Manuel Barreto Hernaiz: Un impostergable acuerdo

“La sociedad civil, cayó así por su propio peso en un falso dualismo, no es el reino de la virtud superior a la maledicencia de los partidos. Ésta, como sucede con aquéllos, padece tensiones con la democracia.”
Víctor Hugo Martìnez

Los políticos y los partidos políticos en democracia son muy necesarios, ahora bien, además de políticos honestos se requiere también de una ciudadanía honesta e ilustrada que no ceda al guiño de la antipolitica. Nadie pone en duda que ésta es la hora de los partidos; que son esas las únicas organizaciones llamadas a convencer a la ciudadanía acerca de los pasos necesarios para el rescate de nuestro país; pero reconocer la importancia de los políticos no obvia hacerle las críticas pues el ejercicio de la práctica política debe estar sustentado en principios éticos. El estamento político tiene la piel muy sensible a la hora de las críticas. A veces olvidan que, al ser figuras públicas, inevitablemente están en la mira por sus acciones y omisiones, como también pasan por alto que la sociedad civil no es enemiga de nadie, pero sí un juez muy pendiente de la rendición de cuentas.

La sociedad civil está consciente de mantener los partidos políticos, solamente que el funcionamiento actual de éstos no corresponde con sus expectativas. Para que vuelvan a tener vigencia, tienen que refundarse, que reconstruirse radicalmente, algo que parece muy difícil pero no imposible.





Por tal razón, recae en la sociedad civil la tarea de liderar, conjuntamente con los partidos políticos -sin infiltrados ni adláteres- la transformación socio-política de nuestro país.

Por otro lado, la sociedad civil en su conjunto tiene también su cuota de responsabilidad en los avatares de esta sinuosa travesía de dos décadas tan complejas.

La sociedad democrática exige compromisos de ciudadanía por parte de ciertos empresarios, no apuestas a ganadores utilizando a dirigentes y candidatos a quienes amarran con apoyo financiero, para una vez lograda la elección, tenerlos a disposición de sus intereses. Se da el caso que juegan en varios tableros, aportando recursos a todas las opciones. De modo que ganare quien ganare sus intereses, muchas veces non santos, queden favorecidos.

Cuando vemos la situación de nuestra oposición democrática estos asuntos presentados con cierto nivel de abstracción se expresan de manera concreta: se habla de “alacranes”; diputados y dirigentes saltando alegremente la “talanquera”, o apropiándose de partidos; se habla de “enchufados”, esos que brincaron de comprar querosén en la bodega a poseer bodegones repletos de no importa que.

En fin, no podemos obviar que para volvernos ciudadanos responsables debemos recorrer muchos caminos y cruzar muchos puentes, evitando con templanza y dignidad, caer en ese tropicalizado Síndrome de Estocolmo.

No es cuestión de reverenciar el pasado reciente, pero tampoco de satanizarlo pues ha prevalecido la conciencia y análisis de los errores cometidos en la actuación política durante esa vilipendiada trayectoria. El primero de todos, y hay consenso general al respecto, es no haber estado más unidos, no haber trabajado los partidos más estrechamente ligados entre sí, no haber sido capaces de traducir esta alianza de partidos democráticos, en una dirección política única para constituir en la práctica una sola fuerza dirigente de la recuperación del país, sobreponiéndose a las diferencias, a las discusiones en torno a muchas cuestiones difíciles de resolver, y a los enfoques y matices diversos para abordar la realidad y seriedad del momento en la Plataforma Democrática.

Son momentos propicios para un reencuentro ciudadano, no como catarsis, sino mediante la creatividad o la válida crítica aguda, en resumen, algo políticamente innovador; un emprendimiento libertario. Que nuestras redes sociales sean algo más que una fuente de rumores incontrolables, del descubrimiento de “novedades refritas” las más de las veces, auspiciadas por esa perversa y costosa sala situacional del régimen que no descansa.

Se hace pues imperativo buscar con ahínco nuevas formas que permitan elevar la deliberación a nuevos niveles de consenso en la acción, de mayor racionalidad y eficacia práctica, pues si bien se acepta como recurrente catarsis, parece que el hobby favorito de algunos es despotricar de los partidos y no valorar el enorme esfuerzo que éstos han hecho por superar, en la práctica, errores del pasado. La unidad alcanzada es la mejor autocrítica y la demostración de que no se quiere tropezar dos veces con la misma piedra.

En un riguroso ensayo a propósito del tema que hoy nos ocupa, anotaba el doctor Víctor Hugo Martínez González, catedrático de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales-México: “Para crear y fortalecer ciudadanía mediante sus funciones y mediaciones con el sistema político, los partidos y las organizaciones de la Sociedad Civil precisan el suelo fértil de un Estado que extienda la democracia más allá del régimen y la trama electoral”.

Así las cosas, las organizaciones de la sociedad civil tienen que responder rigurosamente al preguntarse qué democracia quieren, tienen que saber qué rol político quieren y cuál rol le dan a los partidos, o si seguirán esperando a que se destrocen para sustituirlos; pero siempre considerando que la crisis política, desde la perspectiva de la acción política no es responsabilidad de unos o de otros, sino que es responsabilidad de todos. Se hace impostergable llegar a un acuerdo con todos los actores para saber cómo se articulan representación y participación.