Ángel Lombardi: De in-migrantes a e-migrantes

A finales de la segunda guerra mundial (1945), con una Europa destruida, la emigración fue una necesidad para millones de personas y, para muchos, Venezuela, era un destino deseable por la bonanza petrolera y el mito que se había generado de riqueza fácil, particularmente, en Italia, España y Portugal. Y, porque además, los gobiernos venezolanos propiciaban políticas inmigratorias con diversos incentivos y facilidades, sobre todo, en la década de los 40 y 50.

En muchas películas de la época aparecía el nombre de Venezuela como un destino propicio, además de las afinidades culturales con los países nombrados. Se calculan millón y medio de inmigrantes de esos tres países que llegaron al país. Si a ello sumamos la emigración de millones de colombianos y de otras naciones, la cifra fue importante en todo sentido y su impacto económico, social y cultural le da un impulso decisivo a nuestra sociedad, máxime si tomamos en cuenta que la población nacional, para 1958, era un poco más de 7 millones de habitantes.

Muchos emigrantes, a partir de la situación política, en la década de los 60, regresaron a sus patrias de origen pero, otros tantos se quedaron y echaron raíces, muy visibles en la Venezuela contemporánea. De allí la tragedia de estos años de destrucción “chavista” que nos convirtieron en un país de emigrantes, por primera vez en nuestra historia y con el consiguiente impacto negativo en nuestra evolución social.





De “tierra de gracia” nos convirtieron en tierra de negación y huida. El petróleo fue y es una bendición como oportunidad para avanzar y mucho avanzamos en el siglo 20, en desarrollo económico, cambios sociales y políticos positivos, pero desde los años 80 en adelante, unas élites codiciosas y miopes y agotadas perdieron la capacidad de cambiar y renovarse en un ambiente de prosperidad y malos hábitos, que también se reflejó en la conducta social colectiva, de facilísimo irresponsable y corrupción tolerada y de alguna manera estimulada por la impunidad.

Quedó la leyenda del dorado venezolano, que alimentó la fantasía de muchos, a través de cierto cine y una particular literatura. El siglo 21 parece darnos otra oportunidad, pero no veo la auto-critica necesaria como sociedad en su conjunto.