El fútbol revela la contradicción del gobierno británico ante la lucha contra el racismo

 BRIGHTON, INGLATERRA: Paul Pogba del Manchester United se arrodilla en apoyo del Movimiento Black Lives Matter durante el partido de la Premier League entre Brighton & Hove Albion y Manchester United en el American Express Community Stadium el 30 de junio de 2020 en Brighton, United Reino. (Foto de Alastair Grant Pool a través de Getty Iamges)

 

 

 





Tras haberse desolidarizado de los futbolistas que se arrodillaban en los partidos como repulsa al racismo, el gobierno británico de Boris Johnson ha tenido que defenderse de las críticas de una selección inglesa diversa, comprometida y blanco de ataques racistas.

El líder conservador y su ministra del Interior, Priti Patel, no dudaron en vestir las camisetas de la selección inglesa –que llegó a la final de un gran torneo por primera vez desde 1966– en la final de la Eurocopa-2020, tras haberse burlado de las posturas de ese mismo equipo contra el racismo.

Patel describió la decisión de los jugadores de arrodillarse al comienzo de los encuentros para denunciar la discriminación como un “gesto político” sin más efecto real que el de llamar la atención.

Johnson se negó a condenar a los aficionados ingleses que abucheaban a los “Three Lions” por este gesto.

Pero la ambivalencia del ejecutivo de derechas hacia este movimiento se hizo patente después de que la selección inglesa perdiera la final contra Italia, cuando tres jugadores negros –Jadon Sancho, Bukayo Saka y Marcus Rashford–fueron objeto de un torrente de ataques racistas en las redes sociales.

Johnson y sus ministros condenaron inmediatamente estos insultos, pero muchas voces denunciaron su hipocresía, juzgándolos responsables de haber alimentado este odio con sus actitudes.

 

– “Gana votos pero destruye naciones” –

 

Incluso entre las filas conservadoras, las críticas fueron abundantes.

El diputado Steve Baker consideró que Patel se equivocó al criticar a los jugadores que se arrodillan, tras la fuerte reacción del futbolista Tyrone Mings. Y el también conservador Daniel Finkelstein consideró que el gobierno no evoluciona con el tiempo, en un artículo en The Times.

Sacudido por las críticas, el primer ministro se vio obligado el miércoles a anunciar medidas más duras contra quienes profieren insultos racistas en internet, a los que se podría prohibir el acceso a los estadios.

Pero la diputada conservadora Sayeeda Warsi le instó a ir más lejos y “acabar con esta guerra cultural”, criticando a Johnson por una actitud que “gana votos pero destruye naciones”.

En el periódico The Guardian, el historiador David Olusoga denunció a estos políticos que “despiertan nuestros peores instintos”, contrastándolos con “veintiséis jóvenes y su notable entrenador que han venido a recordarnos que hay otra manera, otra forma de patriotismo inglés, otra forma de estar juntos y –si somos suficientes los que lo queremos– otra Inglaterra”.

Para el seleccionador inglés Gareth Southgate, sus jugadores, algunos de ellos con raíces nigerianas y caribeñas, “tienen el deber de seguir interactuando con el público en temas como la igualdad, la inclusión y la injusticia racial (…) y de concienciar y educar”, según afirmó en una carta abierta antes del torneo.

 

– “Arma de doble filo” –

 

A los activistas de izquierdas les gustaría que la principal formación política de la oposición, el Partido Laborista, opusiera una verdadera resistencia a la actitud de Johnson hacia los movimientos antirracistas, en un momento en que los conservadores preparan un proyecto de ley que aumentaría considerablemente las penas por vandalismo durante las protestas del Black Lives Matter.

Pero los laboristas se han mostrado hasta ahora reacios a enfrentarse al Partido Conservador, que le ha arrebatado varios bastiones históricos en el norte de Inglaterra, en esta “guerra cultural”.

Esto debe cambiar, dice un informe de la Fabian Society, organización de izquierdas que como Olusoga aboga por un patriotismo inglés más unificador, basado en “historias e imágenes que salgan del corazón y hablen del orgullo y el sentido de pertenencia de la gente”.

Según Tim Bale, profesor de política de la universidad Queen Mary de Londres, la guerra de Boris Johnson contra este movimiento, bautizado “woke”, es un “arma de doble filo” ya que corre el riesgo de costarle los votantes conservadores más liberales y acomodados.

Sin embargo, esta dialéctica conecta con los votantes de clase trabajadora, recientemente arrebatados a los laboristas, dice a la AFP este investigador, que no prevé que “los conservadores abandonen esta guerra cultural por el momento”.

AFP