Gehard Cartay Ramírez: Diálogo y acuerdos, ¿espejismo o realidad?

Gehard Cartay Ramírez: Diálogo y acuerdos, ¿espejismo o realidad?

Nadie en su sano juicio podría negar la necesidad de dialogar y negociar la salida a un conflicto de vida o muerte como el que sufre Venezuela.

El problema es que casi nadie cree que pueda arrojar resultados positivos para salir de la colosal crisis que nos acogota. La gran mayoría lo duda en razón de que el régimen no es confiable en esta materia, como tampoco en ninguna otra. Siendo este el régimen de la mentira, difícilmente existe aún gente que le pueda otorgar crédito a su palabra o a los compromisos que adquiera.

Todavía se recuerda cómo su extinto jefe único se burló de los acuerdos del “dialogo” promovido por la OEA y el Centro Carter en 2004. O después, en 2014, cuando se sentaron a “dialogar” Maduro y su cúpula con representantes de la MUD, convirtiendo aquello en otra burla más. La farsa se repitió en 2017, al intentarse otra ronda de conversaciones en alguna isla caribeña. Siempre lo mismo: aquello fue puro teatro, sin resultados concretos.





De modo que dudar que el supuesto diálogo en marcha pueda producir resultados positivos no es pesimismo, sino realismo. Tampoco es una posición extremista. Simplemente, resulta algo lógico en virtud de las experiencias vividas hasta ahora y frente a las cuales nadie puede llamarse a engaño y, menos aún, olvidarlas, so pena de pasar por estúpidos.

Ahora que vuelve a plantearse el tema del diálogo y las negociaciones entre el régimen y la oposición democrática -sin que haya mayores detalles al respecto, ni fecha fijada- no hay que olvidar los anteriores precedentes, como tampoco la táctica del primero para postergar lo más posible las conversaciones, ganando tiempo de cara las elecciones regionales de noviembre. Bien se sabe que ya tiene acordado con los “alacranes” y afines toda una tramoya para intentar cubrirse con una falsa legitimidad, al tiempo que podría repartir entre estos últimos algunas migajas de la torta burocrática.

Por si fuera poco, Maduro ha exigido como condiciones para negociar que se le reconozca como “presidente legítimo” y también sus Poderes Púbicos, al tiempo que ha vetado a Guaidó como interlocutor válido. Si esto no es bloquear de antemano un diálogo entre ambos, no sé de qué otra forma se podría calificar. Además, si se le cumplieran esas condiciones al régimen, todas ellas negadas hasta ahora por sus adversarios, estos también podrían plantear las suyas y, si son maximalistas como las de Maduro, no sé sobre qué hablarían, qué cuestiones discutirían y en cuales asuntos podrían ponerse de acuerdo.

Aun así, el diálogo es necesario en estas trágicas circunstancias, producidas por la siembra del odio a partir de 1999; el desconocimiento del adversario y su liquidación en sustitución de la cultura del diálogo implantada en la República Civil (1958-1998). Si hubieran apelado al diálogo desde el principio, y no a la confrontación, otra sería la realidad venezolana de hoy.

¿Quién podría decir -insisto- que dialogar y negociar entre el régimen y la mayoría opositora no es necesario en estos momentos, si esa iniciativa podría significar la búsqueda de una solución a la tragedia que hoy sufrimos? ¿Y quién puede dudar ahora que la solución de la gigantesca crisis que padecemos pasa necesariamente por una salida constitucional y democrática?

La urgencia de una salida como esa comienza, como resulta obvio, en el plano político y electoral y debe conducir a la sustitución del actual estado de cosas. Porque pensar que la actual ruina económica del país, la destrucción del aparato productivo nacional -tanto público como privado-, el alto costo de la vida, la hiperinflación, la especulación y la carestía, entre otras calamidades, se van a resolver en una fulana “mesa de diálogo” es una mentira descomunal. Aquí los pañitos de agua tibia no sirven.

Pensar también que esos acuerdos podría resolver la hecatombe moral, económica y social que ha producido este régimen desde 1999, con sus desgraciadas secuelas de corrupción avasallante -especialmente la de su cúpula, que ha consumado el más gigantesco saqueo a Venezuela en toda su historia- y de profundización de la miseria, la pobreza y el hambre como nunca antes, es otra gran mentira.

Pero también es menester advertir que estamos ante un régimen que viola sistemáticamente la Constitución y las leyes, con sus tribunales del terror persiguiendo y judicializando a los adversarios, negando así un principio democrático fundamental, como lo es respetar la opinión de quienes no piensan como ellos.

Por lo tanto, y frente a un interlocutor que no genera en lo más mínimo confianza, el diálogo debe tener también mediadores y fiadores, como resulta obvio. Los primeros como facilitadores de las conversaciones, y los segundos como garantes de que las conclusiones a que puedan arribarse para resolver la crisis se cumplan. Y entonces también hay que preguntarse: ¿existen esos mediadores y fiadores, visto que los que ha habido fracasaron en tales actuaciones?

Finalmente hay que advertir que el diálogo y las negociaciones no sustituyen la lucha en las calles por parte de la oposición mayoritaria. Lo afirmo porque nadie está en capacidad de asegurar que aquellos tendrán éxito, aunque casi todos lo deseemos. Pero si fracasaran -ojalá que no-, la lucha debe intensificarse, y la calle es el mejor escenario de la protesta pacífica, vigorosa y contundente contra este infierno en que nos ha metido el régimen, empobreciéndonos a todos, mientras ellos cada día se hacen más ricos.