José Gregorio Contreras: Una posición racional frente al autoritarismo (II)

José Gregorio Contreras: Una posición racional frente al autoritarismo (II)

Siguiendo con nuestro análisis de la artículo anterior acerca del totalitarismo y las elecciones como salida, afirmamos que: la conciencia que tenemos acerca de esa realidad política nos impide un optimismos iluso que no solo nos lleve a la larga fila de los desilusionados, sino que nos impone el escepticismo racional que desde hace mucho tiempo expresamos contra las “elecciones” convocadas por el régimen e inclusive antagonizar contra quienes defienden la necesidad de acudir a ellas y a cuanto adefesio de dialogo inventan los mismos, que honrando su adscripción totalitaria, han expresado con absoluta claridad su voluntad de permanecer y perpetuarse en el poder. Fue esa la razón por la que indiqué, en dos artículos anteriores, el porqué no podemos ilusionarnos con lo sucedido Barinas.

Es esta también la razón por la que en reiteradas ocasiones he indicado que no es posible analizar y menos hacer política en el marco complejo del momento que vive Venezuela sin ir con exhaustividad a sus raíces, verificando sus fuerzas e influencias internas y externas, y menos sin definir la naturaleza política del régimen que enfrentamos. Dar la espalda a estos datos que la realidad nos ofrece con prodigiosa generosidad, es construir con terquedad y con excesos las bases de su imbatibilidad, cualquier posibilidad de derrotar a nuestro adversarios; pues seguirán contando estos con la imprescindible quinta columna, la ignorancia voluntariosa, siempre osada y temeraria, así como la sospechosa “disonancia cognitiva” de aquellos que conocen la naturaleza de lo que enfrentan pero juegan a erradicarlos con balas de salva.

Saben además que construyen inmensas murallas a favor del régimen que sin llegar a ser infranqueables (nada más precario y perentorio que el poder), tornan cuesta arriba la tarea de derribarlas, con fuerte impacto moral y en deserciones, las cuales, sin bien no son capitalizadas con el aumento de un soldado más en sus filas, terminan fortaleciendo al adversario.





Esto lo he dicho para discutir, en el orden de la racionalidad política, sin renunciar a un milímetro del dolor, la pasión y la vehemencia que me producen la certeza de estar confrontándome contra antiguos compañeros de luchas que hoy se prestan y contribuyen conscientemente a nuestros males, enarbolando como banderas de Guerras Santas y con fanático fervor el argumento simple del voto y el dialogo contra el sordo y adoctrinado muro de escudos totalitarios, fortalecidos por la acción errática de sus contrarios. De hecho, nos acusan de radicales, pero no se toman la molestia de salir de la zona de confort que le otorgan los enunciados dogmáticos que ven en votos y diálogos efectos invariables con independencia del terreno o contexto político en el que se usen. Obvio que disponen de más medios que nosotros para repetir esas consignas, pero se cuidan de invitar a quienes acusan de radicales a debatir y defender su posición en espacios públicos, con base en argumentos racionales como los que he intentado consignar en estas líneas; se saben portadores de alforjas vacías que le impedirán rebatir esa racionalidad de nuestra argumentación, más allá de la trillada predica que santifica al voto en todo tiempo y en todo lugar.

Una verdadera racionalidad democrática que tome en cuenta los elementos que ponemos sobre la mesa y los argumentos que hemos construido sobre la base de esas constataciones fácticas, estará consciente de que si bien no se necesita una guerra para derrotarlos, esa derrota no será posible si no se logra una presión internacional que permita convocara unas verdaderas elecciones libres, transparentes y competitivas, precedida de reales garantías orgánicas: de una verdadera independencia de poderes que sirva al propósito del necesario contrapeso institucional y al respeto a los derechos humanos; garantías de que se respetará el resultado electoral; el resto es seguir haciendo el juego en el que se ha incurrido durante todos estos años, donde no prospera ningún reclamo de fraude electoral ante el régimen cuando este no está dispuesto a realizar asignaciones.

En Venezuela no están claros los conceptos. Han perdido poder explicativo por la ruptura paradigmática a la que hemos aludido, de modo que es lugar común que los estudiosos de la ciencia política digan que sin legitimidad ningún gobierno puede subsistir, siendo esta la que asegura la capacidad de un gobierno para hacer cumplir sus decisiones; son estas creencias con las que la opinión especializada se ha propuesto permear gruesas capas sociales, ayudados por políticos que sostienen que el gobierno y el poder que este detenta es una realidad con la que hay que entenderse a diario, se trata incluso de premisas compartidas por un considerable número de ciudadanos, y quizás, en un número proporcionalmente mayor, por quienes hoy controlan la fuerza armada, pero esa intersubjetividad no lleva necesariamente a la verdad, por el contrario la encubre. 

Que el régimen detente el poder para hacer cumplir sus decisiones no significa que tenga legitimidad de origen en términos democráticos. Por múltiples razones se puede estar en desacuerdo con la prolongación del interinato. Pero en todo caso se coincidirá en que Guido es un recordatorio de la ilegitimidad del régimen y de la negativa a su reconocimiento por parte de muchas democracias occidentales.

Si el régimen no goza de legitimidad y fuerza en el desempeño, ¿entonces, qué lo mantiene? Es este un tipo de preguntas que también surge a menudo para distraernos de las acciones importantes, pues en un esquema de poder que no responde a la lógica democrática son otros los factores que intervienen para que el poder se mantenga y no son por tanto estos los aspectos que deben discutirse o tratarse. Y si bien ya el patente tema de la ilegitimidad del régimen no debería constituir el problema a discutir, la falta de claridad conceptual asociada a este tema lleva a muchos a la ligereza de pensar que el régimen estará dispuesto a ceder el poder sin que haya una amenaza creíble que le obligue a reconocer la derrota que sin duda recibiría en un verdadero evento electoral. No culminaré este párrafo sin indicar, una vez más que, cuando la acción política está precedida de falsas premisas, el resultado lógico es el fracaso y peor aún la persistencia en prácticas que lo hacen recurrente y terminan perpetuándolo. 

Intento hacer ciencia política, lo hago a partir de nuestra realidad política, el carácter falible de toda ciencia me impide generar convicciones, si pudiera hacerlo diría en este punto que el momento y el problema político que vive Venezuela, debe ser abordado por Políticos que tengan claro esta realidad, que superen los errores cometidos hasta ahora, que impidan con pedagogía política que se sigan cometiendo, que dejen de crear ilusiones y falsas expectativas en eventos electorales que no son reales y en los que se incumple con todas las garantías políticas. Como dice Linz el régimen no se vendrá abajo por esas causas internas. 

Ergo, no se puede seguir creando falsas expectativas en falsas electorales que no darán lugar a la salida del régimen. Es el momento de conformar un liderazgo creativo y con inteligencia política, información adecuada, comprometido con la libertad de Venezuela y con la honestidad comprobada para no traicionarnos una vez más, la buena noticia es que la simiente de ese liderazgo político está entre nosotros, pujando con valentía, con coraje  sobre todo con sentido de realidad por la salida de ese régimen. Y en el contexto de nuestra discusión debe quedar claro que aun sabiendo que ese liderazgo existe, planteamos que el mismo debe ser legitimado por los venezolanos, para empoderarlo en todas las acciones que debe emprender para lograr el cambio político en Venezuela.