León Sarcos: Liderazgo y Unidad

A María del Carmen Vásquez

El primer atributo de un gran líder consiste en saber articular mágicamente ideas de diversas fuentes y voluntades de diferentes niveles de inteligencia, de carácter y de ego. Su atributo segundo: mimetizarse y desprenderse de su yo mientras lo logra. Y, en tercer lugar, conciliar con todos y entre todos la visión y la misión de lo que se proponen para la institución o el país. El líder pasa a ser tal cuando la mayoría de la gente de manera natural voltea a mirarlo con atención y a escuchar como enamorada lo que le propone quien la corteja.

Para llevar a buen puerto su proyecto, debería tener por lo menos muy claras las ideas — depuradas y haberlas expresado verbalmente o por escrito— que conforman las grandes líneas estratégicas que definen los alcances de su propuesta. Debe lograr el consenso mínimo mayoritario entre sus seguidores. Y debe tener operadores calificados tan silenciosos como él en sus comienzos, para que sus ideas fluyan hacia abajo y hacia los lados como el caudal transparente de la canción del rio, sin distorsiones ni ruidos. 





Es imprescindible que el dirigente aspirante a líder tenga prestigio personal, profesional y socio cultural. Es igualmente indispensable que sea percibido como íntegro, y que su vida, sus carencias y sus padecimientos corran en paralelo a los de la gran mayoría. Lincoln sentía una parte de su alma esclavizada. Betancourt padecía persecución y estrecheces económicas en el exilo, las mismas tensiones y carencias de casi todos los venezolanos de los tiempos del gomecismo.

Un aspirante a líder jamás debe manejar dinero público directamente, ni aun ostentando un cargo burocrático. Menos aún, en un país en condiciones críticas, hacer gala de una vida plena mientras la gente muere de hambre en las calles y no hay desayuno en las escuelas. Debe tener una vida muy modesta, en correspondencia con su discurso, debe ser una figura solvente, sin mácula, que sobresalga por su altruismo y su ética.

El liderazgo no se anuncia, no se regodea en palabrería sin sentido; sabe cuándo sentencia y sabe cómo se habla con el silencio. No hay que decirle: ya lo sabe. Ha aprendido a leer las miradas, a decodificar las intenciones ocultas en las palabras y las simulaciones. Tiene el don de la oportunidad y el alma de un pulpo para sentir el palpitar de las necesidades espirituales y materiales de su gente. Cuando declara es consistente y agudo; por eso piensa muy bien lo que dice y lo filtra varias veces dentro de sí mismo.  

Entre el grupo de venezolanos que aspiran a conducir la oposición democrática, ninguno ha demostrado que tiene la condición de líder indiscutible, porque de no ser así, ya hubiese sido aceptado plenamente por el resto sin discusión alguna. Hasta ahora todos cojean en una u otra o muchas direcciones y eso hace que ninguno pueda imponerse con el respeto y la grandeza que debe tener para los otros. Todos son malas caricaturas quijotescas que caminan sin rumbo y sin destino a ninguna parte. Todos exigen de los otros lo que individualmente ninguno de ellos tiene.

El liderazgo del régimen es un liderazgo chinchurria, atornillado en la fuerza y en los peores hábitos y defectos del venezolano, hecho de lo último de la res, las vísceras; pero el liderazgo de la oposición luce chucuto, como un perro sin cola o un toro de lidia de cachos afeitados, como algo que no está completo, terminado, le falta forma, consistencia y madurez. Es como un texto crudo, una pizza a medio cocinar o una paella sin mariscos. Siempre le falta cuando los otros vienen de vuelta satisfechos con sus menjurjes y sus cruzados de chanfaina.

Unidad no equivale a unanimidad; siempre habrá disidentes sin fuerza para fraccionar notoriamente, alacranes y traidores que muestren lo endeble de nuestra cultura política, y francotiradores de oficio, pero es innegable que la unidad de los factores democráticos de más arraigo en la cultura política venezolana es no solo posible, sino de vida o muerte para las instituciones que conforman la república y para todos los amantes de la democracia y la libertad.

Los liderazgos y la armazón de los intereses vitales de una sociedad no se construyen jugando con Legos en el piso a la política. Es necesario un paciente trabajo de cultivo y enamoramiento de la gente de los barrios y urbanizaciones a base de creatividad, ideas, voluntad e imaginación. Que no vengan con el cuento de que todo está diagnosticado y de excelente manera. Necedades, el mundo ha cambiado de manera tan vertiginosa en los últimos veinte años que lo que necesitaba reformarse cuando llegó la dictadura hoy necesita cambiarse y lo que necesitaba cambiarse hoy necesita inventarse.

Todos son útiles en esta crisis, que ya es una tortura demasiado cruel para los que menos tienen y un ambiente desquiciante para una clase media arruinada que ha visto perdidas dos décadas de lo mejor de su vida. Esta dirigencia será corresponsable de esta catástrofe si sigue cada uno de sus dirigentes con sus problemas de vedetismo, sus deseos egoístas de primacía, y su exacerbado cretinismo heurístico. Ya es hora de poner fin a tanta frivolidad política y a tanta miopía de horizonte.

Cuando se compara a estos dirigentes del presente con Rómulo Betancourt y la generación de los fundadores, uno se da cuenta, tristemente, de que aquel era un gigante, cuando logró que dos figuras tan descollantes, soberbias, inteligentes y con muchas mejores dotes oratorias que él, como Caldera y Villalba, sucumbieran ante la inmensa majestad de su liderazgo. Porque a su inconfundible don de mando, capacidad de articulación y organización, su integral visión de país, su talento para comunicar, su carácter, su ética y su grandeza, se sumaba un coraje legendario, una solidaridad y fraternidad enorme con su gente y una entrega de cristiano primitivo que lo distinguió como el impulsor principal del modelo democrático. 

Nació, Punto Fijo, en un pacto de partidos y se consolidó, nacerá y germinará un modelo distinto de unidad fundamentado ya no en los partidos, sino en las organizaciones no gubernamentales, con líderes especializados en temas de sus angustias y dolores: los defensores de los parques, como hay defensores de los animales, de la igualdad sexual, de los panaderos, de los taxistas y del aborto. Muchos ciudadanos peleando por perfeccionar y crear nuevos derechos, para orientar sobre los nuevos deberes. Norberto Bobbio, eminente científico social italiano, habló alguna vez de lo que parecía una utopía, pero un día llegaremos al punto, con la era digital, en que cada quien podrá votar con suma facilidad, apretando un botón desde la cama de su casa. 

El mundo es otro: todo requiere una nueva configuración, más en nuestro caso, que hace más de 20 años salimos del mundo global y saltamos de la modernidad hacia atrás, en busca de letrinas, lámparas a gas, curanderos y tobos de agua con totuma para lavar la mugre. Aprovechemos la reconstrucción de la democracia para forjar un nuevo país, una mejor democracia y un ser humano más libre, menos digital y arrogante, simplemente más enamorado de la ciencia, pero a su vez generoso e indulgente con el prójimo. Ello es posible hoy más que nunca. Nuestra pasta humana es de buena calidad intelectual y moral; ya lo hemos demostrado cuando se evalúa a nuestros profesionales que se marcharon temporalmente en la diáspora.

No visten uniformes, ni llevan pistolas al cinto, ni exhiben pertrechos y correajes como si fueran a la guerra, a confrontar y a matar. No, son civiles que saben y muestran distintos tipos de conocimiento, técnico, científico y humanista. Aprendieron la convivencia, el respeto, la tolerancia y la civilidad. No gritan, no taconean; sienten a donde van que las policías y los militares los tratan con dignidad y eso los hace honorables ciudadanos, en cualquier país del mundo. Nadie les pide papeles para quitarles dinero. Nadie revisa sus bolsillos para robarlos.

El militarismo tendrá vigencia en Venezuela hasta que los civiles lo decidan, y para eso no pasará mucho tiempo, si y solo si, somos capaces de consolidar un incorruptible liderazgo y una unidad invulnerable a todo chantaje, a toda mediación corrupta y a toda miseria humana. 

León Sarcos, noviembre 2021