La frágil y misteriosa voz de Vicky, por Gustavo Tovar-Arroyo @tovarr

La frágil y misteriosa voz de Vicky, por Gustavo Tovar-Arroyo @tovarr

Vicky Krieps | Foto cortesía

 

La enigmática belleza de un mito

Apenas la vi lo supe, su belleza enigmática había sido pintada por Esteban Murillo. Sí, ella, Vicky Krieps, actriz de nuestra era, representaba a un tiempo su “Inmaculada Concepción” y también a “La Magdalena”, mística dualidad del ser femenino, de la mujer espiritual y sensual, de la gracia imperecedera. Podría ser también Sor Juana Inés de la Cruz –erótica y sagrada– o George Sand, mito legendario, divinidad pecadora, figura encumbrada en un exquisito templo que rebasa lo humano y alcanza lo universal. Fuese lo que fuese, Vicky con su discreta sonrisa encarnaba la historia del arte, su enigmática belleza…





No me acerqué, no quise escándalos, más escándalos, la habría rozado para saber si era de verdad, si sentía o si era otra ilusión de libertad, una epifanía en el desierto de Durango.

Me fui.

La herida del abuelo

Tovar me recriminó, fue muy duro, creo que le desconsoló mi timidez. Le razoné que no era tímido, le expliqué que cuidaba las formas, que de haberme acercado me habría puesto de rodillas y le habría rezado o quizá, peor, la habría acariciado, incluso mordido, Inmaculada o Magdalena, Sor Juana o Sand, era imposible permanecer imperturbable. Esa era la verdad. Tovar fue piadoso, comprendió mi inutilidad, se lo agradecí. Me arrinconé en mí mismo, contemplé el verdor espinoso de un cactus en el desierto. Escribí un poema.

De pronto, ella –Vicky– estaba frente a mí, flor rara del cosmos encarnada en México. Me incliné reverencialmente, le comenté de la Inmaculada (¿Magdalena?) de Murillo; no entendió, yo menos.

Habló…, el arte me habló, Vicky me habló de su abuelo.

La reencarnación de lo indeleble

Hay bellezas ancestrales como la de Vicky que reencarnan en la historia de la humanidad para reinventar nuestro espíritu –me explica con sobriedad Tovar–, bellezas raras que se repiten vida tras vida para inspirarnos y guiarnos, bellezas que son el eterno retorno de una sabiduría milenaria que nos cura del dolor y la caída. Cuando la Inmaculada me habló de su abuelo entendí perfectamente el pensamiento de Tovar, entendí que la belleza espiritual es imperecedera y se repite y nos ilumina, debido a ella la civilización es capaz de sobrellevar atrocidades y tiranías. Pensé en su belleza.

El abuelo de Vicky había sobrevivido a un campo de concentración nazi y tanto sus conductas como sus enseñanzas estaban cargadas de aquella indeleble herida. 

Me identifiqué al instante. 

Abrazo roto en el desierto

Tovar me abrazo, me vio perturbado, sofocado, como si una nieta que aún no existe, que vendrá, le hubiese hablado a mi espíritu: “no heredes el dolor, no trasmitas la ira, reinvéntate…, reinvéntame”. Vicky se fue a representar su próxima escena, dejó una estela de bella conciencia, porque la conciencia también es bella, bellísima, a su paso. La observé alejarse, espectral, elegante, pero su frágil y misteriosa voz quedaba sembrada en mi alma, la sentí florecer a través de una lágrima que resbaló por mi mejilla.

Intenté ocultarme, disimular mi sorpresa, enclaustrar el florecimiento de las lágrimas, pero fue imposible. Estaba roto, como rotos están los pueblos que han padecido una tiranía.

Tovar y yo nos abrazamos en el desierto.

El eco de la armonía universal

Volví a Octavio Paz, necesitaba recrear el lenguaje en mi espíritu. Busqué su “El arco y la lira”. Arco: instrumento para aniquilar a la humanidad. Lira: arma para fascinarla. La noche hizo que me reencontrara con Vicky. Le leí a Paz como agradecimiento: “La poesía… es regreso a la infancia, coito, nostalgia del paraíso, del infierno, del limbo. El poema es un caracol en donde resuena la música del mundo y metros y. rimas no son sino correspondencias, ecos, de la armonía universal”. Las palabras de su abuelo pronunciadas en su frágil y misteriosa voz fueron el eco –música– de la armonía universal anhelada, la nostalgia vívida del paraíso. 

La abracé y agradecí, Venezuela, millones de venezolanos, la sujetaban en mis brazos. Ella sonrío, ahora sí entendía. Hay que cambiar el lenguaje del espíritu. Y su belleza.

Fuimos cómplices, convertimos el arco en lira…