el costo económico, político, social y cultural, y cuyas consecuencias los especialistas han bautizado como daño antropológico, que no es otra cosa que perversa afectación de la condición humana y su sano desenvolvimiento resultado del sometimiento y las manipulaciones por parte de quien usurpa el poder.

La foto de aquella anciana —cargada como una res en un gesto solidario por un connacional cruzando el Río Bravo— habla por sí sola del desespero de una población y de la triste tragedia que vivimos, en una abuela de 75 años que, en una demostración de valentía, aspira a vivir dignamente y en libertad la última fase de su vida. O la imagen de otra mujer angustiada y al borde de la desesperación, parada frente al hotel Alba, manifestando su rabia por la discriminación de la que fue objeto por parte de los organizadores que solo atienden a los portadores del carnet de la patria. 

Al régimen lo sostienen algunos ingresos lícitos, sin control ni supervisión, de los cuales dispone a su antojo, y la mayoría fruto de procedencia ilícita y de manejos irregulares de nuestros recursos naturales como el oro y otros minerales, además de otros productos cuya producción y comercialización la policía y la justicia internacional castigan con denodada severidad, por sus consecuencias nefastas para la humanidad.

Al régimen lo sostiene una elite militar heredera del comandante eterno, que se concibe a sí misma como superior a los civiles y ungida por la voluntad divina. Entusiasmo y fe que se sustentan ya no en ideologías, sino en los intereses económicos y los beneficios crematísticos de la estancia en el poder, disfrazados en un supuesto bolivarianismo y camuflados en una exaltación de próceres y batallas que a nadie interesan y de las que nadie se acuerda. 

La institución militar sigue teniendo sus reservas profesionales, imposibles de movilizar dada la nueva estructura de REDI, ZODI y ADI, donde hay muchos mandos, de diferentes fuerzas y ninguno, por lo que ha perdido la esencia de su naturaleza, que es la unidad de mando. La institución militar, siento, no comparte como un todo el rumbo que lleva la nación. Y las actitudes de malestar imperceptibles, en un medio supervigilado, amenazan con hacerse sentir después de la terrible fragilidad de nuestras supuestas fuerzas especiales, puestas a prueba para enfrentar un puñado de bandoleros en Apure. No están todos los que son ni son todos los que están.

La coyuntura que vive el régimen, sostenida en un voluntarismo de hierro, hay que reconocerlo, y por cinco o seis fanáticos con discurso de cartilla panfletaria; sus limitadas fuentes de recursos, sus frágiles alianzas con las superpotencias enemigas de los Estados Unidos, más de boca y de propaganda que de hecho, y el malestar que ya empieza a sentirse en una parte sustancial de sus hombres de uniforme, lo van a obligar a abrir de nuevo el camino democrático. Se juegan con ello, el régimen y sus representantes, la última oportunidad de salir en paz, fruto de un acuerdo negociado. Las consecuencias de que no lo haga son impredecibles para todos.

Por eso saludamos de nuevo la iniciativa del presidente interino, Juan Guaidó, al Gobierno de los Estados Unidos, a la UE, a la OEA, al Grupo de Lima, al Gobierno español y al Gobierno noruego, y a todos los que han recibido e impulsado con beneplácito el llamado a un gran acuerdo de Salvación Nacional.

Un gran escritor enamorado de la belleza, y siempre confiado y seguro de las bondades de su arte ha dicho algo muy hermoso que también vale para la política:

El verano llega. Pero solo llega para el paciente, para quien muestra un ánimo sereno, apacible y anchuroso, y vive como si la eternidad terminara a sus pies. León Sarcos, junio, 4 de 2021