José Ignacio Soler: ¿Es la invasión de Ucrania una derrota para Occidente?

Pase lo que pase con Ucrania, un estado europeo y soberano que Putin se ha atrevido a invadir, es una derrota para Occidente. Es un fracaso humillante que posiblemente cambiará el mundo occidental a favor de autocracias sin escrúpulos.

En los últimos días, leí publicaciones de la World Association of International Studies (WAIS) que comentaban sobre la hegemonía y el declive de naciones, imperios y civilizaciones en conflicto en el pasado, y más específicamente hoy en el contexto del conflicto de Ucrania. De hecho, este tema siempre me ha interesado mucho desde que era joven al leer algunos trabajos del historiador A. J. Toynbee, A Study of History (1934), y de otros intelectuales más actuales y controvertidos como Peter Turchin.

De sus trabajos surgen algunas preguntas como: ¿Estamos realmente ante el principio del fin de la civilización occidental? De manera más general, ¿cuáles son los factores identificables que precipitan el declive y el colapso de las civilizaciones?





Quizá antes de intentar dar respuesta a la primera pregunta conviene teorizar un poco. Para empezar, habría que definir de alguna manera qué es una civilización, o qué es lo que llamamos civilización occidental y por qué se considera así. Finalmente, necesitamos entender por qué estos objetos abstractos e históricos surgen y se derrumban en algún momento.

Según los estudiosos de la historia, una civilización es un gran grupo humano, más o menos culturalmente homogéneo, ubicado geográficamente, que comparte valores y costumbres, ideas, creencias, conocimientos científicos y técnicos con instituciones políticas similares, todo lo cual le confiere una cierta identidad compartida. Por eso hablamos de civilizaciones “modernas” como la occidental, la china, la japonesa, la india o la islámica.

Moderno significa actual y que está bien diferenciado, aunque hayan nacido hace mucho tiempo. De hecho, saber cuándo nacieron, aunque no es una tarea sencilla, es más fácil, por supuesto, que anticipar cuándo colapsarán. Por ejemplo, actualmente se entiende que la civilización occidental está compuesta geográficamente por las naciones de Europa y las Américas, incluidas, aunque no geográficamente, y tal vez Nueva Zelanda y Australia, y que sus rasgos culturales predominantes se basan en el liberalismo ideológico y económico, y más recientemente en valores e instituciones democráticas, además de un desarrollo social, científico, tecnológico e industrial compartido. Ciertamente, estas características no son similares para todas las naciones. Hay espacio para la diversidad y otras formas políticas.

Me parece más que evidente, tal como lo formula Toynbee, que las civilizaciones responden a un ciclo vital, desde el nacimiento, crecimiento, desarrollo, plenitud o madurez, declive y colapso. Por eso es válido preguntarse si el nuestro ya ha entrado en un proceso de decadencia y por qué.

Sin embargo, los historiadores no se ponen de acuerdo sobre cuándo fue este “nacimiento”, pues es difícil establecer temporalmente un momento preciso ya que las civilizaciones surgen de forma paulatina, lenta y progresiva. Si bien es cierto que los valores culturales occidentales se remontan a la Civilización Helénica, la integración cultural y económica no se produce hasta el descubrimiento de América, proceso colonizador y globalizador, y continúa con el Renacimiento, la Revolución Francesa y definitivamente con la Revolución Industrial. Revolución, además de las modernas ideas democráticas evolutivas en los siglos XVII al XIX.

Aunque la Rusia de hoy, para muchos, forma parte de la Civilización Occidental, en realidad es un híbrido multicultural y social, producto de influencias europeas y asiáticas, además de ser una etnia bien diferenciada, los eslavos. En los tiempos modernos ha carecido de valores culturales liberales y democráticos y, más bien conservadores, ortodoxos y autocráticos, por lo tanto, podría considerarse solo para los fines de este argumento, una “civilización” separada y diferenciada.

Identificar cuáles podrían ser los factores que sugieren el declive y el colapso de la civilización occidental es más complejo. Los historiadores afirman, por ejemplo, que las civilizaciones antiguas desaparecieron más por factores ambientales, cambios climáticos, deforestación, superpoblación, insuficiencia alimentaria, migraciones masivas de otras culturas, etc., que por factores de invasiones, conquistas, guerras y procesos colonizadores foraneos. A esto podemos agregar instituciones políticas y liderazgo débiles, grandes áreas geográficas y poblaciones muy numerosas que eran difíciles de controlar y gobernar.

Según Toynbee, el colapso ocurre cuando una civilización es incapaz de resolver las crisis y los problemas que enfrentan, pero cuando comienza su declive es menos simple de determinar.

Ahora bien, uno de los factores de decadencia que no es tan común encontrar entre los mencionados por los historiadores, a mi juicio, es el alto nivel de desarrollo, progreso y bienestar de nuestra civilización, lo que genera entre la población una falsa sensación de seguridad y superioridad, una zona de confort de la cual es difícil salir, y esto puede conducir a la autocomplacencia, la auto condescendencia y la autosuficiencia, el “buenismo” que señalan algunos autores, la excesiva tolerancia y el liberalismo en todas las formas sociales y de pensamiento. Estoy convencido de que estos elementos confluyen y debilitan una civilización, haciéndola vulnerable y, a la población excesivamente tolerante con otras formas culturales invasoras, provenientes de fuentes externas como, por ejemplo, las masivas migraciones islámicas a Europa, e incluso, en tiempos actuales, por la ambición abusiva de Rusia en Ucrania. Estas afirmaciones no pretenden fortalecer la idea de que una civilización deba ser intolerante o menos liberal, pero debe ser mucho más consciente y alerta para reconocer cuando sus principios, más que fortalecerla, la debilitan.

Es evidente que Occidente está debilitado. Su fuerza, creencias y valores han sido desafiados y no ha sabido reaccionar a tiempo. Ni sus dirigentes ni su población han reconocido los síntomas de su vulnerabilidad frente a las “agresiones” externas y su debilitamiento interno.

Es posible que este sea el comienzo de su declive, pero también es posible que se recupere, al menos me gustaría pensar eso, revierta la tendencia y pueda seguir siendo una civilización prospera y fuente de progreso científico y tecnológico.