José Ignacio Moreno León: ¿Parlamentarismo como alternativa para fortalecer la democracia?

José Ignacio Moreno León: ¿Parlamentarismo como alternativa para fortalecer la democracia?

Hace más de cuatro décadas Daniel Bell – profesor emérito de Harvard, fallecido en enero 2011-, señalaba que en estos nuevos tiempos que se están configurando con la llamada sociedad de la información y el conocimiento, está surgiendo lo que pudiéramos catalogar como la cultura postmoderna que rompe con la cultura y usos tradicionales y con los imperativos burocráticos, tecnológicos y organizativos de la economía y del capitalismo moderno, e igualmente afecta la tradicional democracia representativa. Para Bell en la nueva sociedad el ciudadano, gracias a la información y el conocimiento tiene más poder de participación, con lo que se condicionan las relaciones de poder y la estratificación social y se genera una reconfiguracion de valores políticos, sociales y culturales. Y ahora la gran fuerza transformadora ya no es la ley de la historia de la lucha de clases que señalaban los marxistas en la sociedad industrial, en la postmodernidad los grandes cambios se realizan al impulso del conocimiento y la informacion y por ende gracias a la educación y el fortalecimiento del capital humano. Todo ello promovido por la revolución de las telecomunicaciones y la informática que son las herramientas que están dando sentido a la escena histórica del presente siglo. (1)

No hay dudas entonces que las nuevas realidades de la posmodernidad plantean nuevas demandas a la institucionalidad democrática, la necesidad de nuevas formas para asegurar la eficiente gobernabilidad y gobernanza de los países, y novedosos retos al liderazgo político ya que se está configurando un concepto más amplio de ciudadano y ciudadanía que está promoviendo nuevas formas de gobierno y de Estado, con vinculaciones más cercanas a las personas, a través de una democracia más participativa y eficiente. 

En ese entorno de amplio acceso a la información y al conocimiento ya no habrá cabida para el autoritarismo político ni para el caudillismo mesiánico, inflexible y jurásico que ha caracterizado a las viejas macroestructuras clientelares y excluyentes de la democracia representativa y partidocratica que mucho daño ha hecho a la democracia y al desarrollo político en America Latina, en donde predominan sistemas de gobierno presidencialistas con frecuentes tendencias autoritarias, caudillistas, centralistas y populistas, por lo que el impacto de las nuevas realidades planetarias se hace más notorio con consecuencias que se reflejan en el debilitamiento de los partidos políticos tradicionales, la pérdida de credibilidad y capacidad de convocatoria de sus dirigentes y el surgimiento de nuevas agrupaciones y redes de organizaciones de la sociedad civil que le plantean a la región una difícil transición, haciendo más compleja la capacidad para lograr los consensos necesarios en la búsqueda de soluciones a problemas críticos de gobernabilidad que con frecuencia deben enfrentar esos regímenes





Para Anthony Giddens -reconocido sociólogo contemporáneo de Inglaterra-, frente a las nuevas realidades globales los ciudadanos han perdido la fe y la confianza en los políticos y en los procedimientos democráticos ortodoxos, pero mantienen la confianza en la democracia como sistema político, incluyendo las nuevas generaciones que son más exigentes respecto a los políticos, reclamando mayor involucramiento de los ciudadanos en la toma de decisiones y mayores posibilidades de asociación y organización para construir estructuras y movimientos de la sociedad civil capaces de influir directamente en la toma de decisiones de interés publico. Es lo que Giddens propone como “democratizar la democracia”. (2)

Conviene hacer notar frente a estos nuevos retos de la democracia y al desempeño político que la historia de America Latina está salpicada de los fracasos de gobiernos militaristas y regímenes autoritarios de todo signo, incapaces de manejar crisis económicas y sociales y que, además de conculcar las libertades públicas han dejado una herencia de abiertas violaciones de derechos humanos, deterioro socio económico y corrupción. Pero también en el ámbito democrático la inflexibilidad de los regímenes presidencialistas asoma una lista muy notoria de presidencias fallidas, frente a crisis que no han podido manejar esos jefes de Estado y de gobierno. Esos han sido los casos, entre otros, de Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski en Perú, de Jorge Serrano en Guatemala, de Jamil Mahuad y Abdala Bucaram en Ecuador, de Color de Melo en Brasil, de Fernando de la Rua en Argentina, de Manuel Zelaya en Honduras y de Carlos Andrés Pérez en Venezuela.

Con las experiencias referidas y, ante las demandas crecientes por una democracia más participativa y eficiente y las notables ineficiencias del presidencialismo latinoamericano, adquiere cada vez más relevancia el debate por la democratización de la democracia y la consideración de posibilidades de impulsar en la región un sistema de gobierno parlamentario o mixto. Y es que el parlamentarismo por la naturaleza de su funcionamiento permite una práctica más abierta de la genuina democracia, facilitando la gestión consensual en los gobiernos y minimizando la posibilidad de conflictos políticos desestabilizadores que son típicos de las rigideces  del presidencialismo y han sido pesado  lastre para el desarrollo latinoamericano. No olvidar que la gran mayoría de los países avanzados y prósperos tienen democracias con sistema parlamentario de gobierno.

En el caso de Venezuela conviene recordar que la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE), creada a finales de 1984 y en cuyo primer Proyecto de Reforma Integral del Estado presentado en 1989 se proponía una reforma constitucional, el cual entre otras propuestas planteaba la creación de la figura del Primer Ministro, los referendos y el impulso de la democracia participativa. En ese informe de la COPRE la figura del Primer Ministro se proponía conservando el Presidente las funciones de Jefe del Estado y Jefe del Gobierno y otorgándole al Parlamento la facultad de poder destituir al Primer Ministro, y al Presidente el poder para disolver el Parlamento. Quizás esta modalidad mixta podría ser la más apropiada para un país como Venezuela en el que se requieren profundas reformas institucionales y fortalecer los principios democráticos, los valores éticos y la cultura cívica como tareas fundamentales para superar la crisis nacional y poder enfrentar, en una democracia de ciudadanos, los cambios requeridos para que el país se inserte con éxito, aunque con más de dos décadas de mora,  en el complejo escenario  de las nuevas realidades globales que caracterizan al siglo XXI.

Pero para lograr los cambios que permitan democratizar la democracia se hace necesario el  impulso protagónico de líderes posmodernos que entiendan que la verdadera función del líder político no es imponer su voluntad sino promover acuerdos para el logro de objetivos de interés colectivo, mediante procesos transparentes y participativos. Deben ser igualmente líderes valientes pero no autoritarios, con coraje para dirigir con visión de futuro y flexibles e intuitivos para adaptarse oportunamente a las cambiantes realidades globales y para actuar sin reservas en la lucha contra los abusos antidemocraticos y autoritarios y en defensa de los legítimos valores de la democracia postmoderna. 

  1. Daniel Bell, El advenimiento de la Sociedad Postindustrial, Alianza Editorial, Madrid, 1976.
  2. Anthony Giddens , Un Mundo Desbocado, Grupo Santillana de Ediciones, S.A. Madrid, 2000