¿Qué le vio? Por qué Adolf Hitler se obsesionó con el cuadro “El astrónomo”

¿Qué le vio? Por qué Adolf Hitler se obsesionó con el cuadro “El astrónomo”

Speer, Göring y Hitler examinan una pintura en la exposición “Entartete Kunst” (“Arte degenerado”). Foto: Corbis

 

El astrónomo es el cuadro que durante la Segunda Guerra Mundial obsesionó a Adolf Hitler. Hoy está colgado en el Museo del Louvre, en París, y cualquiera que tenga 17 euros puede apreciarlo.

Por: Clarín





El óleo sobre tela del holandés Johannes Vermeer mide 51 x 45 y deja ver a un sabio de pelo largo y cara alargada tocando un globo terráqueo. A grandes rasgos, detrás de la figura principal se puede vislumbrar una importante referencia a la obra de otro pintor y frente a ella un libro, una mesa, una ventana con vitraux y una enorme manta floreada. El lado superficial de la pintura es eso: un astrónomo desconocido maniobrando un globo terráqueo.

La precisión de Vermeer en los detalles, el control de la luz y la relevancia del hombre común en un ámbito íntimo que propone El astrónomo obsesionaron a muchos coleccionistas que se fueron “pasando” la tela a lo largo de los siglos. Desde finales del XVII, la obra se floreó en decenas de salones, aunque quizás no siempre generó tanta locura en alguien como cuando estuvo en manos del partido nazi.

Los sitios más relevantes que alojaron la pintura del holandés fueron la Galerie nationale du Jeu de Paume (Galería Nacional del Juego de Palma) y el castillo de Neuschwanstein. Quienes estén en tema o simplemente hayan visto la película Operación Monumento (The Monuments Men) es muy probable que sepan por qué El astrónomo estuvo allí e incluso puedan vaticinar el final de esta historia.

El viaje del astrónomo

En una excelente recapitulación de los hechos que hace la historiadora de arte Maureen Marozeau en su libro “Historias increíbles del mundo del arte” (en Argentina editado por Edhasa) se puede conocer el camino del héroe que hizo El astrónomo desde que existe y entender por qué el dictador lo “adoptó” como si fuera su mascota.

Marozeau señala que Hitler, “artista mediocre dos veces rechazado en la Escuela de Bellas Artes de Viena”, en una de sus “ambiciones fantasmáticas” quiso hacer de Linz, Austria, la capital cultural de Europa. Su plan era albergar en un museo que denominaría Führermuseum lo mejor de las colecciones europeas de pintura y escultura. Obviamente, El astrónomo debía estar allí.

Una posible explicación a la obsesión del dictador por la pintura de Johannes es que el cuadro, al parecer, cumplía con los requisitos de grandeza y moralidad que debían ofrecer las obras de la colección de sus sueños. Todas las pinturas que estuvieran allí tendrían que ser de grandes maestros antiguos y serían exquisitamente seleccionadas por un comité compuesto por refinados historiadores de arte.

Tras haber leído una teoría del nacionalista alemán Julius Langbehn que concluía que Rembrandt era un héroe de la cultura germánica y la raza aria, Hitler creyó sobre el compatriota de Vermeer que, obviamente, un pintor tan talentoso como él solo podía ser ario y alemán. Johannes, entonces, se adecuaba a su lógica (eso sí, se ve que el dictador no sabía que el cuadro que referencia Vermeer en El astrónomo, “Moisés salvado de las aguas”, muestra al primer profeta judío).

En definitiva, los nazis se hicieron de la pintura muy fácilmente.

A pesar de los esfuerzos de los franceses por evitar que el Einsatzsab Reichsleiter Rosenberg (ERR), equipo dirigido por Alfred Rodenberg y encargado de la confiscación de bienes culturales, se quedara con buena parte de sus obras, tras la ocupación francesa de 1940 El astrónomo viajó a la embajada de Alemania.

Con la embajada alemana como base, la mayoría de los cuadros de pintores famosos que había en Francia encontró su destino en el mencionado Jeu de Paume. Esto se dio gracias a los firmes sentimientos de preservación del director de los Museos Nacionales franceses, Jacques Jaujard, y del conde Wolff-Metternich, director del organismo nazi encargado de la conservación del patrimonio, quien de algún modo se oponía a sus jefes con su creencia de que las pinturas no debían convertirse en tesoros de guerra.

Descansando en el depósito del Jeu de Paume y con las iniciales A.H en su parte trasera, El astrónomo “sobrevivió” a la visita del Reichsmarshall Hermann Goering -no se lo llevó a su morada solo porque no quería darle celos a Hitler- y quedó a la espera de recaer en manos del führer. Sería, probablemente, la joya del museo de Austria.

En un pasaje de “Historias increíbles del mundo del arte”, Marozeau recupera un mensaje que le envió Rosenberg al secretario de Hitler. El texto comprueba que las ideas que expone la autora en su libro relacionadas al fanatismo del dictador por el cuadro de Vermeer son muy ciertas:

“Con mucha prisa, el informe al Führer aquí adjunto, que va causarle, creo, una gran alegría…; cumplo también en informar al Führer que el cuadro de Jan Ver Meer de Delft, al que había hecho alusión, está entre las obras de arte confiscadas”.

Desde marzo de 1941 hasta que fue rescatado en 1945, El astrónomo pasó sus días en el castillo de Neuschwanstein. Allí estuvo cerca del museo con el que fantaseaba Hitler, pero también del escuadrón de “rescatistas” de la sección de Monumentos, Bellas Artes y Archivos de los Estados Unidos, que tenían conexión directa con Jaujard.

Los “Monuments Men”, la versión real de aquellos liderados por George Clooney en la película homónima de 2014, recibieron la información con lujo de detalles de todo el arte que había en el castillo gracias a que en el Jeu de Paume había estado trabajando inmiscuida entre los alemanes una espía francesa llamada Rose Valland.

La principal virtud de esta mujer era que escondía muy bien su manejo del alemán. Gracias a eso escuchaba y anotaba todo lo que podía respecto de las obras que los nazis guardaban en el museo. Se memorizaba los inventarios que hacían los alemanes, los anotaba y les informaba a los franceses qué obras ahora estaban en poder de los enemigos.

Entonces en mayo de 1945, cuando Alemania estaba a punto de caer, los “Monuments Men” se presentaron en el castillo para recuperar las obras. Pero les faltaría un paso extra. Cuando llegaron lamentablemente se dieron cuenta de que era tarde: los nazis se habían ido y se habían llevado cientos de obras.

Por suerte para la historia, en ese momento -según relata Marozeau- el jefe del grupo recordó lo que le había dicho una restauradora alemana: “Lo esencial está en la mina de sal de Altaussee”.

Y dicho y hecho: otros “Monuments Men” fueron hasta la mina y tras arduas tareas de excavación encontraron en el extraño sitio 6500 cuadros dispuestos en estanterías de madera construidas a varios cientos de metros bajo tierra y distribuidas en galerías. Allí, como quizás ya a esta altura hayas vaticinado, estaba el protagonista de esta nota: El astrónomo.

El camino del héroe del cuadro de Vermeer en épocas de guerra finaliza en el lugar en donde empezó todo, la casa de Édouard de Rothschild, quien lo poseía antes de que se tuviera que exiliar de Francia por la ocupación.

Hoy en día, desde 1983 el cuadro se ofrece en las salas “desiertas” de pinturas holandesas del gigantesco museo parisino y espera un nuevo capítulo en su historia.