Federico Jiménez Losantos: Garzón, Zapatero y la Banda de Puebla hacen las Américas

Nadie sabe cuánto dinero tiene Garzón. La última minuta que se conoce de su despacho Ilocad (Ilocalizable, le llaman con sorna en la Agencia Tributaria) la proporcionó a la policía el Pollo Carvajal y ascendía a casi nueve millones de euros, para “las relaciones con la fiscalía y otras instituciones”. Una labor técnicamente asegurada y sin esfuerzo, porque Garzón cohabita con Dolores Delgado, Fiscal General del Estado y ex-ministra de Justicia del Gobierno social-comunista de Pedro Sánchez.

Por su presunta relación íntima y paralela con Cristina Kirchner, es posible que la fortuna de Garzón duerma el sueño del Trinque Universal en la misma bodega del mismo banco que la de los Kirchner, cuyo mecanismo de cobro de comisiones a las empresas argentinas desde hace décadas acaba de ser sobreseído por dos jueces ad hoc, del mismo género de Garzón.

Este pésimo instructor en la Audiencia Nacional, cuyos autos salían esmaltados de faltas de ortografía, se hizo famoso como juez estrella contra el terrorismo y el narcotráfico, con gran aparato publicitario, que nunca se sustanció en condenas a los narcos. Y Felipe González, cercado por casos de corrupción, lo fichó número 2 en las elecciones de 1993. “Le costó poco convencerlo”, se rió la entonces esposa del presidente, Carmen Romero. Y nada le costó volverse a la Audiencia cuando González incumplió su promesa de hacerle Superministro, como el Zar Anti-Droga USA, y reabrir los casos de terrorismo de Estado del GAL. Por poco no entró en la cárcel.





La reinvención comunista de Garzón

Garzón sobrevivió al irritadísimo Gobierno de González gracias a la protección del imperio PRISA, del que siempre ha sido brazo judicial. Y con la llegada de Zapatero al poder, migró al orbe comunista a través de las ONG supuestamente defensoras de los Derechos Humanos, su refugio habitual tras la caída del Muro en 1989 y mientras fraguaba el Foro de Sao Paulo, la nueva Komintern, luego ampliado al Grupo -más bien Banda- de Puebla, al que pertenecen, Garzón aparte, Zapatero e Irene Montero, desde la época en que era emperatriz de Podemos como pareja de Pablo Iglesias.

Jaleado por la izquierda irredenta, Garzón trató de juzgar a Pinochet y, luego, en la misma clave “antifascista” de los años 30, importó a España la fórmula, calcada de los Kirchner, de los “desaparecidos”, endosándolos al franquismo mediante la manipulación de los datos de los muertos de la guerra civil (285.000, los dos bandos) y la posguerra (30.000 ejecuciones), dentro del plan de Zapatero, convertido en Ley de Memoria Histórica, que pretende deslegitimar la Transición como continuación de la dictadura. ¡Qué más quería la izquierda mundial que resucitar a Franco y a Hitler para lavar los cien millones de muertos de sus adorados regímenes comunistas!

Como Garzón es semianalfabeto, pero atrevido, llegó a meter en un auto la cifra de 114.000 “desaparecidos” en España, a lo que la propaganda comunista añadió que España es el país con más desaparecidos después de Camboya (dos millones y medio de muertos bajo el comunismo). Y para asemejarse más con la propaganda de los desaparecidos de los Kirchner, cuya matriarca adora a Garzón, expulsado por prevaricación -recordemos- de la carrera judicial, la izquierda mediática se inventó el robo de niños en el franquismo, algo, pese a los muchos reportajes, absolutamente falso.

Tras la pionera y heroica investigación de Victoria Villarruel (Los llaman “jóvenes idealistas” CELTYV, 2009) y trabajos recientes como el de Ceferino Reato (Los 70. La década que siempre vuelve, Ed. Sudamericana, 2020) sabemos que nunca hubo 30.000 desaparecidos en Argentina, como sostiene el kirchnerato pese a la confesión en contrario de los responsables, más decentes que los que usan esa tragedia para legitimar su cleptocracia. Se inventó la cifra porque al denunciar en Europa 4.000 desapariciones, los abogados montoneros vieron que para los organismos internacionales eran pocos al lado de las masacres de la II Guerra Mundial. Mezquina reacción y pícara, aunque falsaria, respuesta. Justificable quizás en un primer momento, pero no como mentira que sirviera para otorgar enormes pensiones a los terroristas mientras se les niega a sus víctimas. Hoy se sabe que los “desaparecidos”, en técnica copiada de los franceses en Argelia, fueron entre 6.000 y 7.000, los previstos por Videla y demás. Pero hay que seguir mintiendo impunemente para seguir impunemente robando.

Cómo inventó Garzón los desaparecidos del franquismo

Garzón aprovechó en un auto el artículo de dos turistas, no juristas, Jasminka Dzumir y Ariel Dulizky, de un llamado “Grupo de Trabajo sobre desapariciones Forzadas e involuntarias”, de la ONU, que desconocían tanto la guerra civil española -que por su naturaleza bélica no contabiliza muertes como desapariciones-, y tampoco las sentencias de muerte de la posguerra, que por provenir de tribunales militares no suponían nunca la desaparición de los fusilados, cuyos nombres constaban oficialmente. No se sabe de dónde sacaron para su supuesto informe la enorme cifra de 114.226 “desaparecidos”, equivalente a todos los muertos de uno de los bandos de la guerra civil durante tres años. Y como no se atrevieron a decir de dónde la sacaban salieron del paso con esta grotesca excusa: “ese número no ha podido ser confirmado de manera confiable por una investigación judicial”.

Así que por supuestos obstáculos en la investigación -no explicados- los turistas de la ONU publican una cifra sin ningún apoyo legal ni judicial. Peor aún: olvidando las que existen en la Causa General sobre los crímenes en guerra y en los archivos militares sobre la represión posterior, que por lo visto desconocen. Y dieron paso a que un juez sin vergüenza ni respeto por los muertos ni por los vivos copiara esa grotesca e infundada cifra en un auto contra “los crímenes del franquismo”, absolutamente ilegal y que, tal y como querían la ETA y la extrema izquierda, iba contra la Ley de Amnistía de 1977, votada por todas las fuerzas políticas tras las primeras elecciones democráticas (con la abstención de Alianza Popular, y porque amnistiaba a asesinos etarras). Era el prólogo de la Constitución de 1978, redactada por consenso y para la que pidieron apoyo todos los partidos: la votó el 90%.

Garzón, que sobre ignorante y poco escrupuloso es un vago, copió esa disparatada cifra, y luego vino otro estudioso, Rodríguez Arias, que en una web de extrema izquierda, Rebelión.org, hizo la famosa comparación camboyana, que repitieron las terminales comunistas. Más tarde declaró que no se había entendido bien la naturaleza de su denuncia. Es una burla siniestra comparar el genocidio comunista de Camboya con la guerra civil española, la represión de posguerra y el régimen de Franco. Sólo rabiosos nostálgicos del Gulag pueden jugar con cifras radicalmente incomparables. Y sólo un juez sin vergüenza pudo utilizarlas para su promoción personal.

Lo que vivimos ahora en España es la continuidad de aquella abyecta aventura de Garzón y de la política guerracivilista del Gobierno Zapatero, mientras estos dos pájaros se han convertido en los embajadores del narco y los grandes abogados del comunismo, disfrazado de indigenismo y loas al Planeta y a los Derechos Humanos. Los que tanto respetan los comunistas.

La fortuna de Zapatero

Como pasa con Garzón, nadie sabe cuánto dinero tiene Zapatero. No hay minutas de Venezuela como la que ha aportado el Pollo Carvajal, o lo que cobrara defendiendo al otro testaferro chavista, Alex Saab. Pero hay un dato reciente: la visita a España en 2020 de Delcy Rodríguez, que dejó a su paso cuarenta maletas seguramente con oro y dólares, y un gran escándalo, estaba organizada por Zapatero. Y la embajada española en Caracas, con el socialista Raúl Morodo al frente, fue durante los años de su presidencia una sede de corrupción sistémica, por la que está siendo juzgada toda la familia. Entre los casos sin investigar está el de la ilegal venta de fragatas a Hugo Chávez por José Bono, ministro de Defensa con Zapatero y viejo amigo y compañero de Morodo en el PSP de Tierno Galván, integrado en el PSOE.

Cuando Zapatero, en el Poder, posaba de “contador de nubes” y decía que “la tierra pertenece al viento”, podía creerse en su inocencia, en que no estaba al tanto de lo que se robaba en Caracas. Visto su entusiasmo actual dentro del equipo de coartadas internacionales del narco-comunismo, ya no cabe la más mínima presunción de inocencia. Es tan descarada su actividad en favor de los regímenes genocidas de Cuba, Venezuela y Nicaragua que, al margen de que la “gacela” (Delcy Rodríguez en los mensajes de Morodo) le haya regalado a su “príncipe” (así llama Delcy a Zapatero) una mina de oro, como se ha publicado sin demasiado rigor, no es difícil suponer que en estos momentos sea el embajador mejor pagado de cuantos, como el peruano Luis Almagro con “Sombrero Luminoso”, se dedican a blanquear la sangre de los cleptócratas comunistas de América.

De los “indianos” españoles que probaban suerte al otro lado del Charco se decía que iban a “hacer las Américas”, aunque, como cuenta Jorge Fernández Díaz en Mamá, pocos lo lograran. Lo que nunca se dijo de los españoles es que fueran a las Américas a deshacerlas. Este dudoso privilegio de orden político-criminal, se reservaba para Zapatero, Garzón y toda la banda de Puebla, narcofavela del Foro de Sao Paulo. Eran la lepra del Viejo Mundo y son el cáncer del Nuevo. Ojalá sean todavía extirpables.


Este artículo fue publicado originalmente en Libertad Digital el 5 de diciembre de 2021