León Sarcos: Reminiscencias

Jorge Luis Borges, como siempre agudo en sus decires, le respondió alguna vez a su gran amigo Adolfito Bioy Casares, cuando este le preguntó: «¿por qué sos tan inclemente con los peronistas?»: «¿Y qué voy a hacer, Adolfo, me voy a dejar comer por los caníbales?

En el caso de los nuestros, los chavistas, dicen los moderados, debíamos ser menos implacables y más cristianos a la hora de enjuiciar al difunto Hugo Chávez, verdadero artífice y padre de esta catástrofe. Hoy, cuando evoco la imagen moribunda de Franklin Brito, famélico, agonizante, aferrado en defensa del derecho de propiedad, más convencido estoy de la gravedad de sus delitos, y siento que pagamos con amargura, dolor y muerte una inconsistencia de la mayoría, una idiotez, una pretendida audacia de nuestra elite. 

Por más que escondiera con esmaltada facundia su incultura y su resentimiento, no son más de veinte o treinta minutos los que necesitaba un hombre medianamente inteligente para poner en evidencia las verdaderas intenciones de un extraviado. Sin embargo, muchos o casi todos mordieron el anzuelo, pisaron el peine y corrieron emocionados tras la verborrea delirante, atemorizante y altisonante de un desnaturalizado.





Ni la generación que sucedió a los fundadores, y menos aún la que por circunstancia histórica asumió la conducción de las fuerzas democráticas, estuvieron a la altura para defender lo que a fuerza de sangre, sudor y lágrimas habían ganado para todos los demócratas liberales de Venezuela. 

Los primeros cedieron animados por una constituyente que siempre busca volver a empezar para volver a fracasar, y todos saben que el problema no es constitucional en una cultura política de bellacos y malas conductas en su mayoría, donde no hay tradición de respeto de la ley. Y los otros, a pesar de haber conducido con fuerzas renovadas y de manera inteligente a la oposición, no supieron ser consecuentes con la conquista política más importante de la democracia: la descentralización del poder y de los recursos que significaba el paso de la democracia representativa a la democracia participativa.

 Los dos primeros años después del triunfo de 1998 fueron de fiestas patronales constituyentistas, en los que todo el mundo hablaba y sabía de derecho y leyes y los doce años de los dos primeros periodos constitucionales —ahora de seis años cada uno—, con las arcas llenas con petróleo en alza y un gasto público a manos llenas para derrochar más allá de lo imaginable, sirvieron para que cada quien cogiera o recibiera algo de la gran torta petrolera que todavía por arte de magia manaba rentismo.

Es mentira que Venezuela estaba a punto de colapsar en materia económica, antes de 1998; estábamos mal, pero íbamos bien, a decir de nuestro querido Ministro de Planificación, de tiempos de Caldera, Teodoro Petkoff. Vivíamos grandes dificultades económicas, todas subsanables, y es verdad que había corrupción; grandes ladrones, pequeños ladrones y ladronzuelos, pero la corrupción no se había generalizado y aun funcionaban la Contraloría General de la Republica, y las estadales y los funcionarios públicos aun guardaban temores a ser sancionados.

Es también mentira que el sufrimiento, las carencias, las insuficiencias, el colapso de los servicios, la pérdida del estado de derecho, el desmantelamiento del aparato productivo, la quiebra de las empresas del estado y especialmente la ruina de la gallina de los huevos de oro, PDVSA, es un proceso de reciente data, ha sido un largo periplo que comenzó a fuerza de gritos, sentencias arbitrarias, ultrajes a la dignidad empresarial, vituperios a profesionales de la industria petrolera y ofensas a todo aquel que se atravesara en el ánimo del energúmeno que con la fiereza de una hiena herida arremetía contra todo lo que le recordara su pasado de resentido ciudadano y reconcomiado soldado de la institución armada. 

La mayoría de la gente aplaudía, se reía, festejaba, de alguna manera cobraban con su odio, el del comandante hacia los de arriba, sus propias pequeñeces análogas: viejas rencillas con vecinos o antiguos amigos, otrora vividores de la guanábana, ahora muchos de ellos con uniformes nuevos de otro equipo: el rojo de la revolución y el verde oliva de sus compañeros de armas. El asunto era cogerse el país, sus familias, sus hermanos, sus amigos, los compañeros de la logia militar, como hizo Castro con su guerrilla de la Sierra Maestra; por eso estos militares cómplices no se ven, no dan la cara, nadie sabe dónde habitan y quiénes son, pero ellos, junto con una banda de cubanos parásitos come-carne, son quienes mandan y sostienen la dictadura.    

Mientras su locura —mediante decretos, leyes, órdenes directas a sus cuerpos de choque, militares encabezados por la Guardia Nacional y los círculos bolivarianos— amedrentaba a cualquiera que se atreviera a disentir, el comandante enseñoreado en Miraflores llevaba adelante el criminal proceso de desmontar cuarenta años de esfuerzo colectivo por una democracia solvente, una fuerzas armadas profesionales, unas instituciones estables, una organización económica funcional y de gran alcance, un sistema educativo en progreso, construcción de buena infraestructura, servicios de calidad y atención social  más o menos eficiente.

La magnitud del saqueo al país en los años de chavismo no tiene parangón con ninguna experiencia de otro tiempo en América Latina. Las empresas del Estado e institutos autónomos son inauditables, y qué decir de gobernaciones y alcaldías, al punto que hoy en el renglón más bajo y visible, policías, guardia y delincuentes se disputan por igual el matraqueo, las vacunas, los secuestros y los atracos. Somos un país sin orden, sin justicia, sin ley. El ciudadano perdió todos sus derechos, por lo que ya no tiene deberes ni instancias a las cuales recurrir. 

Hecho el trabajo de demolición de tierra arrasada por el comandante eterno, surgirá la crisis de los precios del petróleo, a la cual contribuyó el desarrollo de la tecnología que permitió extraer petróleo del esquisto, en los Estados Unidos, y los precios se desplomaron entre 2014 y 2016, lo que dejaría al desnudo la inmensa tragedia venezolana, ahora con un sucesor nombrado a dedo por el monarca militar. Un país devastado, una economía en ruinas, una industria petrolera en caos, con una mínima producción y bajos precios, conducido por un advenedizo tan torpe como ignorante, ha terminado por conducirnos a un esperado final.

Es cosa de un poco de paciencia, si se logra una unidad cerrada e inclusiva y una única estrategia sostenida de victoria. En Venezuela hay mucho parlanchín que ahora con las redes dice todo lo que se le ocurre y quiere salidas a su gusto, como si las opciones políticas fueran un menú que cada quien puede servirse a la carta. Estupideces: este gobierno está en las ultimas y sosteniendo a medias un completo caos, solo maquillado con el control absoluto de los medios, contrarrestando el rechazo generalizado con millonarias sumas pagadas a especialistas en asuntos de redes, la rigurosa y temible vigilancia cubana y el soporte armado de una cúpula que ya a comienza a resentirse en sus estructuras bajas y medias.

Ojalá las lecciones de esta larga y dolorosa pasantía bajo manu militari quede grabada para siempre en el alma venezolana para que nunca más vuelva a repetirse. Y tengamos siempre presente el título y contenido de un pequeño libro: 4 F lo que no debemos olvidar. Al final la política es simplemente hacer con integridad, más y mejor, lo que tus seguidores te encomendaron hacer solo bien. Los visionarios, los profetas, los adelantados, los auténticos líderes, los Roosevelt, los Lincoln, los Betancourt, los Churchill, los De Gaulle, los Mandela, los Gandhi, esos nacen uno cada muchos siglos.

León Sarcos, julio 1 de 2021