León Sarcos: Tiempos de Dostoievski

León Sarcos: Tiempos de Dostoievski

A Rosario Sarcos Iguarán 

De niño solía dejar la lectura de la página roja de Panorama de último, como si fuera una obligación a la que inconsciente me negara o, por el contrario, un delicioso postre con el que se finaliza un suculento desayuno. De esas dos opciones terminaría décadas después aceptando que se trataba de la primera, cuya impresión, dada mi corta edad, solo pude descifrar con precisión al pasar a la vida adulta, puesto que desconocía la fibra de la que verdaderamente estaba hecho mi espíritu. 

Hoy, cuando todas las páginas de los periódicos digitales son indiscriminadamente rojas e indiferentemente rosas, concebidas para entretener enfermos de existencia, he debido optar —dolorosamente, para salvar lo poco que resta de la estética de mi alma— por la cancelación parcial o total de mi vida en las redes. Siento que me desgarra los sentidos saber de tanto crimen, tanta mentira, tanta manipulación, tanta pornografía de mal gusto, tanto desmesurado yo. Si han comenzado a aparecer virus que atentan contra la vida física de la humanidad, la revolución digital abrió por igual las celdas donde estaban encerrados juntos todos los virus más oscuros y perversos del ego humano.   





Hay tiempos en el mundo en los que el mal se encuentra tan agolpado que no me deja ver. Los felices XX del siglo pasado ayudaron a cicatrizar las heridas y a levantar escombros de la primera guerra y a su vez fueron años de aurora anunciadora de otra guerra, la más cruenta librada por la humanidad. Dicen que Dostoievski, aunque mucho antes, escribió Memorias del Subsuelo —después del fallido intento zarista de fusilarlo—, en el peor momento de su vida: habían muerto su primera esposa, su hermano más querido y se sabía enfermo de epilepsia y sometido a la presión estresante por deudas de juego, bajo el asedio imaginario y permanente de un crónico dolor de muelas. 

A sus críticos, que lo acusaban de habitar en el subsuelo, respondía con hilaridad: Necios, esa es mi gloria, ya que ahí es donde habita la verdad. Nada es sagrado. Dostoievski, gracias a su magistral escritura y su temática, hizo posible el reconocimiento literario del nihilismo en Rusia. Borges afirmaría de los escritores rusos: Los rusos y los discípulos de los rusos han demostrado hasta el hastío que nada es imposible: suicidios por felicidad, asesinos por benevolencia, personas que se adoran hasta el punto de separase para siempre, delatores por fervor o por humildad…

Sin lugar a dudas, la lectura acompaña los tiempos, o, en otras palabras, el lector pide al tiempo ejercer su derecho a la defensa, demandando una clase de escritor que le aproxime explicaciones a su época. Así como se habla de Edgar Allan Poe como creador del género policial, debemos buscar en Fedor Dostoievski un precursor de la criminología como ciencia en sus muchas obras. En Crimen y castigo, Los hermanos Karamazov, El idiota, Humillados y ofendidos, El jugador, podemos respirar el ambiente sórdido, violento y cruel de los tiempos que vivimos. Una sola frase de Los Endemoniados retrata su clara vocación nihilista y expone por qué los seres humanos más puros e inocentes están también tentados a cometer los crímenes más crueles:

Es claro e inteligible hasta la obviedad que el mal anida en los seres humanos más profundamente de lo que nuestros médicos socialistas suponen; que ninguna estructura social eliminará el mal; que el alma humana seguirá siendo lo que siempre ha sido; que la anormalidad y el pecado surgen de la propia alma; y, por último, que las leyes que rigen el alma humana siguen siendo tan poco conocidas, tan oscuras para la ciencia, tan indefinidas y tan misteriosas, que no puede haber ni sanadores ni jueces últimos.

Siento que la tragedia y los malestares de nosotros y los otros penetran el alma humana por muchas vías. Las observaciones, las percepciones, las impresiones, las vibraciones de los otros y los registros de las situaciones vividas con todas las alteraciones felices o trágicas se hacen una parte tan propia como la sangre, y no sabemos cómo con cuanta condescendencia, lástima o conmiseración, cuál de los sentidos voluntariamente eligen para trabajar como mutación de células o descomposición de alguno de los órganos en los que se hará presente la enfermedad. Nada de lo que padecen los sentidos pasa desapercibido por nuestro organismo; todo deja su marca, solo que una parte la desechamos y otra permanece en vigilia porque nos gusta o nos duele. 

Como dijera Marcel Proust, tierno y sutil, de pluma opuesta al existencialismo dostoievskiano, pero no menos cruel en algunas apreciaciones acerca de la vida: Tener un cuerpo es la gran amenaza para el espíritu. De los males que molestan la espiritualidad, la mayoría son los alimentos que enferman al cuerpo. 

Vivimos acorralados por la mala vibra, asfixiados en una sociedad sin salidas, sin expectativas, sin ilusiones. Amarrados a decenas de detalles pusilánimes que nos martirizan a un elevado costo emotivo. Esclavizados por miserias, por discursos canallescos, por la brutalidad y el primitivismo de delincuentes y hombres de uniforme. En un mundo donde crece el protagonismo de ficción para tranquilizar al ignorante y pujan el autoritarismo, el anarquismo y el integrismo para imponerse sobre la libertad y el futuro de los seres humanos. Este, ya lo vivimos, será el siglo de las pandemias más horribles y letales y de los desastres naturales más sorprendentes, producto de la ignorancia y la violencia, del deterioro ambiental y el sobrecalentamiento de la tierra.

En esas condiciones de bombardeo a la psiquis no hay estructura humana que se mantenga en pie, aun con alma y fuerzas espirituales de superhéroe. De nuevo Proust: El cuerpo encierra el espíritu en una fortaleza; pronto esa fortaleza queda sitiada por todas partes y el espíritu, al fin, tiene que rendirse. 

Desafortunadamente, a lo largo de mi vida he podido desarrollar, gracias a mi instinto primitivo, a mí capacidad de observación, a mi amor devoto por la lectura y a múltiples experiencias místicas, una elevada sensibilidad para sentir a los otros en momentos estelares de su vida. Eso me anima espiritualmente a percibir estados de sufrimiento extremo que provocan una conmoción en mi alma. Cuándo pienso en los familiares, amigos, y conocidos y desconocidos, pero al fin seres humanos, fallecidos de manera repentina por causas aún misteriosas, o en manos de verdugos por razones políticas o religiosas, tengo que sentirme abrumado y consternado En realidad, no me gustaría sentir tanto, si pudiera ser insensible sería menos infeliz y mi vida no sería tan tormentosa.

Si fuera un pintor consagrado y alguien me pidiera un fresco que representara estos negros tiempos, yo se lo dibujaría con letras sobre paredes de barro.  En este subsuelo de voluntad demoníaca, cuando se pregunta cómo actúan los que saben vengarse, los que saben cuándo la necesidad de venganza se adueña de ellos, después de una larga y complicada disertación en solitario, Dostoievski, con resignado cinismo, concluye:

…Por eso hay que acomodarse voluptuosamente en la inercia, a pesar de chirriar los dientes al comprender que no tenemos contra quién enfurecernos ahora, ni posiblemente nunca, que hay dando vueltas juegos de manos y de cartas, que estamos embarrados hasta las rodillas sin que entendamos por quién ni por qué. A pesar de tantas preguntas sin respuesta y de engaños, continúan padeciendo y cuanto menos saben, más sufren.

Hace unas semanas escribí para Papel Literario, abordando este mismo tema, un corto ensayo titulado Dios está dormido. Una vez publicado, un buen amigo, uno de los castigados millones de emigrantes de manera simpática me contestó: No solo está dormido, sino que está roncando y pidió que no lo molestaran.

León Sarcos, septiembre 2021