Daniel Lacalle: La euforia tras los planes de estímulo es injustificada

La debilidad de las ventas minoristas y las solicitudes de subsidio de desempleo en Estados Unidos, significativamente por debajo de las estimaciones, coincide con el mayor estímulo fiscal y monetario de la historia. Algo no va bien cuando estas cifras se sitúan significativamente por debajo de las estimaciones en un entorno de masivas actualizaciones del Producto Interno Bruto (PIB). ¿Por qué?

Los rendimientos decrecientes de los planes de estímulo son evidentes. Impulsar artificialmente el PIB con un gran gasto público y deuda monetizada genera un sobredosis de azúcar a corto plazo a la que sigue rápidamente una caída de azúcar. Los supuestos efectos positivos de un plan de estímulo de un billón de dólares se desvanecen poco después de tres meses. Recientemente yo tuve una conversación con la exnominada a la Reserva Federal de Estados Unidos, Judy Shelton, en la que ella mencionó que la recuperación sería más fuerte sin este último conjunto de medidas de estímulo masivo. La debacle económica se produjo debido a los cierres y la recuperación viene con la reapertura. Tenemos que dejar que la economía respire y se fortalezca, no hincharla.

Los rendimientos decrecientes de los planes de estímulo son evidentes. Se espera que un impulso fiscal y monetario de 20 billones de dólares solo produzca una recuperación del PIB real de cuatro billones de dólares, seguida de una rápida vuelta a la tendencia histórica de crecimiento del PIB. Esto probablemente conducirá a nuevos niveles récord de deuda, a un crecimiento más débil de la productividad y a una recuperación más lenta del empleo. El ritmo de las recuperaciones mundiales desde 1975, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, muestra una tendencia más débil.





El gasto deficitario se destina en su mayor parte a gasto corriente, lo que conlleva una mejora del crecimiento potencial casi insignificante. Si es que los hay, los datos sugieren que los multiplicadores fiscales son pobres, incluso negativos, en las economías altamente endeudadas y abiertas.

Debemos ser cautelosos con el exceso de euforia que se desprende de muchas declaraciones sobre los llamados fondos europeos de “próxima generación”. Muchas de las estimaciones optimistas parecen olvidar el insignificante efecto de anteriores planes similares.

El fuerte aumento de las contribuciones al presupuesto de la Unión Europea y las subidas de impuestos anunciadas por algunos países, como España, disminuirán probablemente el efecto neto de estos fondos.

Todo el éxito o el fracaso del plan de recuperación europeo depende de las estimaciones del efecto multiplicador de las inversiones realizadas y las perspectivas no son buenas si miramos la historia.

El impacto medio de los programas anteriores, como el Plan de Empleo y Crecimiento de 2009, el Plan Juncker o las Directivas Verdes de apoyo a la inversión en renovables, fue extremadamente bajo. La evidencia empírica de los últimos 15 años muestra un rango de multiplicador fiscal que, cuando es positivo, se mueve entre 0.5 y 1 como máximo y en la mayoría de los países periféricos, los valores han sido negativos.

Según las propias estimaciones de la Unión Europea, el Plan Juncker generó entre 2014 y 2019 un impacto total del +0.9 por ciento en el PIB y añadió 1.1 millones de empleos a partir de 439,000 millones de euros invertidos. El retorno del capital invertido de este plan masivo fue más que pobre y recordemos que el Plan Juncker se utilizó en su totalidad para proyectos de inversión con retorno económico real esperado y sin la cantidad de gasto corriente e intervención política como el plan de recuperación 2021.

¿Podemos realmente creer en un impacto del cuatro por ciento en el PIB en tres años de estos fondos europeos como estima el consenso medio sabiendo que el Plan Juncker generó —si lo creemos— un 0.9 por ciento en cinco años?

El gobierno de España, en su Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, afirma que “en términos agregados, el empleo generado por el Plan (…) equivaldría a unos 12 puestos de trabajo por cada millón de euros invertidos”. ¡Doce puestos de trabajo por cada millón gastado!

El efecto multiplicador y su impacto estructural dependen de factores de ejecución y eficiencia más que cuestionables. La probabilidad de que estos fondos sean mal invertidos o despilfarrados es enorme.

La idea de que aparecerán de repente cientos de proyectos magníficos y rentables también es cuestionable. Es muy difícil creer que, de repente, aparecerán miles de proyectos rentables y creadores de empleo cuando estos no fueron llevados a cabo en los últimos años cuando habían tasas de interés en los mínimos históricos, liquidez ilimitada y un creciente apetito inversor.

Estos supuestos planes de estímulo tienen un enorme riesgo: suponen una enorme transferencia de riqueza de las clases medias y de los contribuyentes hacia un gasto político sin retorno económico real y a inversiones de dudosa rentabilidad.

Nunca ha habido capital disponible para inversiones en tecnología, digitalización y sostenibilidad. Estas inversiones no necesitan dirección política ni financiación.

El dinero barato, el aumento de la intervención pública y los planes de estímulo masivos no han funcionado como impulsores de la productividad y del potencial crecimiento. El camino hacia el estancamiento y la zombificación ya era un problema en 2018. Necesitamos inversión privada y libre comercio para impulsar la productividad. Necesitamos economías abiertas con un próspero espíritu empresarial, no una economía basada en el gasto y la deuda. Los problemas creados por la cadena de estímulos de los últimos años son claros: una elevada deuda y un débil crecimiento. Más gasto y más deuda no los resolverán.


El doctor Daniel Lacalle es economista jefe del fondo de cobertura Tressis y autor de “Libertad o igualdad”, “Escapar de la trampa de los bancos centrales” y “La vida en los mercados financieros”.

Este artículo se publicó originalmente en The Epoch Times en español el 21 de junio de 2021