Manuel Barreto Hernaiz: Una sencilla y olvidadiza premisa

Manuel Barreto Hernaiz: Una sencilla y olvidadiza premisa

“La premisa de que el hombre es un fin en sí mismo, no un medio para alcanzar los fines de otros; de que la vida del hombre, su libertad y su felicidad son suyas por derecho inalienable.”
Ayn Rand

Entre todos los males que nos han ocurrido como sociedad, son los actos contra la ley, masificados hasta el extremo, los responsables de la degradación moral. Ese es el origen y la causa de todos los graves problemas del país. Aumentan el consenso y las quejas sobre el deterioro moral, las virtudes y los valores de la sociedad venezolana. Qué hacer ante esta realidad, se está convirtiendo en un reto para garantizar la subsistencia de la identidad y la cultura que nos define como nación.

Más de dos décadas observando cómo se repite una conducta contemplativa ante la entronizada práctica de violar, de manera sistemática, los derechos de los ciudadanos.





Se viola la ley impunemente sin que exista poder o voluntad para impedirlo o castigarlo y cuando se pretende, con tímidos atisbos, aplicar la norma legal, nuevas presiones, nuevas amenazas, hacen retroceder a quienes se atreven a exigir el respeto a los derechos reconocidos pero retorcidos por la perversidad del sistema. Cuando se repite la práctica ilegal, ésta se convierte, peligrosamente, en algo corriente, admitido o aceptado con resignación.

Indudablemente, todos deberíamos ser merecedores de gozar una vida mejor en su verdadero esplendor, sólo si de alguna manera participamos en su construcción y en la máxima medida de nuestras capacidades. Hay dos maneras únicas de vivir: como sujeto u objeto de los acontecimientos que ocurran en la sociedad civil. No hay elección posible de una situación intermedia. Es cada quien quién elige una de estas dos maneras, al comprometerse o no, en la lucha por lograr el país que anhela y merece.

La participación significa un compromiso. Es decir, prometernos un futuro, anunciarnos una tarea, crearnos una esperanza justamente con otros; renunciar a nuestro exacerbado individualismo para participar en el rescate del país que debemos a nuestros hijos, pues la verdadera democracia supone la participación activa de los ciudadanos en las decisiones que afectan su destino. Como también supone que el ciudadano se niegue a aceptar la condición de súbdito y rechace relaciones sociales enajenantes.

Por esta expectativa han luchado nuestras organizaciones – gremios, iglesias. Universidades y sindicatos, de la mano con la sociedad civil y los partido políticos demócratas al desafiar al régimen e intentar abrir, una y otra vez, los caminos de la libertad.

Como en la Europa de 1945, a nuestro país se le plantea hoy el desafío de encontrar formas creativas de articulación entre los principales agentes económicos y el Estado, que hagan posible abordar tareas menos antagónicas que en el pasado: reconstruir el aparato productivo, generar empleos y estabilizar el manejo de la economía; superar la restricción de recursos externos, induciendo procesos de innovación, hasta lograr competitividad internacional en un porcentaje predominante del aparato productivo; y, por supuesto, afrontar solidariamente la necesidad de la integración social de los sectores más golpeados por el criminal marasmo al cual nos condujo la ruindad hecha gobierno. Todo eso está contemplado en el Plan País, listo para ser aplicado desde hace dos años.

Se nos ha mencionado que se está apuntando hacia “un acuerdo de Salvación Nacional que permita aliviar el sufrimiento del pueblo, que contribuya a la reinstitucionalización del país a través de un cronograma electoral con condiciones, y que permita que los venezolanos podamos decidir libremente nuestro futuro”…

Mientras se aclaran las ideas y se despejan las dudas, nos permitimos llegar a una conclusión; una conclusión para la que no hay que estudiar mucho si se parte de la más sencilla de las premisas: Venezuela es de TODOS los venezolanos.

Esta premisa sencilla fue olvidada. Como hemos sido atrapados por procesos políticos muy duros, la gente se acostumbró y se dejó impresionar e intimidar por la idea de que Venezuela pertenece a un grupo especial de personas que dicen llamarse revolucionarios.

En definitiva, necesitamos un nuevo país y la refundación de un nuevo proyecto nacional diametralmente opuesto a los descomunales disparates ejecutados por este régimen usurpador y sus secuaces.

No permitamos que decaiga la fuerza y el empuje de la pasión que debe acompañarnos en ese camino que hemos emprendido para recuperar las esperanzas truncadas y el porvenir de nuestro país. Depende de nosotros que la nuestra no sea una historia de oportunidades perdidas y de posibilidades no aprovechadas…