Ariel Hidalgo: El pueblo cubano debe expropiar al Estado

Ariel Hidalgo: El pueblo cubano debe expropiar al Estado

Complejo hotelero que construye el monopolio Gaesa en la esquina de la 3ª avenida con la calle 70, en La Habana. (14ymedio)

 

Se ha dicho muchas veces que en Cuba y, en general, en todos los países socialistas de corte soviético, dejaron de existir los monopolios porque fueron expropiados por el Estado. Pero si ese Estado absorbió, mediante intervenciones, todas las propiedades de capitalistas y terratenientes, entonces los monopolios no dejaron de existir, sino que el mismo Estado se ha convertido en un gigantesco monopolio, mucho más abarcador que todos los monopolios del capitalismo. Estos, a pesar de absorber industrias y bancos, nunca lograron absorber al propio Estado, algo que siempre ambicionaron.

Aquí ha sido el Estado el que ha absorbido bancos e industrias, algo que haría palidecer de envidia a los Morgan y a los Rothschild, de quienes se dice fueron los verdaderos autores intelectuales de los Estados totalitarios al financiar, en diferentes épocas, a bolcheviques, fascistas y nacionalsocialistas.





Ahora tocaría a ese único monopolio ser intervenido y expropiado. ¿Expropiado por quién? Pues por la ciudadanía y, en particular, por los trabajadores.

Pero vamos a basar nuestras reflexiones en la propia teoría marxista y en la misma legalidad socialista, concretamente en la Constitución vigente en Cuba. Teóricamente, el Estado no tiene derecho alguno por sí mismo, sino que es un mero instrumento al servicio del pueblo y de los trabajadores, y por tanto no es el verdadero propietario de los medios de producción, sino que administra esos bienes en representación de ese pueblo. Incluso, legalmente, esos bienes no pertenecen al Estado sino a todo el pueblo, según el artículo 14 de la Constitución socialista, que califica a esa supuesta propiedad estatal como “propiedad socialista de todo el pueblo sobre los medios fundamentales de producción”.

Pero si el Estado no ha sabido cumplir con la misión que supuestamente le ha delegado ese legítimo dueño, sí ha derrochado los recursos y ha destruido muchas industrias, como la ganadería y gran número de centrales azucareros, y en consecuencia ha dejado a la población en la miseria; ha demostrado fehacientemente su incapacidad y, por tanto, el pueblo, teóricamente, tiene derecho a despojarlo de ese cargo, cesantearlo como administrador de esos bienes y exigirle la entrega de todas las empresas actualmente bajo su custodia.

Las administraciones designadas por el Estado para dirigir esas empresas han demostrado en incontables ocasiones no sólo ineficiencia, sino además un grado de corrupción que los dirigentes han reconocido en innumerables ocasiones, sobre todo en cuanto a faltantes de recursos y desvíos de mercancías. Incluso, han demostrado, en todas las esferas, sostener contradicciones con los trabajadores de base. Por tanto, el pueblo tiene el derecho de sustituir a esos funcionarios y designar a aquellos que puedan ser más confiables. ¿Y quiénes podrían ser más confiables que esos mismos trabajadores de base de las diferentes empresas?

Por supuesto, una empresa o un centro laboral con más de un trabajador no puede ser dirigido al mismo tiempo por todos y cada uno de ellos, pero sí pueden elegir a alguien con la capacidad de hacerlo. ¿Es acaso peligroso encargar a esos trabajadores la responsabilidad de elegir a sus respectivas administraciones? Veamos: las paladares han sido capaces de competir con los restaurantes del Estado a pesar de costosas licencias, altos impuestos y todas las prohibiciones, y han demostrado en muchos casos ser más eficientes. Se dirá que en estos casos los dueños de paladares están estimulados por las utilidades que reciben. Pues bien, concedamos a esos trabajadores estatales los estímulos de recibir parte de las ganancias producidas y veremos si eligen o no a los administradores más eficientes y si resultan más productivos.

En vez de realizarse desde arriba hacia abajo escalonadamente, las designaciones se harían desde abajo hacia arriba. ¿No sería esta, acaso, una verdadera democratización del sistema económico? ¿O es que tenía razón el teniente de la Seguridad del Estado que me entrevistaba en Villa Marista en 1981 quien, al escuchar esta propuesta, me llamó “loco” y me ingresó en el Hospital Psiquiátrico de Mazorra?

Olvídense si los trabajadores son estatales o privados. Sean una cosa o la otra, todos serán altamente productivos si se les incentiva con ganancias, si se reparten tierras a los agricultores, si se les permite que vendan sus cosechas a quienes les den el mejor precio, si bajan los impuestos y los costos de licencias a agricultores y cuentapropistas, si dan real autonomía a todas las cooperativas, agropecuarias o urbanas, si se abren los mercados, si se conceden garantías jurídicas al sector privado, si se permite a todos recibir financiamiento de familiares residentes en el exterior o de bancos internacionales con programas de microcrédito. ¿Es todo esto neoliberalismo, capitalismo? ¿O por primera vez se estarían poniendo realmente los medios de producción en manos de los trabajadores?

Si se concediera todo esto, muchas empresas clandestinas del mercado negro se incorporarían a la formalidad, y ya veríamos si el país se levanta o no se levanta. Una pregunta aquí sería pertinente: ¿cómo se obtienen más contribuciones, cobrando altos impuestos a cien mil cuentapropistas o bajos impuestos a un millón?

Si, como se sabe, la economía capitalista, donde miles de empresarios están incentivados en la producción es superior a la comunista, donde el estímulo sólo lo tiene un pequeño grupo en la élite gubernamental, ¿cuán superior no será una economía donde ese interés lo tengan millones?

Un trabajador que perciba beneficios además de su salario se sentirá un poco dueño de lo que trabaja, o como lo dijera el propio Jesús hace dos mil años: “El buen pastor su vida da por las ovejas, mas el asalariado, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y huye, porque es asalariado y no le importan las ovejas” (Jn. 10:11-13).

Por supuesto, el Partido-Estado ha demostrado reiteradamente su falta de voluntad para hacer estas concesiones que sacarían al país de la actual crisis y que han pedido muchos cubanos formados en el propio sistema, congreso tras congreso de ese partido. Para realizar esos cambios, se necesita otra revolución, pero en sentido inverso para expropiar al único monopolio que queda por expropiar, el Estado. Ahora se trata de expropiar al expropiador.


Este artículo se publicó originalmente en 14ymedio el 18 de junio de 2021