León Sarcos: Democracia, espectáculo y resentimiento

León Sarcos: Democracia, espectáculo y resentimiento

A Sixto Márquez Barrios

Todas las carencias afectivas vienen del alma, y todas las virtudes espirituales, de la forma bondadosa como hayan sido sembrados el amor, la ternura y la belleza en el alma.

La democracia, a través de toda la historia, ha tenido encarnizados enemigos, camuflados en ropajes diversos: unos disfrazados de apologistas y otros frontales que con desvergüenza pretenden desdibujarla. Unos habitan en la oscuridad; otros se asoman en cada oportunidad en que se abre una ventana para despojarla de cualidades, y algunos son tan hábiles que se exhiben ostentosamente de su mano como sus mejores aliados para socavarla.





Nunca la democracia, desde que se impusiera como el mejor de los sistemas de convivencia entre los humanos, ha estado segura, y menos aún garantizados su estabilidad y su rendimiento para el mejoramiento progresivo de los derechos políticos y los beneficios económicos y sociales de sus ciudadanos. Ayer sus enemigos eran los representantes de los vestigios de la rancia aristocracia; después, las ideologías de corte totalitario: el fascismo, el nacional socialismo, el comunismo y el anarquismo, y en el caso latinoamericano, no hemos dejado de estar bajo el acecho del militarismo parasitario y concupiscente.

La democracia debe cuidarse de dos excesos: el espíritu de desigualdad, que la conduce a la aristocracia, y el espíritu de igualdad extrema, que la conduce al despotismo. No me cabe duda de que los peores enemigos de la democracia se cultivan en los jardines en los que toma vida esta celebrada frase de Montesquieu.

Entre ellos nace un sistema de medición de satisfacciones de sus ciudadanos en el que muchos indicadores actúan como termómetros para saber si la vida en democracia satisface las expectativas de los seres humanos, después de haber elegido ese modelo como el más idóneo para vivir en libertad, mejorar y progresar de manera sostenida. 

Ese sistema de evaluación del buen rendimiento del modelo democrático ha hecho sonar las alarmas de las instituciones que se encargan de ponderar su buen o mal funcionamiento en el mundo en las primeras dos décadas del presente siglo. Según el Índice de Democracia, la clasificación hecha por la Unidad de Inteligencia de The Economist, a través del cual se determina el rango de democracia en 167 países (de los cuales 165 son miembros de Naciones Unidas), en su última publicación correspondiente al 2021 puede leerse:

Democracias plenas: solo 21 países. Democracias deficientes: 53 países. España descendió de plena a deficiente por fallas detectadas en el sistema de Justicia. Regímenes híbridos: 39. Y, finalmente, regímenes autoritarios: 59. Señales de gravedad adquiere el hecho de ser América Latina la región del mundo en la que la democracia no solo ha experimentado un mayor deterioro en 2021, sino que ha batido un récord con el descenso más continuado desde que se lanzó el ranking en 2006.

Ya el padre espiritual de la democracia, el francés Alexis de Tocqueville, había identificado, en los nueve meses que duró la visita que realizó a este continente para escribir La Democracia en América, que el principal enemigo de la democracia era consustancial a la eficacia de su funcionamiento: satisfacer las expectativas de participación de las mayorías y de bienestar integral sostenido en el tiempo. De no lograrlo, su comportamiento se traduce en un modelo de inestabilidad política a causa de las esperanzas frustradas y su potencial revolucionario, la disonancia cognitiva de status: la frustración que se acumula cuando una persona piensa que algo le impide progresar social y económicamente y se ve en un escalafón más bajo del que sus expectativas le habían creado.

Hoy la historia, que nada olvida y que todo lo bueno y lo malo compacta, ha congregado nuevos grupos identitarios en torno a un profundo sentimiento de agravio. Los encadena la percepción de que han sido echados a un lado económica, social y culturalmente, ofendidos y ahora vertiginosamente unidos en su rabia y su malestar por la nueva revolución tecnológica de las comunicaciones.

Su expresión individual, el auge y consolidación de liderazgos autoritarios favorecidos por la pandemia, encarnada en personajes díscolos y excéntricos que expresan el resentimiento por todas sus carencias afectivas y psicológicas, manipuladas estas como expresiones del malestar colectivo económico, social y cultural, más como espectáculo y deseo de venganza —donde sobresalen más sus acomplejados egos— que por una verdadera vocación política, un deseo de servir y un espontáneo compromiso ciudadano para impulsar auténticas reformas.

Moisés Naím, venezolano de excepción, ha escrito un nuevo libro, como todos los suyos enriquecedor de ideas para un buen debate sobre el futuro de la democracia, titulado La revancha de los poderosos, donde con información abundante, especializada y calificada hace un análisis del porqué del debilitamiento de las democracias en el mundo y en el que atribuye el ascenso de gobernantes autócratas a tres razones fundamentales, que él ha denominado originalmente las tres P: El populismo, la polarización y la posverdad.

En todo el mundo las sociedades libres se enfrentan a un enemigo nuevo e inexplicable… ¿Quién es este enemigo que amenaza nuestra libertad, nuestra prosperidad y hasta nuestra sobrevivencia como sociedades democráticas? La respuesta —dice Naim— es el poder en una forma nueva y maligna… Surgen en todo el mundo, tanto en los países más ricos como en los mas pobres, en los que poseen instituciones más complejas y en los más atrasados.

Esparcidos por todo el mundo, Donald Trump en los Estados Unidos, pero también Hugo Chávez en Venezuela, Viktor Orban en Hungría, Rodrigo Duterte en Filipinas, Jair Bolsonaro en Brasil, Evo Morales en Bolivia, Recep Tayyip Erdogan en Turquía, Nayib Bukele en el Salvador, ellos forman parte de esta fauna de personajes con vocación autocrática que desde adentro se han constituido en la amenaza principal del sistema democrático.

No tengo duda acerca de la pertinencia del análisis de Naím sobre los peligros que representan para el sistema democrático las tres P, solo que para mí no son las causas del deterioro del sistema democrático y el ascenso de las autocracias. Apuesto más bien modestamente a apuntar la búsqueda de las causas desde adentro, en la relajación de controles, en la vulneración del imperio de la ley y en la consolidación de los nuevos ciclos de inestabilidad política que dan paso a la quiebra de la esperanza y a la aparición de la frustración que provoca la disonancia cognitiva de status, en esta situación derivada de la excesiva preeminencia política de la igualdad nominal en el imaginario colectivo como símbolo de victoria; en la revolución digital, que ha hecho sin duda a las masas más exigentes al darles un protagonismo ficticio que antes nunca tuvieron; y en el especial momento histórico que marca la aparición de la pandemia en 2020, aprovechada sin escrúpulos por las fuerzas del mal para fortalecer el autoritarismo y la sinrazón.

Entiendo las 3P como el proceso de desnaturalización del oficio político tradicional y el uso de técnicas para desvirtuarlo y convertirlo en un espectáculo pueril donde se van pervirtiendo los componentes del discurso comprometido socialmente mediante todo tipo de instrumento efectista y seudo científico que termina convirtiendo la democracia en un cascarón sin instituciones, sin normas y con seudoleyes manipuladas por el autócrata y puestas a su servicio.

Veo más las 3P como expresión del trabajo de los enemigos externos y sus agentes internos en la búsqueda de hacerla implosionar para fines distintos a los del sistema, como bien lo expresó Paul Volcker, ex jefe de la Reserva Federal de Estados Unidos, en su última declaración pública. La estrategia de los nuevos autócratas, con avasallante fuerza nihilista, trata de desacreditar los pilares fundamentales de nuestra democracia: el derecho al voto y a unas elecciones justas, el Estado de derecho, la prensa libre, la separación de poderes, la fe en la ciencia y el propio concepto de verdad.

Creo que las 3P pueden perfectamente diluirse, evitarse o mediatizarse mediante la aplicación de rigurosos controles, a los que muchos demócratas en el mundo que han sacralizado el igualitarismo temen: una implacable aplicación de la ley y una determinación normativa sobre cuáles son los límites que encarna la igualdad para ser representante democrático. Por solo poner un ejemplo: cuáles las condiciones para serlo y a quién corresponde; y en el caso de candidatos presidenciales, su procesamiento y condiciones para aspirar a tal condición. 

Los estadounidenses han producido un sistema de pesos, contrapesos y controles con el que han dado respuesta efectiva al antiguo interrogante de quién vigila al vigilante, pero tienen que aumentar ese celo con mecanismos para seleccionar la representación, para conocer quién es realmente quien aspira a la presidencia de la primera potencia del mundo. Una comisión plural de congresantes, con el agregado de tres siquiatras altamente calificados e independientes, después de una hora de entrevista, podían llegar a la conclusión de que Donald Trump nunca ha estado habilitado ni mental ni emocionalmente para ser presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.

En el caso del Sr Chávez, el asunto resulta más irónico, evidencia de nuestro realismo mágico. Un militar que atenta contra la Constitución y las leyes en un intento de golpe de estado para hacerse del poder por la fuerza es casi rescatado de la cárcel por una emotiva turba y llevado a hombros por una masa ignorante que nunca sospechó tanta rabia y resentimiento, bajo la mirada cómplice de la mayor parte de una elite extraviada que nunca tuvo la más mínima idea de códigos de honor en la preservación del ideario democrático.

Esa ligereza y permisividad en los mecanismos para elegir a los dirigentes de un Estado ha provocado que estos se hayan ido prostituyendo sin que nada importe, permitiendo que un Pedro Castillo, en el Perú, un maestro de escuela tan cándido como ignorante, que no sabe lo que es un presupuesto consolidado, llegue a la presidencia para inmediatamente comenzar un pugilato por su destitución. Lo más asombroso es que en Chile se le haya permitido el ascenso al poder a un dirigente estudiantil sin ningún tipo de experiencia, solo la que da el haber sido organizador de muchas barricadas, manifestaciones y paros y el haber estado internado voluntariamente en un psiquiátrico de aquel país. Por Dios, cómo puede llamarse a esto; democracia no es…

El grave problema de la representatividad es que cuando tú aceptas que alguien compita, puedes estar promoviendo a un nuevo líder o a un demonio al que solo se conocerá cuando actúe. Hay que evitar a toda costa investir de poder al mal. Si un becario docente, el más bajo de los escalones para entrar a dar clase en el aula de una universidad, debe aprobar una serie de requisitos y pruebas, con muchísima más razón deben hacerlo el aspirante a presidente de una nación y los aspirantes a legisladores. 

En el caso de la aplicación de la ley, sospecho que algo extraño está aconteciendo con la garantía de su aplicación ciega y severa. Siempre he dicho que la estabilidad ganada por las dictaduras y las autocracias a cuenta de fuerza bruta tiene que ser lograda por las democracias mediante la persuasión y la aplicación inobjetable de la ley. Algo está enturbiando o haciendo opaca la aplicación de justicia en democracia. Creo que paralelamente al avance de derechos humanos ganados para mayor libertad y satisfacciones del ciudadano en democracia, ha comenzado a permeabilizarse y a relajarse, debido a las ideologías igualitarias a la fuerza, la calidad ecuánime de la justicia impartida.

Finalmente, quién dice a quién corresponde y cuáles son las condiciones para ser representante de la democracia, más allá de ser mayor de 21 años y saber leer y escribir, es asunto de un extenso debate que incluye mérito e igualdad. Sin duda, la democracia es hasta hoy día el más perfecto de los sistemas para convivir en libertad, pero el ser humano es el más imperfecto de todos los sistemas. No en vano Rousseau llegó a afirmar: Si hubiera una nación de Dioses, esta se gobernaría democráticamente, pero un gobierno tan perfecto no es adecuado para los hombres. El desafío de los demócratas en el mundo hoy luce inconmensurable.

Leon Sarcos, febrero 2022