Arauca: SEMANA llegó al corazón del infierno que se vive en la frontera con Venezuela

Arauca: SEMANA llegó al corazón del infierno que se vive en la frontera con Venezuela

Los habitantes de Arauca no habían terminado de celebrar las fiestas del 31 de diciembre cuando empezaron a ver a los pocos días caravanas de carros fúnebres. – Foto: guillermo torres

 

Con sus manos marcadas por el nailon con el que lo ataron durante 36 horas, Pedro, un joven de 20 años, hace un escalofriante relato y dice que está vivo de milagro. Es la primera vez que habla del infierno que vivió el pasado 2 de enero. Él es uno de los pocos secuestrados por el ELN al que le perdonaron la vida, en medio de la violenta disputa territorial y por el narcotráfico que azota a Arauca, en la frontera con Venezuela. Las autoridades colombianas aseguran que al menos 50 personas fueron sacadas de sus casas o fincas con la intención de ser asesinadas. Hasta ahora, ya han sido encontrados 27 cuerpos sin vida, todos con tiros de gracia. Sin embargo, en comunicados de los frentes 10 y 28 de las disidencias de las Farc, se señala que los desaparecidos ascienden a 80. Hoy Arauca es el corazón del infierno.

Por semana.com





El 2 de enero, Pedro madrugó a las cinco de la mañana a la Horqueta, Arauca, a buscar el pago de su quincena como empacador de plátano. Ese domingo salió de su casa en pantaloneta, chanclas y sin camisa. Se subió a la moto y, justo cuando iba llegando a la finca, se encontró a varios hombres que llevaban brazaletes del ELN. Pedro sintió terror al ver que les estaban apuntando con sus armas en las cabezas a un grupo de jóvenes. “No me sorprendió, porque uno por acá ya se acostumbra a verlos. Toda la vida ha sido lo mismo”, relató a SEMANA. De repente, a Pedro lo llamaron con nombre propio y se estremeció. El consejo que más se escucha en esta región es uno solo: “Usted acá es sordo, ciego y mudo. Entre menos sepa, más vive”.

Pero a Pedro lo sentenciaron: “Se va con nosotros por sapo”. Eso le dijeron mientras lo tiraron al suelo y lo acusaron de ser el segundo al mando de una estructura de las disidencias de las Farc. El dueño de la finca y otros vecinos del sector advirtieron que se trataba de un error, pero nada frenó la orden del delincuente. A partir de ese momento, Pedro estuvo en tinieblas. Le vendaron los ojos y, bajo 35 grados de temperatura, caminó por horas, cruzó ríos, lo transportaron en motos y camionetas. Cuenta, por la zona en la que se movía, que atravesó la frontera y llegó a un campamento grande del ELN. En algún momento, dice que escuchó, entre cientos de voces y el sonido constante de fusiles y armamento, que ya estaba en Venezuela y que simultáneamente a su secuestro se estaban fraguando otros más.

“Pensé que ese día me mataban. Lloré y les rogué que no lo hicieran. Pensaba en el dolor que eso le causaría a mi abuela de 85 años”, cuenta, con un nudo en la garganta. A su mente llega el recuerdo de las fotos que circularon en redes sociales de 27 personas, entre ellas dos menores de edad, dos mujeres y cuatro ciudadanos venezolanos: todos ellos aparecieron asesinados y tirados en las orillas de las carreteras y de los ríos, en municipios como Tame, Fortul, Saravena y Arauquita. Él sabe en carne propia lo que las víctimas vivieron antes de su muerte. Pedro narra que durante el primer día no le dieron de comer. Le exigían que entregara las caletas que supuestamente tenía del frente 10 de las disidencias de las Farc. Le insistían que dichos delincuentes habían cometido el error de extorsionar a familias del ELN y que por esa razón él y muchos más iban a morir. Era la declaración de una guerra sin piedad, pero antes de segar sus vidas pedían información.

A él lo encerraron junto con otros tres hombres. Les quitaron las vendas de los ojos por tres largas horas. Ya había pasado un día de cautiverio cuando les llevaron el primer bocado. Les dieron gallina, arroz y plátano cocinado. “Pero yo qué ganas iba a tener de comer si ese nailon me apretaba las manos cada vez que las intentaba mover”, dice Pedro. Cuenta que los otros secuestrados tenían cadenas en el cuello y las manos. Asegura que conocía a algunos de ellos, pues eran de la vereda. Se mostraban positivos, consideraban que saldrían de ahí, mientras Pedro pensaba lo peor.

“Es que estamos viviendo la misma guerra de años atrás, en la que mataban a la población civil porque sí”, asegura Pedro al intentar explicar la frustración que sentía al ver que él decía que no pertenecía a ningún grupo armado ilegal y no le creían. Sobre las cinco de la tarde del 3 de enero lo dejaron abandonado en una carretera. “Pensé que ahí me dispararían”, dice. Su temor, por fortuna, no se cumplió. Funcionarios de la Personería de Arauca llegaron a rescatarlo. Solo tres víctimas, por ahora, han contado con la misma suerte de Pedro. Entre ellos, un excombatiente de las disidencias de las Farc llamado José, quien sobrevivió, pero le aplicaron un castigo peor: entre los 27 muertos identificados están su mamá y su papá. Un primo de Pedro también fue asesinado, y ya vio que dos de sus compañeros de cautiverio fallecieron.

Caravanas de la muerte

El nuevo año ha sido una pesadilla en Arauca. Sus habitantes no habían terminado de celebrar las fiestas del 31 de diciembre cuando empezaron a ver a los pocos días caravanas de carros fúnebres. Las morgues de Fortul y Tame no daban abasto con los cuerpos sin vida que llegaban. Incluso algunas funerarias tuvieron que negar servicios. El paso para recoger cadáveres en ciertas veredas estaba vetado por los delincuentes. Arauca es un departamento atípico. No hay peajes, no hay cámaras en las vías, y ni la Policía ni la Fiscalía hacen el levantamiento de un cadáver. Esa tarea la realiza el funerario de turno. Esto tiene una explicación: a veces, en los cuerpos de las víctimas, los grupos armados ilegales dejan explosivos para atacar a la fuerza pública. De hecho, al cierre de esta edición, varios cadáveres permanecían en las plataneras, las vías terciarias e incluso en el estado de Apure, Venezuela, al otro lado del río Arauca, a merced del apetito de los animales carroñeros. Una verdadera tragedia humanitaria.

El personero de Tame, Juan Carlos Villate, asegura: “Han indicado que los supuestos cuerpos que están del otro lado son de colombianos, pero por las diferencias diplomáticas entre los países se dificulta repatriarlos”. Hasta ahora, se sabe que las víctimas no fueron asesinadas en sus lugares de origen. A varias de ellas las trasladaron con vida para matarlas en un lugar diferente, y en otros casos los cadáveres fueron abandonados en las riberas de los ríos de este departamento.
¿Quién responde? Esa es la pregunta que, con miedo, muchos se hacen en las calles araucanas. Para las autoridades, los responsables de la matanza que ha conmocionado al país son alias Arturo, cabecilla del frente 10 de las disidencias de las Farc y jefe de Antonio Medina, quien lidera las tropas del frente 28, y alias Pescado, otro disidente. Asimismo, culpan a alias Culebro y a alias Sendales, cabecillas del ELN por quienes ofrecen una recompensa de hasta 500 millones de pesos. Iván Márquez, jefe de la disidencia de la Segunda Marquetalia de las Farc, también tiene responsabilidad en la violencia de Arauca, según las investigaciones. Por esa razón, el presidente Iván Duque ordenó la llegada de 600 integrantes del Ejército a la zona para ubicarlos a ellos y someterlos a la justicia.

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