El policía que salió decidido a secuestrar, violar y matar: el calvario de la joven víctima que eligió al azar

El policía que salió decidido a secuestrar, violar y matar: el calvario de la joven víctima que eligió al azar

Una captura del video de la cámara trasera de un colectivo muestra cómo el policía de civil detiene a Sarah Everard mientras caminaba de regreso a su casa

 

La magnífica ciudad de Londres está tranquila y extremadamente silenciosa. Es la quietud artificial generada por la pandemia. La cuarentena, debido a las olas sucesivas del coronavirus, reina en el planeta. Sarah Everard (una alta ejecutiva de marketing de 33 años), luego de comer en la casa de una amiga en el barrio Clapham, al sur de la ciudad, emprende el regreso hacia su departamento. Sabe que serán unos cincuenta minutos hasta Brixton Hill. Caminar por la oscura y solitaria capital inglesa no supone, en principio, un peligro para nadie.

Por infobae.com





Se despide de su amiga y a las 21 arranca su marcha con el barbijo prolijamente colocado, una campera verde flúor, pantalones estampados y zapatillas, también verdes, con cordones rojos. Su pelo rubio asoma alborotado por debajo del gorro de lana beige con el que se dispone a combatir el frío.

Empezada la caminata decide llamar a su novio Josh Lowth (33). Pega el celular a su oreja derecha. Hablan catorce minutos. De tonterías. Como siempre que se tiene la vida entera por delante.

A las 21.27, después de combinar el horario en que se encontrarán al día siguiente, Sarah corta su llamada y guarda el celular.

A las 21.28, una cámara de la puerta de una vivienda particular la registra al pasar. Se la ve claramente. Sarah disfruta de sus pasos en la ciudad como dormida. Aspira profundamente el aire frío y saborea la libertad. Esa libertad que el mundo ha sentido restringida por la peste durante tanto tiempo.

A las 21.32 la cámara de un auto de policía vuelve a grabar su figura solitaria. El espanto está a la vuelta, a un par de minutos solamente, pero nada lo anticipa.

A las 21.35 la CCTV de un colectivo captura una escena distinta: hay dos figuras en la calle Poynders, también un auto Vauxhall Astra blanco detenido con las luces intermitentes encendidas.

Un policía de la prestigiosa Metropolitana de Londres, eso lo sabremos después, ha detenido a Sarah. Es alto, corpulento, de cejas muy espesas y doradas que enmarcan unos ojos claros. Está en sus cuarenta y largos y parece un hombre serio.

La maldad ha chocado con Sarah que va en zapatillas, la mira a los ojos y exhibe su placa. Zapatillas que vendrían muy bien para escapar a toda velocidad de los seres malos, pero ella está frente a una autoridad protectora. Eso cree. Y, por eso, no corre. Qué lástima.

A veces la pesadilla puede tener cara de cualquier cosa e incluso disfrazarse de ley. El hombre que quiere arrestarla por “infringir” el confinamiento se llama Wayne Couzens y es, efectivamente, miembro de una unidad de élite llamada Protección Diplomática de la Policía Metropolitana de Londres.

Es la noche del miércoles 3 de marzo de 2021.

Así iba vestida Sarah la noche del 3 de marzo de 2021. Caminaba de regreso a su casa en Clapham, al sur de Londres, cuando un policía vestido de civil la detuvo supuestamente por infringir el confinamiento (PA)

 

Una historia de 33 años

Sarah nació en Surrey, en 1987, y fue la menor de los tres hijos de Sue y Jeremy Everard. Creció en York con sus hermanos mayores Katie y James. Luego de terminar la secundaria en el colegio Fulford, ingresó en la Universidad de Durham, donde estudió Geografía entre los años 2005 y 2008.

Alegre, de buen carácter con inmensos ojos azules y de contextura pequeña (apenas rozaba el metro sesenta de estatura) su primer trabajo fue en la empresa de marketing Proximity. En septiembre de 2009, cambió de empleo y entró en la agencia creativa, Rapier Consumer Agency. Enseguida, comenzó a ascender. Terminó por convertirse en gerenta de cuentas. En el año 2013, Sarah decidió dar rienda suelta a su deseo de viajar. Renunció y se tomó seis meses para trotar por Sudamérica. Cuando volvió a Gran Bretaña retomó su metier. En los últimos tiempos, con 33 años, era directora de cuentas de McCormack & Morrison y estaba en pareja. Digamos que era una joven mujer que estaba muy feliz con su vida.

Cuando desapareció su padre se desempeñaba como profesor de Electrónica en la Universidad de York y Sue, su madre, trabajaba en una organización dedicada a la beneficencia.

Su desgraciado encuentro con Couzens torció los planes de todos.

Josh Lowth, el novio de Sara de 33 años, fue quien alertó a la policía luego de que al día siguiente la joven no respondiera sus llamadas

 

Buscando a Sarah

Sarah nunca llegó a su casa aquella noche de miércoles. El jueves 4 de marzo de 2021 su novio Josh Lowth (33, director de marketing de MA Exhibitions), quien vivía a pocas cuadras, va hasta su casa. Su novia no está allí, no responde las llamadas y no ha acudido al encuentro que habían pactado por teléfono. La amiga con la que había comido la noche anterior le dice a Josh que Sarah nunca la mensajeó para decirle que había llegado. El celular parece estar apagado. Josh llama al trabajo de Sarah donde le informan que no se presentó en una reunión laboral.

La situación es alarmante y decide llamar a la policía.

¡Si hubiese sabido a quienes estaba llamando! Pero claro, quién podría haber supuesto algo así.

La familia y los amigos de Sarah se adelantan a los detectives y distribuyen flyers con su cara e imprimen posters que pegan en las calles. Saben que Sarah jamás se iría a ningún lado sin avisar.

Las horas corren sin noticias. La angustia crece y crece.

El 6 de marzo, la policía Metropolitana de Londres decide elevar el nivel de alarma por la desaparición de su ciudadana Sarah Everard: “Está fuera de toda normalidad que ella no se contacte con su familia y amigos”. Dan a conocer una de las imágenes de las cámaras de la calle y muestran el itinerario que fue siguiendo para dirigirse a su departamento en Brixton.

Van casa por casa, tocan timbres y hablan con cientos de vecinos. La pregunta es: ¿saben de alguien que pudiera haber estado conduciendo su auto cerca de la calle Poynders? Los agentes solicitan la colaboración del público. Uber, la empresa de taxis, pide a sus 45 mil conductores londinenses que revisen sus filmaciones y las aporten si ven algo.

El 9 de marzo, decenas de buzos rastrean el lago del parque Clapham Ponders. Perros entrenados buscan a Sarah por las calles y los parques por donde debería haber pasado.

Con esta movida obtienen las imágenes que relatamos al comienzo de esta nota. Pero todo se frena en ese auto blanco que aparece a las 21.35 y que, a las 21.38 sigue ahí, abierto de par en par.

En tres minutos puede pasar cualquier cosa.

El policía “indecente”

Veamos la historia de Wayne Couzens, el policía que vestido de civil detiene a Sarah. Couzens nació en Dover, Kent, en 1972. En 2006, con 34 años, se casó con una mujer de origen ucraniano, Elena, a quien había conocido en un sitio de citas online.

Elena nació en 1983 en Ucrania. Al terminar el secundario estudió bioquímica en la Universidad de Donetsk. Se recibió en 2003 y, luego de un período en Suiza, se trasladó a vivir a Gran Bretaña.

Elena, al momento en que su marido se convirtió en asesino, llevaba más de quince años casada con él y trabajaba como técnica en el laboratorio Medical Engineering Technologies Limited. La pareja tenía dos hijos: una mujer de 11 años y un varón de 9.

Lo que se sabe de la biografía de Couzens no aporta demasiados datos personales. En el año 2002 ingresó a las Fuerzas Especiales Policiales de Kent. En 2011, pasó a integrar la CNC (Civil Nuclear Constabulary), una unidad dedicada a la actividad nuclear.

En 2015 surgió uno de los primeros indicios de su conducta sexual desviada. La denuncia refiere una “exposición indecente” por parte de un hombre, Couzens, quien estaba desnudo de la cintura para abajo dentro de su auto. Sin embargo, la policía de Kent no investigó el incidente del “exhibidor” de genitales.

En septiembre de 2018 fue transferido a la Policía Metropolitana de Londres. En 2019, él y Elena compraron una propiedad en Ashford, Kent. Una drag queen lo acusó de propasarse en un club nocturno llamado New Inn y de proponerle tener sexo.

En febrero de 2020, Couzens pasó a la Unidad de Protección Parlamentaria y Diplomática (Parliamentary and Diplomatic Protection). Le tocaba nada menos que proteger, entre otras cosas, el Palacio de Westminster.

En febrero de 2021 fue, otra vez, involucrado en dos quejas por “exposición indecente”. Una de ellas correspondía a una empleada de un local de McDonalds al que Couzens concurrió con su auto. Cuando retiró la comida por la ventanilla la empleada notó que el cliente no llevaba pantalones. Estaba desnudo. Otra vez, la cosa quedó en la nada. Este tipo de denuncias suelen ser minimizadas o provocar sonrisas. Couzens iba por el camino de la perversión, pero quienes podían haber hecho algo andaban distraídos.

El 2 de marzo de 2021, Couzens empezó a las 19 su turno de doce horas. Dejó su guardia en la embajada de los Estados Unidos a las 7 de la mañana del día 3. Tendría unos días libres porque recién debía volver a presentarse el 8 de marzo.

La autoridad de un perverso

Cuando Couzens (48 en ese entonces) se cruzó con Sarah ya tenía su plan. Había salido de cacería y buscaba una presa solitaria a quien engañar con su placa. El contexto de pandemia y su rol de policía eran la coartada perfecta para concretar su perverso deseo. Llevaba más de un mes maquinando cómo llevarlo a cabo.

El auto Vauxhall blanco lo había reservado unos días antes, el 28 de febrero, en una compañía de alquiler en Dover. Dos minutos después de hacerlo, por Internet, compró por Amazon un rollo de film protector para las alfombras del vehículo donde llevaría a su desconocida víctima.

La mañana del 3 de marzo al terminar su turno a las 7 viajó hasta Kent para recoger el vehículo alquilado. Volvió manejando a Londres. Estuvo yendo y viniendo al barrio de Clapham. Midiendo tiempos y sopesando alternativas. La última cámara, antes de toparse con Sarah, lo toma en ese vecindario, a las 21.23.

La suerte de Sarah, que todavía hablaba de nimiedades con Josh por teléfono, ya estaba echada.

A las 21.34 Couzens está estacionado con su auto Vauxhall fuera de Poynders Court. Cuando ve a Sarah decide que es el momento de actuar. Le pide que se detenga y le muestra su identificación policial. Le dice que la tiene que arrestar porque ella ha roto las regulaciones que impiden las reuniones en casas de otros por la COVID-19. Procede a esposarla con sus brazos hacia atrás y la hace sentar en el asiento trasero del auto. Las imágenes conseguidas muestran fragmentos de esta historia. En una se ve la placa del auto. Sarah no discute, después de todo es una autoridad. Una pareja que pasa por el lugar observa de lejos la escena y la ven subir al auto.

Couzens maneja hacia Kent.

Las cámaras siguen revelando su itinerario. A las 23.43 Sarah y él están en Dover. El policía la hace pasar a su propio auto, un Seat.

Ya Sarah debía intuir que estaba en un grave problema.

Wayne Couzens buscaba una presa solitaria a quien engañar con su placa. El contexto de pandemia y su rol de policía eran la coartada perfecta para concretar su perverso deseo. Llevaba más de un mes maquinando cómo llevarlo a cabo

 

Entre las 23.53 y las 00.57 del jueves 4 de marzo, el celular de Couzens se conecta a las torres del área de Sibertswold. Se cree que es en ese lapso que la viola y la estrangula con su cinturón de policía.

A las 2.34 Couzens compra unos tragos en una estación de servicio en Dover. Luego de beber maneja hasta Hoad‘s Wood, así lo confirman las CCTV que lo registran entre las 3.22 de la madrugada y las 6.32. Allí habría dejado el cuerpo inerte de Sarah. Luego maneja de regreso a Dover para volver a subirse a su auto alquilado. Desayuna en Costa Coffee shop a las 8.14 y devuelve el coche rentado a las 8.26.

En su propio auto maneja más tarde hasta Sandwich, en Kent, para descartar el celular de Sarah en un arroyo. Según las filmaciones esto lo hace a las 9.21.

El viernes 5 de marzo a las 11.05 de la mañana Couzens compra treinta litros de combustible en una estación de servicio en Whitfield y un café caramel latte. Luego, en un McDonald´s desde la ventanilla de su auto adquiere una botella de jugo de naranja. Acto seguido llama al dentista de sus hijos y concreta dos citas para ellos. Se muestra calmo. Maneja hacia Hoad‘s Wood. Introduce el cadáver de Sarah dentro de una refrigeradora y le tira el combustible. Lo quema por completo.

A las 13.47 compra dos enormes bolsas de las que se usan en la construcción en el negocio B&Q. Se cree que, más tarde ese mismo día, pone los restos en esas bolsas y las descarta en un pantano.

Luego se reporte con sus jefes y les dice que está padeciendo mucho estrés.

El sábado 6 de marzo le manda un mail a su supervisor para decirle que no quiere portar más su arma de fuego.

Su comportamiento es rarísimo, pero las alarmas no saltan. Esa misma tarde Couzens llama al veterinario de su perro. Le expresa que el animal está muy ansioso y que necesitaría algún medicamento.

El domingo 7 de marzo regresa al bosque. Va de paseo con toda su familia. Es el mismo lugar donde dos días antes violó, mató y quemó a Sarah… ¿Cómo es que vuelve a este lugar? ¿Qué quiere ver? ¿Perversión? ¿Chequeo? Nadie sabe.

El 8 de marzo falta al trabajo, aduce que está enfermo. Pero concurre a entregar su equipo, su cinturón y las esposas que usó con Sarah.

El asesinato se produjo en “circunstancias especialmente brutales, trágicas y devastadoras”, afirmó el juez Adrian Fulford, del tribunal penal de Londres, al anunciar la cadena perpetua contra Wayne Couzens

 

Atrapado sin salida

La policía ya está tras sus rastros. Han identificado el auto blanco, el lugar donde fue alquilado y quién lo rentó. Las cámaras resultan claves.

El 9 de marzo a las 23.54 Couzens es arrestado en su propia casa. Cuarenta minutos antes había tratado de borrar datos comprometedores de su celular.

Una vez en la comisaría los policías le muestran fotografías de Sarah. Él dice, primero, no saber quién es. Luego, asegura que está atravesando problemas financieros y que por haber pagado por sexo en Folkestone, una banda criminal lo está extorsionando y lo tiene amenazado con lastimar a su familia. Asegura que ellos lo chantajearon para que raptara a Sarah.

Disparates. Pero faltan pruebas y lo dejan volver a su casa. Lo más importante es encontrar a Sarah… todos se preguntan si estará viva.

Al día siguiente,10 de marzo, a las 16.20 en una zona boscosa en Hoad‘s Wood, detrás de un complejo de golf en desuso, los perros de los detectives de homicidios encuentran restos humanos. Están dentro de dos bolsas verdes de las que se suelen usar para la construcción. Curiosamente, el lugar está pegado a una propiedad de Couzens. Lo detienen inmediatamente.

La noticia estalla.

Es una bomba: la policía tiene que anunciar que por el crimen de Sarah Everard ha arrestado a uno de los suyos que está en actividad.

La novedad enciende la bronca que, como la pólvora, se disemina entre las mujeres británicas. Vigilias, gritos, represión policial… Las cosas se agravan con cada movimiento desafortunado de las autoridades.

El comisionado adjunto de la Metropolitana, Nick Ephgrave, se dirige al centenar de periodistas que se ha congregado en el exterior del edificio de New Scotland Yard y reconoce que las circunstancias son “shockeantes y profundamente perturbadoras”.

Lo que queda de Sarah

Los investigadores registran la casa y un antiguo garaje de la familia Couzens en Dover, cerca de los Acantilados Blancos. Su mujer Elena (38) es detenida brevemente. La policía piensa que ha ayudado a su marido. Luego, es liberada. La prensa la rodea. Se la ve por primera vez en público y los testigos notan que ya no lleva el anillo de casamiento. Más tarde, los medios ven a Elena dejando la casa familiar, cargada de bolsos y valijas.

El caso ha sorprendido a todos, incluso a la propia familia del asesino. Un amigo de Elena revela que ella le dijo llorando a mares: “Ojalá yo hubiese sabido lo que iba a hacer… Tengo el corazón roto por la familia de Sarah”. Y asegura que ella decidió irse de su casa porque estaba muy preocupada por sus hijos.

Otro amigo de la familia sostiene que los Couzens parecían (qué verbo ingrato) “la familia perfecta”.

Al medio MailOnline Elena le dijo tiempo después: “Me sigo preguntando ¿por qué? No parecía que él estuviera actuando de manera extraña, no noté que nada estuviera mal. No puedo entenderlo porque nunca antes me mostró alguna señal de violencia. No era así. Estoy tan desconcertada como todos”.

El 12 de marzo los restos hallados son identificados formalmente por sus registros dentales: pertenecen a Sarah.

La primera autopsia resulta inconclusa, el patólogo forense no puede explicitar una causa médica certera para su muerte, aunque confirma que no ha sido por ninguna enfermedad preexistente. Piden un nuevo peritaje. Los nuevos resultados recién se darán a conocer el 1 de junio. La segunda autopsia llevada a cabo en el Hospital William Harvey de Ashford demuestra que Sarah murió por comprensión de su cuello: ahorcada.

Un mote premonitorio

El 11 de marzo mientras Couzens estaba en custodia policial, debió ser hospitalizado por heridas en su cabeza. Al día siguiente, pasó lo mismo. El detenido estaba enloquecido y golpeaba su cabeza contra las paredes de su celda.

El 12 de marzo fue acusado de asesinato. El 13 Couzens asistió a la audiencia con el Tribunal de Magistrados de Westminster y quedó con prisión preventiva.

El 8 de junio se declaró culpable de secuestro y violación. En una audiencia el 9 de julio, finalmente, admitió el asesinato. Aceptó haberlo planeado y aclaró que él y la víctima eran completos desconocidos hasta ese momento.

Durante el juicio se ventilaron aquellos incidentes no investigados sobre sus reiteradas exposiciones sexuales. Se supo algo más. ¿Qué sobrenombre le habían puesto a Couzens sus compañeros de la fuerza? “El violador”. Sus colegas sabían que le gustaba ver porno violento. En broma suelen decirse muchas verdades. Es más: los incidentes sexuales y de mala conducta registrados en las distintas posiciones que tuvo eran doce. El primero se remontaba a 2002.

Detrás de un crimen siempre suele haber indicios desatendidos. Acá había un catálogo entero. Por ello también resulta increíble que su mujer no estuviera al tanto de nada.

Reacción en cadena

La trágica historia de Sarah Everard se convirtió inmediatamente en un símbolo de la inseguridad a la que las mujeres del planeta están sometidas. Incluso en las grandes metrópolis. El alcalde de Londres, Sadiq Khan, aseguró tener el corazón roto por el caso y se sintió obligado a reconocer que las calles de la capital inglesa no son seguras para las mujeres.

Pero la ira seguía brotando. ¿Por qué se les pedía a las víctimas que se quedaran en sus casas para estar seguras y no le decían eso a sus atacantes hombres que eran los verdaderos culpables? El grupo Reclaim These Streets (Reclamen estas calles) convocó a una vigilia nacional el 13 de marzo, pero la policía pretendía que fuera cancelada con la excusa de que rompía con las restricciones por la cuarentena. Si la hacían, amenazó, las arrestarían. Increíble.

Miles de mujeres, y hombres consustanciados con la causa, fueron igual a expresar su horror y descontento. Las protestas se intensificaron cuando el Parlamento inglés discutió una controvertida ley que si bien por un lado proponía endurecer sentencias contra violaciones y otros delitos sexuales, también le otorgaría mayor poder a la policía para actuar en las protestas. Pretendían imponer multas de 3000 euros a las manifestantes y penas de hasta diez años de cárcel.

Echaban nafta al fuego.

Kate Middleton, la esposa del príncipe William de Inglaterra, también asistió a la protesta sin séquito ni fotógrafos oficiales. Dejó unas flores en el lugar.

La represión de las autoridades solo consiguió más descontento. ¡La Metropolitana, de la cual el asesino era parte, arrestaba gente y pisoteaba las ofrendas florales! La furia desbordó las calles y el alcalde volvió a hablar: aceptó que la actuación de la policía no había sido la apropiada. Error sobre error. ¿Qué parte no entendían las autoridades? El 14 de marzo las mujeres volvieron a marchar y la policía tuvo que morderse los labios.

Wayne Couzens fue sentenciado a prisión perpetua el 30 de septiembre de 2021. El juez del Tribunal Penal Central de Inglaterra, Adrian Fulford, dijo que la severidad extrema de la pena se debía a que el acusado había hecho un “uso retorcido de su posición como oficial de policía” para detener, secuestrar, violar y asesinar a su azarosa y solitaria víctima y que había planeado cómo hacerlo.

El padre de Sarah le exigió sin éxito que lo mirara a la cara: “El impacto de lo que has hecho no terminará nunca. El único deseo de un padre es cuidar de sus hijos, para que todo esté bien. Tú has evitado, de un modo premeditado, que yo tenga esa capacidad. Nunca podré perdonarte por lo que has hecho, por quitarnos a Sarah. Quemaste el cuerpo de nuestra hija, nos torturaste aún más, para que no pudiéramos volver a verla (…) Ningún castigo que recibas se comparará con el dolor y la tortura que nos has infligido”.

Su madre también habló y dijo que las imágenes del sufrimiento que padeció su hija la perseguirán por siempre: “Ella perdió su vida porque Wayne Couzens quería satisfacer sus deseos pervertidos”. Y agregó que le “repugnaba” pensar en lo que el ex policía había hecho y que la “indigna que haya usado el hecho de ser policía para conseguir lo que quería”.

Katie, la hermana de Sarah, le habló al acusado: “Te deshiciste de mi hermana como si fuese basura. Mi única esperanza es que ella estuviera en estado de shock y que no se diera cuenta de las cosas horribles que le estaba haciendo un monstruo “.

Los Everard aseguraron a la prensa que con la condena a perpetua de este hombre el mundo es un lugar un poco más seguro.

Después de estos hechos Scotland Yard terminó con los permisos para que los policías de civil patrullen solos las calles. Y, ahora, luego de que los expertos dijeran que muchas mujeres cuando un policía se les acerque van a salir corriendo, también permiten que la gente llame para chequear si el oficial y su placa son reales.

Miles de Sarahs siguen caminando cada noche rumbo a sus casas por las ciudades del mundo. Quién sabe si estarán seguras. ¿Cuántos Couzens puede haber sueltos?

Si el filósofo inglés Thomas Hobbes estuvo en lo cierto cuando formuló su teoría en la que sostiene que el hombre es “lobo del hombre”, estaremos siempre en problemas.