En pleno éxito, rechazó la fama y el dinero para regresar al anonimato: la historia de Paty, de “El Chavo del 8”

Paty (Ana Lilian de la Macorra) y El Chavo del 8 (Chespirito), en una escena de la recordada serie mexicana

 

El Chavo del 8 tuvo como una de sus particularidades el haberse convertido en un producto televisivo que marcó a varias generaciones a lo largó de varias décadas. Tantos los grandes como los chicos disfrutaron de lo que acontecía en la bonita vecindad, más allá de que fue creado para un público adolescente. Hasta Diego Maradona, ya siendo un futbolista profesional, reconoció que en esos momentos en los que se encontraba mal anímicamente ponía el programa para que le sacara una sonrisa y, por un momento, olvidarse de todo.

Por Infobae





Esa fue la premisa que le imprimió Roberto Gómez Bolaño. A grandes rasgos, no hace falta mucha introducción sobre qué se trataba la serie. De allí surgieron personajes que permanecen en la memoria colectiva, como el propio Chavo, Quico, la Chilindrina, Don Ramón, Doña Florinda, el Profesor Jirafales, la Bruja del 71… Debe ser una de las pocas emisiones televisivas que cuenta con un elenco tan parejo, protagonistas a un mismo nivel.

Claro que había otros personajes que aparecían de forma esporádica. Aquí nos encontramos con Paty (figura en los libros como Patricia Jiménez, pero se la conoce por su apodo), interpretada por Ana Lilian de la Macorra. Su caso fue bastante llamativo: participando de muchos episodios a lo largo de varias temporadas, tenía todo para afianzarse, pero nunca despegó. Y esto sucedió por Ana así se lo propuso. Simplemente, no quiso. Recién con el tiempo se supo que las posibilidades estuvieron, que Chespirito siempre tuvo mucha fe depositada en ella, pero fue la propia actriz -aunque no lo era…- quien prefirió evitar la fama.

¿Quién era Paty? La “niña bonita”. La que con su dejo de ingenuidad provocaba que Quico se desmayaran luego de, por ejemplo, un beso de ella en la mejilla. La que despertaba la ira de la Chilindrina porque era ella quien se llevaba todas las miradas. Cómo no recordar ese primer diálogo, cuando Paty llegó a la vecindad con su tía Gloria (en su caso, encandiló a Don Ramón) a la vecindad y al primero que encontró fue al Chavo. “Hola, yo soy Paty”, lo saludó. “¿Pa’ mí?”, se sorprendió él. “No. Que me llamo Paty”, aclaró ella, para que luego la escena siguiera con Quico y el Chavo viendo cuál de los dos le hacía el regalo más grande.

La llegada de Ana Lilian de la Macorra al éxito creado por Chespirito se dio casi de casualidad. Antes, dos actriz habían interpretado a esa niña: Paty Juárez (el nombre del personaje salió de su apodo) lo hizo en 1972 y Rosita Bouchot, en 1975. Cuando Gómez Bolaño quiso regresar el personaje a la tira, le pidió a Ana, quien era la directora de casting, que buscara a la joven indicada. Fueron pasando diferentes actrices, pero nadie convencía. Roberto estaba apurado, necesitaba incluir a alguien, pero Ana le remarcaba que todas las que se presentaban no daban el fisic du rol de Paty: eran “muy pechugonas”.

Entonces Chespirito, con su sagaz ojo de productor, le pidió a su directora de casting que fuera Paty. Primero se negó, le advirtió que no era actriz, pero con el tiempo le dio el gusto: se sumó a la historia y su papel cobró una popularidad que fue creciendo con las apariciones. Sucede que el productor le había prometido que estaría en solo tres capítulos, y por eso ella dio el brazo a torcer. Al fin, terminarían siendo 25 episodios. Si embargo, nunca se encontró a gusto estando en la tira como parte del elenco. “No era mi rollo, mi corazoncito estaba en otro lado”, contó en alguna oportunidad.

Ana Lilian nació el 27 de noviembre 1957 en Ciudad de México. Su infancia estuvo ligada a los libros y la música. Gran amante de los animales, solía rescatar perros y gatos abandonados. Cuando terminó el colegio trabajó como recepcionista y hasta fue enfermera. A fines de los 70 se anotó en la universidad para estudiar Psicología y a la par, ingresó a Televisa, ya que necesitaba un dinero extra para pagarse los estudios.

Hace un tiempo, charlando con Día D, programa de la televisión peruana, habló de su esporádico paso por la actuación. “Para mí fue un juego, me imaginaba que algún día tendría hijos y verían a su mamá de actriz cuando era niña. Cada vez que terminaba una escena y cortábamos, llegaban las carcajadas de todos. Creo que todos se sabían buenos actores y sabían que lo que hacíamos era un éxito”, dijo. “Como yo no era actriz, actuar de mensa era fácil. Me súper encanta haber sido parte de eso…”.

Cuando a Ana la fama comenzó a sobrepasarla, a llegar al límite de no poder salir a la calle o cenar en un restaurante, decidió pegar el portazo. No estaba preparada para tamaña repercusión. Y además, no era su objetivo. La popularidad le le generó un miedo que no podía controlar y le avisó a Chespirito que no continuaría siendo Paty. Ese fue el cierre para su efímera carrera como actriz. Claro que la renuncia no le resultaría sencilla. Ya no solamente su mentor le rogó que continuara, sino que desde las más altas esferas del canal le hicieron el mismo pedido, ofreciéndole un contrato de exclusividad y un dinero que la hizo dudar. Pero comprendió que debía volver al anonimato. ¿Qué hizo luego de su salida de los medios? Terminó su carrera de Psicología y más tarde hizo una maestría. Al día de hoy permanece ligada a su verdadera vocación.

“Nunca me atrajo ir por esa vía (de la televisión). Pues siempre dije: ‘No, gracias’. Hace un tiempo me googlée a mí misma y me llevé una gran sorpresa: había muchas fotos y se preguntaban qué fue de Paty. Dije: ‘¿Qué hago con todo esto? ¿Cómo respondo? ¡Estoy viva!’”, comentó en aquella entrevista.

Ana primero estuvo trabajando en Estados Unidos, hasta tiempo después retornó a México, aunque no sola: lo hizo con su esposo y un hijo. Se instalaron en Colonia San Francisco Chimalpa y en ese lugar construyeron una casa de madera, cerca de una zona boscosa. Allí, en medio de la tranquilidad, sin los ruidos de las grandes ciudades ni los ecos de la fama, empezó a trabajar en un consultorio privado como psicoterapeuta.

“Ver ese brillo en los ojos de la gente y poder verme reflejada, y ser un reflejo de ellos es un placer. Me gusta muchísimo poder pelar una cebolla, y aunque parezca que todo es igual, se llega a su centro y a un meollo donde se genera un cambio interno en la persona. Y a partir de ese cambio, la persona empieza a vivir distinto”, explicó Ana, a modo de resumen sobre lo que terminaría siendo una aventura. Bien podría decirse que estuve en el lugar indicado. Pero no era la persona correcta. Así, al menos, lo creyó ella misma.