Luis Barragán: Zamuraje

Luis Barragán: Zamuraje

 

Desde muy antes, por ejemplo, el zamuro se hizo de un cupo en Caracas. Al igual que ocurría con las antiguas antenas parabólicas que encopetaban los edificios, todavía emblemáticamente se posa en la cámara (alta) de la fachada sur del Capitolio Federal, orondo y desafiante de posar para cualquier otra cámara (baja) del curioso transeúnte.





Crecientemente domina los cielos de la metrópoli del deterioro, hastiado de las opciones gasatronómicas de Filas de Mariches. Ícono indeseado, es notable la distancia que guarda con la guacamaya tan festejada en las redes digitales con olvido de la paloma aniquilada por todos estos años, como jamás lo hubiese imaginado Pérez Bonalde.

Por cierto, el término se ha convertido en un venezolanismo ya de varias acepciones, destacando la de la rapacidad. Y, si bien es cierto y plausible el papel jugado por el zamuro en el ecosistema natural, no menos cierto y condenable lo es en cuanto al cada vez más imperfecto ecosistema político.

La notoria presencia del zamuro se debe al basural de diaria siembra en el municipio Libertador y, aunque el espectáculo es menor en los sectores de la capital que se extiende a los de Chacao y Baruta, las exageradas tarifas del servicio de recolección, por muy subsidiadas que se encuentren por las respectivas alcaldías, forman parte de la rapiña contemporánea. Ésta vez, el Estado es el que adquiere otras connotaciones que conciernen más al criminólogo que al teórico en materia constitucional.

De modo que, al denominar como ciudad zamuro la escandalosa y miserable involución que hemos experimentado, no pretendemos exterminar la especie, siendo otro el problema: el zamuraje devenido régimen. El descenso a los infiernos de nuestra calidad de vida es parte del deliberado esfuerzo por relegarnos a nuestros hogares, más de las veces, precarios, desurbanizados los entornos inmediatos.