Canibalismo en las cruzadas: la tragedia que obligó a los cristianos a comerse a los musulmanes

Canibalismo en las cruzadas: la tragedia que obligó a los cristianos a comerse a los musulmanes

 

 





 

Hay algo que los largometrajes no han logrado transmitir. Al menos todavía. El hedor de los cadáveres que, ya serenos y huecos de vida, yacen inertes sobre el campo de batalla. En el siglo XI, durante la Primera Cruzada, la guerra no olía a gasoil y a pólvora. Apestaba a sudor y exudaba el calor del desierto. Eran otros tiempos. Los de luchar por una Tierra Santa alejada del cobijo del viejo continente y los de asumir penurias inimaginables en defensa del cristianismo. Y si creen que se exagera, basta con recordar el hambre y la desesperación que debieron pasar los defensores de la ciudad de Maárat para verse obligados a comer carne humana. Así lo reseñó ABC.

El episodio, tan real como tristemente olvidado, es uno de los muchos que recoge el profesor de Historia medieval Thomas Asbridge en su flamante «La Primera Cruzada. Una nueva historia»

Una obra que, a lo largo de sus más de cuatrocientas páginas, se zambulle de lleno en la campaña que inauguró unas contiendas (las cruzadas) que se extendieron durante dos siglos a través de los ojos de cientos y cientos de cronistas. Fue una de las pocas que, sobre el papel, resultaron exitosas y finalizaron con la toma de Jerusalén. Aunque, en la práctica, provocó una infinidad de conflictos internos y muertes.

Primera Cruzada

La Primera Cruzada se gestó en un momento de tirantez extrema en la Iglesia. Según explica a ABC Carlos Núñez del Pino –licenciado en Historia y autor de artículos de divulgación en revistas como Descubrir la Historia, Historia Hoy o Muy Historia– su arquitecto fue Urbano II. «Accedió al trono papal en 1088, una época de enorme tensión y crisis en la institución, muy debilitada por su enfrentamiento con el Sacro Imperio Germánico. Tal era la situación, que el nuevo papa tardó seis años en poder controlar su palacio, ocupado por el Antipapa Guiberto. Urbano, francés de origen, era un auténtico animal político y tenía muy claro su objetivo: recuperar la influencia política», desvela.

La oportunidad de recuperar el poder se le presentó en el 1095, cuando el emperador bizantino Alejo Comneno solicitó ayuda para detener a un ejército selyúcida que llamaba a sus puertas ávido de tierras y riquezas. Urbano II, un verdadero mago de la política, instó entonces a los cristianos a viajar miles de kilómetros hasta Tierra Santa. «Supo instrumentalizar esta solicitud para sus intereses. En un contexto de legitimización de la corona papal utilizó la idea de Cruzada para erigirse como principal defensor de la fe. No solo podría vender la idea de la ayuda hacia los cristianos orientales en peligro, sino que dirigiría la belicosidad de los príncipes europeos hacia tierras lejanas», añade Del Pino.

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