Guerra en Ucrania: Cuando las tropas rusas perdieron la batalla de Kursk

Restos de tanques y blindados rusos en Kursk.
El Mundo

 

La ciudad rusa de Kursk dio nombre a toda la batalla, pero la confrontación -la mayor que se libró entre tanques en toda la Segunda Guerra Mundial- se extendió en un amplio radio de su entorno.

Por: El Mundo





El blindado T-34 encaramado en un pedestal en la céntrica plaza de Trostyanets (Ucrania) recuerda aquel hito militar que siempre fue motivo de orgullo para Moscú. “El 8 de agosto de 1943, Trostyanets fue liberada cuando concluía la batalla de Kursk”, se lee en la placa que ilustra el monumento, que también recuerda la gran cantidad de material bélico que capturaron aquí mismo las fuerzas soviéticas: 18 tanques, 6 vehículos blindados, 30 automóviles…

La 4ª División de tanques Kantemir fue una de las agrupaciones blindadas que consiguieron quebrar la fuerza militar del régimen nazi en los choques de aquellas fechas en esta misma región. Toda una ironía. Aquel conflicto contribuyó a otorgar la significada reputación que mantenía Kantemir hasta ahora.

La aureola de esta unidad acorazada de élite del ejército ruso ha quedado tan deteriorada como la sucesión de carcasas de blindados de la 4ª División que se extienden por el conocido espacio público de Trostyanets. La explanada está rodeada de edificios calcinados o reducidos a escombros. Los cascotes se entremezclan con cajas de munición abandonadas, restos de cohetes retorcidos, botas militares y los túmulos de tierra que construyeron los uniformados del país vecino como protección.

Los impactos alcanzaron hasta al T-34, que sobrevivió a la última contienda mundial y que ahora muestra un lateral ennegrecido después de que su pedestal fuera alcanzado por un proyectil.

La imagen de la División Kantemir no ha quedado en entredicho sólo por la debacle militar que sufrió en Trostyanets, sino por las incontables acusaciones de los residentes, que culpan a sus miembros de saquear de forma sistemática sus negocios y propiedades. “Lo han robado todo, no queda nada”, se lee en grandes letras pintadas en ruso en la puerta de entrada de la pequeña fábrica de salchichas de Vitali Chaliy.

En el interior se encuentra su coche, una pequeña furgoneta blanca que los rusos identificaron con su tristemente célebre Z, pintada en color rojo. “Me la robaron el primer día y fíjese cómo la devolvieron”, afirma el ucraniano de 53 años junto al vehículo, que terminó con las ruedas destrozadas y un plástico haciendo las veces de la puerta que arrancaron.

Lo que no volvió nunca fueron las ingentes cantidades de carne y otros productos que sustrajeron los uniformados desde el primer día en el que se instalaron en Trostyanets, el 25 de febrero. “Se llevaron todo: salchichas, carne, queso, mantequilla, los ordenadores.. Entraron rompiendo las ventanas y las puertas..”, rememora Vitali.

El dueño de la carnicería se atrevió a entrar en el edificio cuando los rusos ya estaban instalados en la cercana estación de tren, que se convirtió en su cuartel general. Quería ver qué había ocurrido en el complejo y al percatarse del asalto fue cuando pintó el explícito mensaje pensando que quizás podía disuadir a futuros uniformados. Craso error, apunta. “Siguieron robando cosas y al final tuvimos que regalar gratis la poca carne que quedaba a la gente del pueblo”, asevera.

A sólo 30 kilómetros de la frontera con Rusia, Trostyanets se encuentra en la ruta que siguieron los blindados que invadieron Ucrania el 24 de febrero y que pretendían controlar la región de Sumy para después reforzar el cerco sobre Járkov y Kiev. Nunca lo consiguieron. Su avance se frenó en el cercano pueblo de Okhtyrka, el siguiente núcleo urbano en dirección a Járkov.

FRENO A LOS RUSOS EN OKHTYRKA

Los bombardeos aéreos arrasaron el centro de Okhtyrka. Todavía hoy hay un pelotón de empleados municipales intentando reparar el desastre, difícil de conseguir en edificios como la antigua casa de cultura, uno de los centros comerciales de la población, su central térmica o las decenas de viviendas privadas y negocios que quedaron convertidas en pura ruina.

“Como no pudieron capturar la ciudad se dedicaron a destruirla”, opinan Victoria y Natalia (no quieren dar sus apellidos), dos empleadas de un pequeño supermercado cuya fachada se encuentra rasgada por la metralla. El fracaso en Okhtyrka salvó en cierta medida a la cercana metrópoli de Járkov, ya que los rusos no pudieron seguir hacia el sur.

Desde Okhtyrka hasta Sumy, toda la travesía que une Járkov con la linde rusa es un viaje a través de la derrota, la de los militares rusos, que dejaron pertrechos y blindados abrasados en los laterales del camino. Los enfrentamientos también asolaron un ingente número de residencias construidas a lo largo de la carretera y el principal puente de la zona, que ha sido sustituido por un pontón militar.

Los rusos no parecen avergonzarse de sus actos. Al menos uno de ellos. “Aquí estuvo Kusa”, dejó escrito sobre un muro parcialmente desbaratado en Trostyanets. “Zelenski (el presidente ucraniano) ya eres un cadáver”, se lee en otro mensaje estampado en las paredes.

“Cuando llegaron a Trostyanets se instalaron en la estación y ocuparon el hotel que hay en el segundo piso. Ese mismo día (el 25 de febrero) se fueron a robar todas las tiendas de alrededor. Se bebieron todo el alcohol que encontraron y empezaron a hacer trompos con los tanques”, recuerda Vladimir Zubko, de 57 años, uno de los responsables del complejo ferroviario.

El funcionario indica que los rusos colocaron francotiradores en el tejado del inmueble, que lo primero que hicieron fue asesinar a un taxista que pasaba por allí para dejar claro que nadie podía acercarse a sus posiciones. “El cuerpo estuvo tres días tirado. La madre tuvo que venir y ponerse de rodillas para poder llevarse a su hijo”, agrega Zubko.

Sumándose a señalamientos similares, Zubko acusa a los rusos de robar más de una decena de ordenadores de las oficinas del ferrocarril. “Esto fue un horror. No quiero ni hablar de ello”, proclama una anciana que se niega a rememorar lo acaecido.

Tras un mes en Trostyanets, la artillería ucraniana hizo comprender a la División Kantemir que debían replegarse por el mismo camino por el que habían invadido el país. Atrás dejaron su prestigio y un montón de ruinas, por las que caminaba esta mañana Victoria Mironenko, de 29 años, junto a su hijo y su marido. “Antes podíamos venir aquí con zapatos de tacón”, dijo al pasar junto al barrizal de tierra negra y el metal calcinado de un tanque ruso.

La familia de Victoria, como la mayoría de los cerca de 20.000 residentes de Trostyanets, pasaron todo el mes escondidos en su vivienda tirando de latas de conserva y los productos que cultivaban en su huerta. En una ocasión, una pareja de soldados entró en el domicilio al grito de “la paz sea con vosotros”. “Mi abuela les respondió: ¿Cómo vamos a estar en paz si venís aquí con tanques?”, concluye.