Abraham Sequeda: ¿Cuánto cuesta construir a Venezuela?

No cabe duda que la lista de necesidades es larga y el costo para cumplirlas inmenso. En un sondeo de opinión por más error que pueda tener, arrojaría la siguiente lista de necesidades de la población venezolana y en este mismo orden: comida, salud, medicamentos, educación, vivienda, servicios, seguridad ciudadana, transporte y muy atrás puede que se mencione el financiamiento.

Las últimas protestas vistas de maestros, nos alientan a pensar que la educación se percibe como una prioridad, y es así. Nótese que con las imágenes de esas situaciones, fácilmente se puede hacer referencia a cualquiera de las necesidades citadas inicialmente. Resulta que con dificultad y corriendo mucho riesgo, no por acciones del poder político sino por pasar desapercibido por completo, no se presentan exigencias sobre la necesidad más apremiante, definitoria y eficaz: la institucionalidad.

En cada rostro de los que exigen soluciones, impera la máxima de obtener unos recursos monetarios extras para poder vivir, en sentido estricto de la palabra, vivir un día más; es decir, si se cumplen los requerimientos de dinero se termina la necesidad y por ende las protestas. Se entiende que todos los venezolanos sin excepción, hemos sufrido la disminución de la calidad de vida en tal proporción, que valiéndonos de instrumentos técnicos de medición, todos somos pobres.





En este momento un alto debe hacerse y pensar que hemos llegado a este nivel y tal vez sea tan difícil tener un país con calidad de vida alto, precisamente por la falta de instituciones. Con esto en mente entonces: ¿cuánto costaría construir a Venezuela? En una hipotética base de datos de presupuesto, ¿qué colocamos como ingreso y de dónde provienen, quién los produce? ¿Cuánto debe ganar un empleado público y dónde se produce ese dinero? ¿Dónde están los incentivos y oportunidades en el marco de reglas de juego viables, predecibles y aplicables a todos, que canalicen el esfuerzo, talentos, energías, entre otras variables?

Las instituciones no se compran, ellas se construyen; de lo contrario, ocurre lo que hoy y en buena parte de la historia de Venezuela hemos observado y sufrido. Construir instituciones tiene un costo que viene dado por quienes la constituyen y para qué sirve esa institución. En ambos elementos no forman parte de los valores el deseo de manipular, corromper, traficar influencias, contratar ventajosamente con proveedores externos a cambio de comisiones, disponer a juicio propio, sin autorización o para uso personal de los recursos y bienes de la institución. Siendo de esta forma, las bases que establecen el costo de construcción son la responsabilidad, la seguridad y la libertad.

Es por estas razones que las libertades económicas, políticas, ciudadanas, se cimientan en la libertad estructurada, entendiéndose esta como liberalismo político, más aguas abajo, los poderes públicos independientes e instituciones decentes y consolidadas.

A este nivel y en esta etapa para Venezuela hay un problema: que las protestas se disipan con violencia, cinismo o a “billetazo”. La violencia se enmascara, el cinismo abunda y billete no hay. Las protestas no inciden en el cambio de las instituciones, sino el ejercicio ciudadano de todos los días, su apego a la norma y la organización y responsabilidad en pro de los más altos estándares de convivencia en cada rincón, en cada acto, con cada decisión.