“Tocar y luchar”: Gerardo Giménez, un venezolano que conquistó con su violín las calles de Chile

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Instagram @gerardogi05

 

Empezar de cero en un país diferente muchas veces resulta aterrador. Miles de venezolanos se embarcan a diario lejos de su hogar, profesión, y cultura, en busca de un sueño. Huyen para tener aquello que se perdió hace tanto en el país: Mejor estabilidad económica y mayor seguridad. Algunos piensan que el caos termina al emigrar y para otros, apenas comienza. 

Gerardo Gabriel Giménez es un violinista, originario de Lara, que se armó con entusiasmo y se arriesgó como muchos a forjar un mejor futuro en otras latitudes. Su amor y vocación por la música lo impulsó más allá de la ribera del Arauca vibrador para demostrarle al mundo que con mucha perseverancia se pueden cristalizar las metas. En una íntima conversación con La Patilla, el joven reveló los desaciertos de este camino y cómo logró trasladar su talento para brillar en las calles de Chile.





Por: Elizabeth Gutiérrez y Luis Eduardo Martínez | lapatilla.com 

La pasión de Gerardo comenzó a los seis años en el estado musical de Venezuela, durante su formación con el violín en el núcleo del Sistema Nacional de Orquestas. El empeño por expandir sus conocimientos lo llevó a estudiar más adelante pedagogía musical, pero interrumpió sus estudios en 2018 cuando decidió irse del país. Desde entonces, su vida tomó un nuevo curso.

El primer adagio

El joven barquisimetano optó por acoger a Lima como su primera experiencia en el exterior y fue allí donde se desenvolvió con la música y dio una muestra de su talento a los locales tras meses sin conseguir un oficio que pudiera cubrir con sus necesidades.

“En el momento que llegué hubo una temporada que se puso fuerte para que le dieran trabajo a los venezolanos, por el tema de la xenofobia que se vivía allá. Cuando decías: ‘soy venezolano’ o tu hoja de vida decía que eras venezolano, costaba para que te dieran un empleo“, contó.

Gerardo se reencontró con la música en la “ciudad de los reyes” por intermedio de un señor peruano con el que compartía vivienda, quien le recomendó tocar en Barranco, un lugar colonial muy bonito de la capital. “Era ideal para hacerlo. Llegué a ese lugar y él me dijo: ‘abre tu violín, ten mucha fé y haz lo que haces que es hermoso’. Me colocó la dirección de la casa por si me perdía, ya que vivía en un distrito que se llama San Juan de Miraflores y tenía que rodar más de una hora. Así fue como descubrí el arte de calle”, recordó.

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En ese paraje bohemio, Gerardo se juntó con dos amigos barquisimetanos, músicos también, y formaron una agrupación de violines. Por varios meses, tocaron infinidades de repertorios y se adentraron en nuevos lugares.

No obstante, su familia se encontraba hacia el sur, en Chile, y creyó conveniente marcharse a tierras australes para acercarse a ellos, y tener el calor de su hogar cerca. Convencido de que podría conseguir mayores frutos, siguió con su esencia y se enfrentó nuevamente al reto de tocar en las calles, aunque tuvo que adentrarse a un proceso distinto a Lima.

“La música que hacía en Lima no llamaba mucho la atención acá y tenía que estudiar muchas cosas, como ¿qué le atrae al chileno?. El chileno en este caso es un poquito más frío que el peruano pero de igual forma como que había que buscar la música o los géneros que realmente movieran sus fibras o llamaran su atención”, aclaró.

Afinando su camino

Pero todo cambió cuando se le presentó el mayor desafío de su vida. La familia no estaba a gusto en Chile y decidió retornar a Venezuela. Sin embargo,  Gerardo tenía otros planes en mente y optó por quedarse. Solo y en un país donde aún estaba en proceso de adaptación, el entrenador del club de voleibol donde él practicaba en simultáneo con la música lo recibió en su hogar.

“Fue a finales del 2019. Al siguiente año comienza el tema de la pandemia donde viví con una familia chilena. Son diferentes costumbres en muchos sentidos, como el tema de la comida, pero me tocó adaptarme por un tiempo ya que estuve también trabajando en el campo”, mencionó.

Con la situación cuesta arriba, Gerardo pasó por varios empleos, antes de envalentonarse y dejar de depender de un empleador para dedicarse de lleno a la música que le abrió otras puertas. Pudo formar parte de la Orquesta Comunitaria de los Dominicos, en Santiago. Además, ofreció clases particulares a domicilio de violín dirigidas a jóvenes que captaba cuando tocaba en la calle.

Luego de prepararse aún más en el área de la música, descubrir el truco para marcar la diferencia, y encantar a los chilenos, la recepción de los lugareños ha sido mejor de lo que esperaba. “Al principio me costaba. Podía ser un poco frustrante, pero después te toca estudiar de nuevo, conseguir los géneros adecuados, dar con las canciones adecuadas. Resultó súper bien. Siempre se detienen a escuchar. Las personas valoran bastante el arte que uno hace”, manifestó.

En esta transición que enfrentó, recibió experiencias amargas y al mismo tiempo acciones que lo conmovieron en reiteradas ocasiones. Una de las que más lo sorprendió, fue el gesto de un anciano mientras tocaba en una concurrida avenida.

“Se acercó un señor en condición de calle y dijo muchas palabras bonitas entre esas, me habló de Dios. Sacó un billete de su bolsillo de la denominación más alta, 20 mil pesos, y lo colocó en el estuche. Yo tenía un pequeño público alrededor y toda la gente se quedó, así como que: ‘¡Oh wow!’. Entonces, tomé el billete y comenté: ‘No, ¿cómo se le ocurre? ¿por qué?’. Él respondió: ‘Usted merece eso y más. ¿De dónde es?’. Le dije que era de Venezuela y me confirmó que siempre sería bienvenido a su país”, rememoró.

Al compás de un sueño

A pesar de la distancia, Gerardo mantiene su corazón aferrado a Venezuela. Diariamente, extraña todo de su tierra y entendió la importancia de algo fundamental. “Creo que parte de lo que aprendemos los venezolanos fuera de nuestro país es a valorar a nuestra familia basta con estar lejos para hacerlo. Muchísimo”, aseveró.

Aunque asimila que los cambios son parte del proceso y se proyecta con las metas que ha trazado hasta ahora y continuar para materializar su sueño. “Para nadie es un secreto la realidad que sucede y el tiempo que pasé acá. Hay planes, otro tipo de objetivos que uno se traza y más cuando uno comienza a hacer lo que le gusta. Por ahora, no sería un tiempo como para volver. creo que todavía no es el momento”.

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Gerardo Gabriel Giménez conserva su entusiasmo como el primer día. Espera consolidar su carrera como violinista con algunos proyectos en puerta sin dejar a un lado sus raíces y los conocimientos adquiridos. “Quiero generar bastante cantidad de alumnos y concretar un plan en la música, similar a lo que se hacía con el Sistema Nacional de Orquesta de Venezuela. Tengo una profesora de la universidad acá y tenemos en mente crear un núcleo en el cual la educación sea gratuita”, detalló.

El joven larense mantiene la convicción de que la música le dará grandes cosas, pero con humildad prefiere seguir tocando con la modesta orquesta comunitaria, en sus propias palabras “por amor al arte”. Sin embargo, espera  construir las bases de su academia de música para dejar un sendero de esperanza. “Como decía el maestro Abreu ‘tocar, cantar y luchar’ con la música hasta el final“, puntualizó.