Luis Eduardo Martínez: La bienaventuranza de la libertad y la maldición del falso bienestar

Luis Eduardo Martínez: La bienaventuranza de la libertad y la maldición del falso bienestar

El poeta inglés Alexander Pope escribió en el siglo XVIII ‘la novena bienaventuranza’, jugando con la referencia bíblica de las ocho bienaventuranzas de Jesús. La novena de Alexander Pope dice así: “Bienaventurado el que nada espera, porque nunca será defraudado”. A pesar de la arrogancia literaria del famoso poeta, su adición tiene valor en el ámbito terrenal.

Iniciando un año, las expectativas de lo imaginado como posible pueden pesar sobre la realidad y causar que esta colapse. Tanto en lo personal como en lo político, es necesario reflexionar desde la individualidad sobre las construcciones abstractas que regulan nuestras interacciones en sociedad. Es necesario reflexionar sobre las definiciones de felicidad, paz, seguridad y, sobre todo, es importante pausar y reflexionar sobre la democracia.

Desechando los mitos que tenemos sobre la democracia es necesario establecer que el Estado democrático liberal es una construcción abstracta que busca limitar, a su expresión más mínima, la opresión del individuo. La representación de intereses políticos en una democracia liberal existe en función de la protección de las minorías, siendo el individuo la minoría más grande y elemental. La democracia liberal no está diseñada para generar un estado de bienestar, sino limitar las avenidas para que la tiranía se imponga.





Inclusión y contestación del poder

Robert Dahl, teórico político americano, nos dejó una de las más sencillas y atinadas definiciones de democracia y su relación con la libertad individual en su escrito de 1971 “Polyarchy: participation and opposition”. Según Robert Dahl, la democracia liberal en su mejor expresión es un balance óptimo de inclusión política y de avenidas para contestar al poder establecido. Es decir, que lo óptimo en una democracia liberal es que el mayor número de personas esté incluido en el proceso político (por ejemplo, el sufragio universal) y que haya avenidas suficientes para que aquellos en oposición a las decisiones del poder establecido puedan contestar y producir un cambio.

Esta semana, por ejemplo, el Congreso de EE.UU. se reunió para instalar la sesión 118 de la Cámara Baja. El nuevo congreso, con mayoría republicana, no logró elegir a un presidente de la cámara baja tras varios días de votaciones. Una situación inédita en los últimos 100 años de democracia en EE.UU. Una veintena de congresistas republicanos, que juntos conforman el “Freedom Caucus”, se opusieron al candidato de la bancada de su mismo partido. La decisión de esta veintena de congresistas dejó al legislativo norteamericano paralizado. Sin un presidente del congreso no se pueden juramentar los nuevos congresistas electos en los comicios de noviembre de 2022, tampoco se puede establecer una agenda legislativa ni confirmar nombramientos de comités.

La reacción inmediata del público ha sido la de denunciar como vergüenza el desorden a lo interno del Partido Republicano. A simple vista, el impasse producto del supuesto egoísmo de una veintena de congresistas está socavando el poder del liderazgo republicano y la agenda de esta bancada en oposición al poder ejecutivo, actualmente encabezado por el demócrata Joe Biden. Sin embargo, la realidad es que los congresistas “rebeldes” están cumpliendo con la representación política de los distritos que los empoderaron en las urnas. Y es allí donde tenemos que recordar que, más allá de compartir o no las ideas que promulgan estos congresistas “rebeldes”, ellos están ejerciendo el mandato que recibieron para contestar al poder establecido. Y por más que sorprenda a algunos que candidatos de la agenda MAGA (Make America Great Again) hayan llegado al poder en números significativos, de eso se trata la democracia liberal: inclusión política y avenidas para contestar al poder establecido.

Oclocracia vs. derechos fundamentales

Aquellos que no estudian la historia están condenados a repetirla, o eso dicen. La verdad es que la mayoría de las tragedias de la actualidad y los problemas políticos del presente no son nada nuevo en la historia de la humanidad. En el año 200 a.C., por ejemplo, el historiador griego Polibio acuñó el término oclocracia. La oclocracia no es más que el gobierno de la muchedumbre. Una degeneración de la democracia. La democracia liberal está diseñada para construir una arquitectura de control del poder, un estado, combinando las tres formas puras de gobierno: la monarquía, la aristocracia y la democracia. El poder ejecutivo representaría la forma pura del gobierno de una persona (monarquía). El poder judicial emana de la forma pura del gobierno de los más sabios (aristocracia). Y el congreso se constituye para representar la forma pura del gobierno de todos (la democracia). Se habla mucho de democracia, pero no de democracia liberal.

Hoy, tristemente y a pesar de las lecciones de la historia, pareciera ser que son las tres degeneraciones de las formas puras de gobierno las que imperan: la tiranía, la oligarquía y la oclocracia.

En la modernidad, la vital pero sutil diferencia de interpretación de formas puras de gobierno y sus degeneraciones es el apego estricto o no a los derechos naturales del hombre. La gran diferencia entre un monarca benigno o un tirano, es el respeto del gobernante a los derechos naturales del hombre. La diferencia entre un aristócrata y un oligarca, a los ojos del público, es el apego al respeto inalienable de los derechos naturales del hombre: el derecho a la vida, al producto de su trabajo (la propiedad) y la libertad de pensamiento.

¿Cuál es la relevancia de resucitar las ideas de un griego de la antigüedad? Hoy estamos convencidos de que la democracia es el gobierno de la mayoría. Y eso es un error que ha generado miseria en las Américas. La democracia más que el poder que pueda ejercer un grupo mayoritario sobre los demás, es una arquitectura que restringe las posibilidades que el poder de muchos o la violencia de pocos sea utilizada para violar los derechos naturales del individuo.

La victoria electoral de Luiz Inácio ‘Lula’ da Silva en Brasil, de Gustavo Petro en Colombia e incluso de Guillermo Lasso en Ecuador, por un punto porcentual sobre la oposición, no significa una carta blanca para los victoriosos. Es simplemente parte de varios trámites de administración del poder, a través de tres divisiones fundamentales del mismo, con el objetivo central de proteger los derechos naturales.

Estado de bienestar y tiranía

Una última reflexión histórica, necesaria para inicios de 2023, es recordar que los servicios sociales que provee el gobierno moderno, como son las pensiones y la seguridad social, no existían antes de la Primera Guerra Mundial (con algunas excepciones).

Fue Otto von Bismarck quien propuso en 1880 la idea de un estado de bienestar en la Alemania imperial. La propuesta de von Bismark trataba de impulsar un “cristianismo práctico” dentro del rol del gobierno. La intención inicial era proveer protecciones mínimas a los trabajadores industriales, que a menudo eran víctimas de las mismas máquinas que operaban. Poco a poco los procesos de industrialización de las economías de occidente produjeron una migración masiva del campo a la ciudad y empeoraron las condiciones de vida de los trabajadores.

Para simplificar la idea: el rol social del gobierno fue producto de un cambio en las relaciones económicas dentro de la sociedad que inevitablemente impactaron los procesos políticos. Es decir, que los gobiernos (que administran el Estado) poco a poco fueron cediendo poder relativo en negociaciones con la “muchedumbre” para aliviar tensiones sociales que cada vez más resultaban en enfrentamientos violentos con el objetivo central de resguardar los derechos fundamentales: la vida, la propiedad y la libertad.

Dos siglos después estamos convencidos de que la democracia es el poder de la mayoría y el gobierno nos debe dar salud, educación, pensiones, subsidios, vivienda, empleo, y la lista pica y se extiende. Dos siglos de demagogia y hoy el Estado está en manos de tiranos, oligarcas o el vulgo resentido.

Entrando al año 2023 debemos recordar el rol del Estado democrático y sobre todo debemos dejar de pretender o tener la expectativa que el gobierno (de turno) tiene el deber de resolver nuestras necesidades. El gobierno debe administrar el Estado y el Estado democrático es la arquitectura política más eficiente en mantener contenida la naturaleza opresiva de los poderosos y proteger los derechos fundamentales del individuo. ¡Bienaventurados los valientes que decidan vivir en libertad sin la expectativa del bienestar!