En una cárcel de Portugal, los presos se sienten libres gracias a la danza

Los reclusos asisten a una clase de danza contemporánea en la prisión de Linho en Alcabideche, cerca de Cascais, el 31 de octubre de 2022. – 16 reclusos de la prisión de Linho participan en el proyecto que comenzó en mayo de 2019, desarrollado por Catarina Camara, bailarina de 42 años de Companhia Olga Roriz, formada en terapia Gestalt. (Foto por PATRICIA DE MELO MOREIRA / AFP)

 

En una cárcel de alta seguridad en Portugal, seis presidiarios bailan siguiendo el ritmo de una música lenta durante una curiosa clase de danza contemporánea.

“¡Bailen! ¡Con poesía!”, dice Catarina Câmara, una artista y profesora de danza, para animar a sus alumnos, mientras un poco más lejos la voz metálica de los altavoces llama convoca a los presos por su número.





El espacio donde antes estaba la capilla de la prisión de Linho, en la periferia oeste de Lisboa, se convirtió en un estudio de danza.

Durante una tarde de otoño, tras el habitual calentamiento, la clase consiste en bailar en pareja con un objeto, como una bufanda, una pelota de fútbol, un peine, un libro, una bombilla o una bolsa de plástico.

Los presidiarios se implican en este ejercicio, moviendo su cuerpo con gracia y expresividad, bajo la atenta mirada de Câmara, que también es psicoterapeuta de formación.

“Liberamos el cuerpo, moviéndonos por lo que sentimos en ese instante. Esto nos permite liberar emociones y pasar un buen momento. Cuando venimos aquí, es como si no estuviéramos en prisión”, explica a la AFP Manuel Antunes, un preso de 30 años al que llaman Beto.

Su compañero Fabio Tavares, de 28 años, comparte las mismas sensaciones: “Me siento ligero cuando estoy aquí. A veces diría que no estoy dentro una prisión, sino afuera, en una clase de danza normal”.

“Me ha transformado”

Ambos participan en este proyecto social y artístico que empezó en abril de 2019 en esta cárcel de alta seguridad, donde la mayoría de los presos cumplen largas penas, de 15 años en promedio.

Catarina Câmara da clases a un grupo de una docena de presidiarios, el perfil de la mayoría de ellos corresponde al de “chicos que crecieron en la calle y tuvieron que espabilarse solos desde muy jóvenes”.

“Hicieron estupideces. Algunos de ellos hicieron estupideces muy graves y necesitan realmente que los acompañen”, asegura esta profesora de baile, de 47 años.

“Resultaría muy ingenuo decir que el arte salva a la gente. (…) Pero el arte, combinado con otros factores, puede ser decisivo para cambiar la vida de alguien”, sostiene.

Es el caso de Tavares, quien antes de estas clases nunca se había interesado por la danza contemporánea.

“Pensaba que no me serviría para nada, pero me ha transformado completamente”, explica este joven, cuya familia es oriunda de una excolonia portuguesa en África, como es el caso de muchos otros de los detenidos en Linho.

“La danza y las conversaciones que tenemos aquí me ayudan a ver las cosas de otra forma (…), a desembarazarme de esos sentimientos que me hacían daño a mí y a aquellos que me rodean”, afirma.

“Más tolerantes”

Los responsables de la prisión también hacen un balance muy positivo sobre esta iniciativa.

Los presidiarios que participan en el proyecto se muestran “más tolerantes” y el número de infracciones al reglamento de la cárcel se redujo de manera drástica, destaca el director Carlos Moreira.

Tavares quiere seguir bailando cuando salga de prisión gracias a las clases que le ha ofrecido la compañía de danza de Olga Roriz, con quien suele trabajar Câmara y que dirigió el pasado verano un espectáculo en Lisboa en que los bailarines eran los mismos presos.

Este grupo prepara actualmente otro espectáculo, que representarán en su centro penitenciario.

“La libertad no es una idea o algo que se desea, sino una experiencia. La danza ofrece esta experiencia de libertad, en la relación con el otro y en el contacto”, explica Câmara, quien espera ayudar a estos hombres a “prepararse para vivir en libertad”. AFP