Alfredo Maldonado: El problema es nuestro

Alfredo Maldonado: El problema es nuestro

Los que están más o menos enterados coinciden en que la oposición es un desastre dividido en pequeñas partes, que unos convocan a unas elecciones primarias para que la ciudadanía les indique cuál de numerosos pequeños es el que deberá enfrentarse sin esperanzas reales a Nicolás Maduro en elecciones presidenciales, sin tomar en cuenta a quienes ya no creen en nadie ni a los millones que se fueron del país, y que otros andan armando una tramoya para elevar al actual peculiar Gobernador de Carabobo a figura capaz de derrotar –eso creen- a Nicolás Maduro sumando unos cuantos opositores y otros cuantos chavistas alrededor de un individuo que cree en vampiros y de quien se dice –no me consta- que está haciendo un buen gobierno en ese pequeño estado.

Habría que ver cómo gobierna Lacava en Bolívar, Táchira o Apure, o en la abrumadora Caracas, que son cosas diferentes.

Me dicen que mientras eso sucede Juan Guaidó sigue moviéndose por el país ganando adeptos aunque el interinato y su muy escasa presidencia se han esfumado y ya sólo sea un precandidato más, aunque supuestamente tendría el respaldo –que bastante dinero les ha costado- de Estados Unidos.





A mi, la verdad sea dicha, me da igual, incluso si María Corina Machado finalmente participa y resulta ganadora de las tales primarias, tal vez entonces sepamos cuál es su planteamiento de Gobierno más allá de ser la tan hermosa como exigente conciencia del país –al menos de la oposición.

Me da igual porque creo que el castromadurismo y Nicolás Maduro, vestido con liquiliqui o con su disfraz militar, ya tiene todo atado y bien atado para prolongarse como Presidente, si lo hizo Xi Jinping en China y lo hicieron los nefastos hermanos Castro en Cuba, ¿por qué no él? Me da igual porque soy de los que cree que no hay dictadura que abandone el poder por entrega voluntaria tras unas elecciones que difícilmente serán libres, democráticas y justas, algo más debe pasar.

Me da igual porque soy de los que cree que el problema no es de ningún pequeño dirigente opositor con aspiraciones, sino del conglomerado venezolano. El mismo que ya votó masivamente por Hugo Chávez el parlanchín y dejó a Salas Römer el gerente en la estacada –después, debo reconocerlo, de una mala campaña del jinete de Frijolito.

Pero los venezolanos, que siempre han sido simpáticos, cordiales, colaboradores, nunca han sido racionales con el voto. En cada proceso electoral, desde que tengo memoria, han votado con la emoción en la mano y no con el pensamiento ni el análisis. Son los mismos que construyen ranchos en las riberas de los ríos, los mismos que esperan que nunca se estremezca Petare con sus endebles casas de dos y tres pisos, los mismos que aplaudieron a Pérez Jiménez y sólo cuando la resistencia adeca y la incomodidad militar por un plebiscito mal planteado los llevaron a desear que se terminara de ir y a recordar que había presos políticos y torturados, dejando de lado que la Seguridad Nacional dirigida por Pedro Estrada tenía también el eficiente manejo de la seguridad ciudadana que nos permitía dormir sin echarle llave a las puertas de las casas.

Los mismos que hoy refunfuñan contra el régimen cuando no les alcanza el sueldo para pagar la comida y la ropa, al mismo tiempo que olvidan que también ahora hay presos políticos. Que el chavismo lleve veintitrés años mandando no es fortaleza del chavismo sino debilidad de los venezolanos.

Recordemos que alguien ya dijo que cada pueblo tiene el Gobierno que se merece.