En qué momento se jodió el Perú, por @ArmandoMartini

Armando Martini Pietri @ArmandoMartini

País de Sudamérica que abarca una sección del bosque del Amazonas y Machu Picchu, antigua ciudad inca en las alturas de los Andes. El título de este artículo es prestado de Mario Vargas Llosa, o mejor dicho a Zavalita, protagonista de su novela ‘Conversaciones en la Catedral’. La sinrazón de la historia reciente del Perú, (territorio de diversos paisajes: valles, mesetas y altas cumbres, que se despliegan al oeste hacia la costa desértica y el este hacia la Amazonia. Es de los países con mayor diversidad biológica y recursos minerales del mundo), se manifestó en sus novelas mucho antes de que ésta indujera al Premio Nobel de Literatura 2010, a participar en la política activa. De hecho, es probable que el éxito de su producción literaria tuviera un correlato con su fracaso en la actividad política. Se argumenta que la novela es la más democrática y burguesa, de todas las expresiones artísticas, pero casi siempre fracasa cuando se ha puesto al servicio de programas políticos. 

La palabra jodido sinónimo de destrozar, arruinar, echar a perder. Quizás para muchos normal, para otros fuerte y soez, pero está de acuerdo con la gravedad del tema. Cuando es crisis para la sociedad que generalmente es de clase media a baja, para la otra, o sea, la “aristocracia” es tiempo de gozo y placer, mostrando discriminación en todos sus sentidos.  

A estas alturas importa menos si el nuevo Presidente de Perú es el poco instruido y simplista maestro rural, sindicalista de izquierda, simpatizante entusiasta chavista o la hija del constructor-dictador Alberto Fujimori. Políticos y personalidades importantes de esa nación (que José de San Martín intentó primero, y Simón Bolívar logró después, edificar a pesar de su clase dirigente, porque era necesario terminar de quebrantar el poder político y militar español) plantearon sus propias soluciones a los peruanos de hoy, enceguecidos por la crisis económica, aturdidos por la corrupción, azotados por décadas en desigualdad social, historia de saltos entre dictaduras militares, excedidos por la crisis política, epidemias de asesinatos, crueldad guerrillera y democracias -¿quién puede negar la importancia continental que tuvieron por mucho tiempo líderes como Haya de la Torre y su partido, el APRA?-, atenazados en el extenso océano Pacifico que bordea su costa, lejano de potencias asiáticas en crecimiento y esa pared formidable que son los Andes, además de las densas selvas que los apartan tanto como vinculan con el abrumador Brasil.  





Machu Picchu, el Valle Sagrado, Camino del Inca, la ciudad colonial de Cuzco, rica en sitios arqueológicos, y Lima centro colonial preservado e importantes colecciones de arte precolombino. Tras años envueltos en sí mismos, los peruanos son hoy un pueblo decepcionado, harto, empobrecido y, en consecuencia, profundamente dividido. El gran problema, que a estas alturas gane quien gane no podrá gobernar coherentemente. Las elecciones, que en primera vuelta y después en la segunda mostró demasiadas opciones y ninguna mayoritaria, son mapa trágico de fracturas, un campo de batalla donde se pelea voto a voto, en la cual un acta electoral puede cambiar el destino.

Quienes votaron por Pedro Castillo lo hicieron, en su mayoría, porque detestaban a Keiko Fujimori, y quienes votaron por ella, porque temían al castro-chavismo peruano. Sufragaron como reclamo y aversión. Los candidatos hicieron las habituales y eternas promesas de cambiarlo todo para que el pueblo viva bien, sin compromiso alguno para el que, tanto necesitados pobres como pudientes ricos, esperan que el Gobierno los ayude, resuelva sus problemas y exigencias, pero poco ponen de su parte en cualquier cosa que no sean sus intereses particulares.

Después de las elecciones amanece un Perú dividido entre pedazos que sólo tienen barrancos obscuros, nadie puede gobernar así. Un consultor del posible ganador manifestó contundente, que no hará nada de lo que ofreció, mientras la estructura del poder actual sólo piensa en meter a la cárcel a Keiko por un detalle -grave judicialmente- en relación con el juicio que se le sigue por ser sospechosa de contaminaciones putrefactas de Odebrecht.

La realidad es que el castro chavista Castillo -ni Fujimori, si fuese su caso- podrá gobernar sin sellar alianzas con otros grupos políticos, sociales y económicos que, en vez de mejorar, tendrán un país que se estancará aún más, sea por falta de acuerdos, sea por ellos. Territorio desguazado por los peruanos, imperio incaico fue el último Estado autóctono o indígena, el cual dominó gran parte del occidente sudamericano hacia el siglo XV, pueblo y dirigentes, como insisten obstinados y pendejamente hacer ahora los colombianos con el suyo, como hemos hecho porfiados, sin descanso los venezolanos con el nuestro.

Caldo de cultivo para la indecencia nefasta y corruptora del comunismo socialista bolivariano, Foro de Sao Paulo y Grupo Puebla.

@ArmandoMartini