La historia de la cárcel de Bogotá que se convirtió en museo

La historia de la cárcel de Bogotá que se convirtió en museo

Museo Nacional de Colombia. FOTO: Mauricio Moreno / EL TIEMPO

 

Los rayos del sol no encuentran un espacio para penetrar los muros de piedra que ocultan su interior. Las ventanas semiovaladas que se asoman al interior de esta fachada son el sitio por donde la luz encuentra un chance de colarse entre rejas. Esos pequeños huecos que hoy iluminan las salas del Museo Nacional de Colombia antes significaban el único contacto con el exterior que tenían desde sus celdas los presos de Cundinamarca hace más de 100 años.

Por El Tiempo





Esta mole se ha mantenido firme desde la década de 1870, en lo que en ese entonces era la periferia del estado soberano de Cundinamarca, cuando Colombia aún era un país federal. Hoy esa misma zona es el centro de Bogotá.

Su estructura con tonos marrones, que solo la rompe una pequeña puerta semiovalada con rejas, se impone sobre la carrera séptima por toda una cuadra que va desde la calle 29 hasta la 28. Pareciera estar resguardada por los cerros y los altos edificios que fueron levantándose poco a poco a su alrededor, los mismos que en 1870 resultaban imposibles de construir.

Y es que si ahora dichos edificios son el símbolo de la modernidad en la capital, la sede del Museo Nacional, que primero fue una penitenciaria, lo era en ese entonces. Su construcción, dicen los historiadores, fue “una locura” porque la Bogotá del siglo XIX era llena de casas pequeñas, pero no había ninguna estructura de piedra tan magna más allá del Capitolio.

Este edificio significó un paso al futuro, no solo por la obra de arquitectura que implicaba, sino también por lo que sucedería adentro, porque aunque los términos cárcel y modernidad parecieran no ser sinónimos, en esa época sí lo fueron.

Quien mire el Museo Nacional desde el cielo se dará cuenta que este tiene forma de cruz, reflejo del diseño que ideó el arquitecto danés Thomas Reed en 1849. Su pasillo más angosto, ubicado en el primero de tres pisos, tiene el suelo de piedra y sobre él hay columnas blancas que sostienen unos arcos que salvaguardan obras prehispánicas, las cuales hoy reposan en el mismo lugar donde los presos trabajaban en el siglo XIX.

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