Julio Castellanos: Una guerra civil

Julio Castellanos: Una guerra civil

La historia no es para hacernos sentir bien, ni para darnos confort, ni para darnos orgullo, son la secuencia de hechos que para bien o para mal nos ayudan a comprender nuestro presente. Pretender crear una historia ajustada a nuestros prejuicios y gustos del presente nos impedirá aprender sus lecciones, porque en ella no hay una poesía o una epopeya, en ella solo podremos descubrir los aciertos y errores de nuestros predecesores para, en lo posible, no repetir pifias. Sería deseable que la Guerra Independencia se nos pueda presentar, más que un conflicto entre venezolanos y españoles, como lo que auténticamente fue conforme a los estudios históricos más acreditados: una Guerra Civil.

Una Guerra Civil en la que venezolanos republicanos se enfrentaron a venezolanos monarquistas, el contingente mayor de los soldados españoles fue un agregado casi al final del conflicto al igual que los contingentes británicos, que lucharon en el bando republicano, fueron proporcionalmente más pequeños que el conjunto de los efectivos del Ejercito Libertador.

En esa guerra civil de 10 largos años, efectivos de todos los rangos cambiaron de bando, de lado y lado en varios momentos, la misma hermana del Libertador, María Antonia, fue defensora de la Corona Española. El masivo respaldo popular recibido por el asturiano Boves da cuenta de que entre Negros, Indios y Pardos (la mayoría del país), en un momento álgido del conflicto, estaban más cerca de la Corona que los republicanos. Que Boves fue un sanguinario asesino no quita ni un ápice de veracidad a que fue ampliamente secundado por las grandes mayorías venezolanas hasta su ajusticiamiento, con respecto a la existencia de líderes negativos los venezolanos tenemos rollos de ese hilo.





Como en toda Guerra Civil, hay héroes y villanos de lado y lado, pero nuestra historiografía oficial insiste en solo ver héroes en el lado republicano. Nos cuesta apreciar, por ejemplo, en el General realista Pablo Morillo, una altura diplomática de excelencia al entrevistarse con Bolívar, a todos efectos desde la perspectiva monárquica un rebelde enemigo del Estado, para lograr un cese de hostilidades que evitara las inequidades de la “Guerra a Muerte” que había sido declarada. El abrazo de Bolívar y Morillo debería verse como un intento sincero de evitar la total ruptura de las Españas, de la España Peninsular y la América Española, pero de nuevo, crear una historia cómoda, donde un bando tiene todos los héroes y el otro bando todos los villanos, sigue triunfando. Es una lástima que los republicanos en España hubiesen sido derrotados tan estrepitosamente y el intento de crear una Constitución para una monarquía parlamentaria fuera abortada por un Fernando VII incapaz de ver la crisis del régimen absolutista. La unidad de las Españas, peninsular y americana, bajo una monarquía parlamentaria y constitucional, hubiera sido preferible a la “balcanización” y dispersión en endebles repúblicas en América y la decadencia de la metrópoli al punto de no recuperar nunca más su estatus de potencia en Europa. Pero los “hubiera” carecen de relevancia para la historia, la historia es una, la que sucedió.

En todo caso, los aprendizajes colectivos son lo relevante. Estamos en el año Bicentenario de la Batalla de Carabobo y, aunque soy un ferviente republicano, 200 años son más que suficientes para dejar traumas y resentimientos atrás (y mucho más atrás a la “Resistencia Indígena”). La herencia hispana es más que obvia, hablamos español, el pensamiento del iluminismo europeo en que se basa la Constitución de Venezuela la aprendemos en la lengua de la madre patria, nuestra religiosidad nos fue heredada a través del nexo colonial y hoy en día estamos adscritos a la comunidad lingüística, cultural y económica más importante y dinámica del mundo: Iberoamérica. Para España, Latinoamérica es un mercado prometedor y pleno de oportunidades, para los latinoamericanos, España es nuestra puerta de entrada a Europa y a la amplísima demanda de nuestros productos. A ambos lados del Atlántico, los hispanos luchamos por la libertad, la igualdad y la fraternidad con una misma lengua, un mismo sentir y un mismo corazón.

La historia nos debe servir para no repetir errores. Luego de la Independencia de Venezuela, los militares veteranos de la guerra tomaron el poder, éramos nominalmente una República pero en la práctica; en todo el siglo XIX y parte del siglo XX; hasta 1947 nos gobernó una sucesión interminable de dictaduras. El voto universal, secreto y directo fue largamente postergado, nuestra angustiosa estratificación social; herencia de la sociedad de castas de la colonia; persistió durante todo el predominio militar y solo cambió tras la Revolución del 18 de Octubre de 1945 cuando, finalmente, los civiles empezaron a gobernar, un experimento a la postre fugaz dado que los militares vuelven a dar un zarpazo en 1948. Solo mucho después, a partir de 1958 hasta 1998, Venezuela tuvo los únicos 40 años de gobiernos civiles, democráticos y prósperos de su existencia independiente. Allí creo que está un gran aprendizaje, el verdadero enemigo no es España, ni su cultura, ni su lengua, ni los prometedores lazos económicos que nos pueden unir más de lo que nos separa el Atlántico, el enemigo histórico de Venezuela es el militarismo de toda época y color. Solo la civilidad nos ha demostrado, históricamente, que Venezuela tiene más que soñar en el futuro que recordar frente al Arco de Carabobo.

Julio Castellanos / [email protected] / @rockypolitica