León Sarcos: La posverdad

León Sarcos: La posverdad

Imagine usted un mundo dirigido por las emociones y las creencias. Donde desaparecen los criterios objetivos comunes sobre la verdad. Un contexto en la vida pública en que la línea que divide los hechos y el conocimiento, por un lado, y las creencias y las opiniones por el otro, se haga invisible. Sin duda sería el reino de la anarquía y la sinrazón. Pues mi querido lector, ese es el jardín abonado en que se cultiva la posverdad. Hoy, en el ámbito de las democracias, para Moisés Naim, un fenómeno nuevo y aterrador.

De ahí la aseveración que hace el exdirector en jefe de The Guardian, Alan Rusbridger: Sin una interpretación de lo que es verdad y no lo es, una sociedad no puede consensuar una base objetiva para la discusión o toma de decisiones; no puede progresar. No puede haber leyes, ni votos, ni gobierno, ni ciencia, ni democracia sin una interpretación común de lo que es verdad o no lo es.

Bastará la inmerecidamente aplaudida afirmación: Mis palabras valen más que los hechos, de la que un experto dijera —el mundo al revés de la política— que lo importante es con cuánta vehemencia, seguridad y confianza las diga su vocero para que el neófito las copie como verdad, especialmente si ha sido empoderado por el hecho de que todos pueden publicar su opinión en un teléfono inteligente.





La revolución tecnológica y el funcionamiento actual de las comunicaciones han facilitado que este fenómeno cobre vigencia, ya que hoy no existe la censura ni el severo control de las imágenes de antaño. La información es de tal magnitud abrumadora, indiscriminada, incesante como un diluvio, que ha sepultado entre sus aguas la capacidad crítica del ciudadano, que ya no puede distinguir la diferencia entre la verdad y la mentira. 

La Real Academia Española dice de ella: Posverdad o mentira emotiva. Neologismo. Distorsión deliberada de una realidad en la que privan las emociones y las creencias personales frente a los hechos objetivos, con el fin de crear o de modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales. En la cultura política se presume que el que algo aparente ser verdad es más importante que la propia verdad.

El origen del término post-truth, en inglés, de acuerdo al diccionario Oxford, se empleó por primera vez en 1992. Lo hizo el dramaturgo serbio estadounidense Steve Tesich, en un articulo publicado en la revista The Nation. En el mismo, Tesich decía: Lamento que nosotros como pueblo libre hayamos decidido libremente vivir en un mundo en donde reina la posverdad. 

Hay muchas versiones encontradas y polémicas sobre sus orígenes ideológicos, políticos, comunicacionales, económicos y propagandísticos. El historiador italiano Steven Forti la define como un rasgo de nuestra época, sin duda atribuido, según él, a la ultra derecha como una característica imprescindible para poder conceptuarla y explicarla, planteamiento sobre el cual albergo muchas dudas. 

El filósofo y humanista A.C Grayling asegura que la posverdad tiene su origen en la crisis económica del 2008, debido al resentimiento económico que facilitó el resurgimiento y la exaltación de tópicos como la inmigración, y sembró dudas sobre los políticos. Hay otros que ubican los orígenes contemporáneos del termino en el bloguero ambientalista David Roberts, quien, en 2010, escribió un articulo en la revista especializada en temas medioambientalista Grist, donde por primera vez se hablaba de política de posverdad.

Para algunos, como Moisés Naim, la idea de que nada es del todo verdad viene desde muy lejos. En los setenta y ochenta del siglo pasado, un pequeño grupo de universitarios de extrema izquierda, encabezados por el sociólogo Michel Foucault, empezó a difundir la idea, con el fin de atizar el debate en las ciencias sociales de que el conocimiento era una construcción de élites, una ficción como cualquier otra manipulada por los poderosos para ejercer el poder. El saber —reza la vieja ocurrencia de Foucault— no está hecho para comprender sino para hacer tajos. Bruno Latour extendería la concepción de Foucault a las ciencias en general.

La poderosa idea de Foucault —según Naim— una vez libre iba a cambiar de bando; la construcción social de la verdad se transformó en la era de los hechos alternos y las noticias falsas: en una época en que los poderosos actuaban sin reparar en barras a la hora de desplegar desde las alturas: Miedo, Incertidumbre y Duda.

Yo siento que la posverdad tiene un más antiguo y largo recorrido histórico desde la Grecia antigua, proyectado hasta nuestros días en las modernas democracias liberales, donde para elegir hay que ofertar y cuando se oferta se puede y es permitido fantasear, simular, engañar, sobre opciones para mejorar la vida de los consumidores en los mercados electorales. Juegan las emociones propias de los competidores, las creencias, los sentires, que luego cobran vida serena cuando terminan los carnavales. Es un marco con reglas al que contextualizan y manejan de alguna manera expertos guiados por la sensatez.

Y aunque parezca mentira, quienes mejor sepan persuadir sobre las ofertas que pudieran ser mentiras hasta hacerse realidad serán los beneficiarios del apoyo popular. La diferencia estriba en que existe una base común objetiva sobre la cual se trabaja y la gente sabe hasta dónde puede llegar la verdad del ofrecimiento; no importa que para el momento luzca imposible. 

Otra cosa es comenzar con éxito una práctica perversa, plena de malas intenciones y de concupiscencia por el poder, para permanecer en él por el solo hecho de su disfrute y aprovechamiento para fines subalternos y personales, como lo han demostrado las emergentes autocracias de indistintos orígenes ideológicos en el mundo actual.

Por eso, la posverdad les ha resultado de tanta utilidad a los nuevos autócratas, Trump, Bolsonaro, Putin, Maduro, Organ, Erdogan y a sus acólitos, y es la razón por la que representa, en palabras del profesor A.C Grayling, el peligro actual más eminente y corrosivo para la democracia, no solo porque corrompe la integridad intelectual, sino porque daña progresivamente todo su tejido institucional. 

Si bien es cierto que la manipulación, los mensajes, las medias verdades y las simulaciones son consustanciales a la dinámica democrática, como la revisión judicial y el reconteo de votos, el problema central radica en que, en palabras textuales del autor de La Revancha de los poderosos, Moisés Naim:

Hay un uso estratégico de la confusión y eso es lo que hace que la posverdad resulte mucho más sensible que la mendacidad de los poderosos. No consiste en propagar una u otra mentira, sino en destruir —y esto es lo que aterra— la posibilidad de que se pueda decir la verdad en la vida pública.

Ahora no cabe duda de que el concepto tomó notoriedad con la llegada de Mr. Trump al poder en las elecciones de 2016 y de la campaña por el Brexit en Inglaterra. El diccionario Oxford declaró post-truth como la palabra internacional del año 2016, con un aumento de 2.000% en comparación con 2015. La marca posverdad fue generalmente utilizada para explicar la campaña presidencial de Donald Trump por periodistas, columnistas y académicos de las áreas de Ciencias Políticas de la universidad de Harvard. 

Trump inauguró una era que terminó pulverizando los hechos para imponer sus impulsos primarios y sus creencias, como lo refiere Noam Chomski: La gente ya no cree en los hechos; Trump, que ganó en las redes sociales, representa un grave peligro. Ha desatado de forma consciente una ola de racismo, xenofobia o sexismo que estaban escondidos pero que potencialmente nadie había legitimado. Acuñaría expresiones como: ¿Por qué tenemos a toda esa gente de países que son agujeros de mierda viniendo aquí? Putin es un gran líder. El concepto de calentamiento global fue creado por y para los chinos… 

Resulta patológica la afición de Donald Trump a mentir. Según las pruebas de verificación de datos de The Washington Post, al finalizar su mandato el expresidente había hecho treinta mil quinientas setenta y tres afirmaciones que eran engañosas o falsas. Dato que aprovechó el periodista de CNN Chris Cilliza para afirmar que aquel había mentido en publico en más ocasiones de lo que una persona normal suele lavarse las manos.

A pesar de tan astronómica cifra de mentiras para un mandatario, Trump es un niño de pecho en su capacidad para mentir —recuerden que América Latina es la cuna del realismo mágico—. Estoy muy seguro de que esta se queda muy corta frente a la multitudinaria cantidad de disparates, imprecisiones, afirmaciones engañosas, medias verdades, distorsiones y gigantescas mentiras en las que incurriría nuestro comandante supremo, Hugo Chávez Frías, dignas de estudio para toda clase de especialistas en estas lides y que estoy seguro llenarían miles de páginas tan inútiles y bochornosas como útiles son las de una Enciclopedia Británica. 

Cuando analizamos el panorama político, económico y social venezolano, nos encontramos con una terrible realidad, caracterizada por la desaparición del estado de derecho, la destrucción casi total del aparato económico y una pobreza generalizada que nos habla de una realidad inquietante, dolorosa y desolada. Frente a estos hechos, he aquí dos afirmaciones expresadas con emotividad y vehemencia por el más consagrado de sus discípulos: Nicolas Maduro.

Ya se acabó el experimento; la cosa salió bien; nos vacunamos todos, ahora vamos full clase (…) Venezuela tiene que brillar y ser ejemplo en el mundo de una educación pública, gratuita, incluyente y de máxima calidad

La otra no tiene desperdicio: Frente a las sanciones lo que hicimos fue plantarnos; meterle el coco; buscar los mejores asesores mundiales en economía, en moneda, en finanzas, en políticas productivas. Y Venezuela hoy puede decir que nos merecemos el Premio Nobel de Economía porque hemos echado pa lante solitos, con la Agenda Económica Bolivariana y los 18 motores…

Con semejante falsificación de los hechos, sobran las palabras para ilustrar en Venezuela ese fenómeno tan peligroso para el futuro democrático llamado posverdad.

 

Leon Sarcos, marzo 2022