Miguel Henrique Otero: El circo Guinness y el pan con mortadela

Miguel Henrique Otero: El circo Guinness y el pan con mortadela

Recordemos: la institución que hoy lleva el nombre de Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela, nació en 1975, durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, del que recibió un enorme apoyo. José Antonio Abreu, hombre de indiscutibles capacidades persuasivas, concibió y puso en marcha aquel proyecto de gran envergadura, en un momento en que los ingresos que producía la renta petrolera eran enormes. Pérez y su gobierno ofrecieron la plataforma financiera y gubernamental que la idea merecía. Abreu sorprendía a sus interlocutores, no solo por la propuesta cuantitativa –una red de escuelas-orquestas diseminadas por el territorio– sino por un método pedagógico, ciertamente innovador, que permitía que, desde el comienzo, niños y jóvenes se iniciaran en la ejecución de los instrumentos.

Con el paso de los años, Abreu entendió el enorme potencial de carácter social que tenía la red. A comienzos de los noventa, si la memoria no me falla, el perfil de la institución se amplió hacia lo social, lo educativo y hasta lo familiar. En las sedes del sistema de orquestas no solo se impartían clases de música: también comenzaron a ofrecer soluciones a miles de y hasta decenas de miles de menores que provenían de familias pobres o muy pobres. La que había nacido como una institución cultural creció y se transformó, con todos los riesgos que ello representa, en una estructura pedagógica-social que llegó a velar hasta por el estado de la alimentación de sus integrantes.

Durante los siguientes gobiernos de la era democrática, los de Jaime Lusinchi, Luis Herrera Campins, el segundo gobierno de Pérez, el gobierno interino de Ramón J. Velázquez, el segundo gobierno de Caldera, de todos, la iniciativa de Abreu recibió soporte, con los altibajos asociados al precio del petróleo. Fueron años de expansión interna y externa del sistema de orquestas, de creación de programas especializados y de exportación del modelo. No hay que olvidar que fue durante la era democrática que las orquestas adquirieron el nivel musical necesario para viajar y hacer giras internacionales. Difícilmente el lector no especializado podría imaginar el esfuerzo logístico y financiero que ha significado levantar el Sistema, en términos de recursos y organización: sedes, oficinas, sillas, atriles, instrumentos, partituras, docentes, clases, horarios, ensayos, bebidas, alimentos y mucho más, todo ello para miles de personas. Escuchar a José Antonio Abreu narrar la responsabilidad y los costos que significaba volar con 150 niños a una presentación en Europa o Asia sorprendía. Basta con pensar solo en los costos de los boletos aéreos y el pago de los hoteles para preguntarse cómo era posible aquello.





Y es que, por encima o al mismo nivel de la dimensión social, estuvo siempre la búsqueda de la excelencia musical. Muchas veces, en Venezuela y fuera de Venezuela, a Abreu le preguntaron por la calidad musical. Y su respuesta fue siempre invariable: de ese semillero pedagógico-social surgirán los talentos y se proyectarán como ejecutantes y directores. Y así ha sido, en no poca medida. A causa del exilio y la migración forzada, miles y miles de músicos venezolanos trabajan y escenifican sus capacidades en decenas de países.

Desde que Chávez llegó al poder intentó tomar el control del Sistema. No lo logró, porque los oficios políticos de Abreu lo persuadieron de que era mejor beneficiarse de la imagen de la orquesta que destruirla. Abreu logró que personeros del régimen se asumieran como protectores de la institución. Eso sí: a cambio de favores. Si Abreu ha debido o no ofrecer concesiones al régimen es un asunto que siempre provoca encendidos debates. Esto debe quedar claro: de no haberlo hecho es probable que la ruina hubiese llegado con prontitud. Si Chávez hubiese decidido acabar con el Sistema, como alguna vez se lo propuso, ni el apoyo internacional ni del sector privado hubiesen podido impedirlo.

En su carácter de Fundación de Estado, el sistema de orquestas, a pesar del documentado deterioro que está experimentando, no puede decirle que no al régimen si son convocados a una patética escenificación para que Maduro y su banda, no el Sistema, pueda colgarse la medalla superflua y patética de un premio Guinness.

Que el régimen haga uso propagandístico del sistema de orquestas (mi sensación es que la jugada no les salió bien), nada cambia. Nada. Los niños y jóvenes seguirán llevando una vida de precariedad. Cuando vayan a clases no solo llevarán consigo sus deseos de aprender, también su hambre. La carencia de presupuesto, de energía eléctrica y agua en las sedes, permanecerá invariable. Los bajos salarios bajan a medida que la inflación siga disparada, decrecerán día a día. La falta de instrumentos y de dotación en todo el país empeorará de forma irremediable. Nicolasito seguirá sin encontrar el lugar desde el que soplar la flauta. Mientras el régimen mueve los hilos para lograr el Guinness (por cierto, un premio inglés, creado por una corporación fabricante de bebidas alcohólicas), en la ciudad de Valera los militares se apropian de la sede del Ateneo de Valera, el lugar destinado a una biblioteca y al sistema de orquestas.

Pero ese sistema de orquestas, al contrario de lo que muchos han advertido, no ha permanecido en silencio. Se ha rebelado en dos oportunidades. En primer lugar, programó la Marcha eslava en Si bemol, escrita por Tchaikovski, que es una composición que homenajea la resistencia y la lucha por la libertad. Por supuesto, el régimen no se percató de que el concierto fue una expresión de rechazo. Y, como ya vimos, al terminar el circo Guinness, los jóvenes músicos improvisaron una marcha gritando que no querían más pan con mortadela. Asistieron, obedecieron al dictador, pero mantuvieron su dignidad intacta.