Manuel Malaver: Maduro y su circo sin pan

Manuel Malaver @MMalaverM

El principio de política o más bien la frase para describir una situación no siempre precisa y mucho menos permanente, el “panem et circenses”, tuvo su origen en la República o el Imperio Romano, donde la desmesura de una expansión territorial que crecía sin parar impuso a los conquistadores mantener a la población de la Ciudad-Estado en calma, satisfecha y ajena a los atropellos que los “Imperators” cometían más allá de sus fronteras.

Pero podían ser abusos contra facciones de la propia población romana en la incansable lucha entre patricios y plebeyos, entre republicanos y tiranos, que no pocas veces se resolvieron en pavorosas guerras civiles como las que emprendieron César contra Pompeyo o Augusto contra Marco Antonio, que dejaron un material invaluable para el estudio de la teoría política, militar y social.

Acotemos que es en esta perspectiva como nos adentramos en “el panem et circenses” madurista, populista y aviesamente dictatorialmente también, con toda una gama de sucesos, personajes y ficciones que nos lo convierte en bocado imperdible si lo queremos auscultar desde la comunicación social, el cine, el teatro o la historia pura y simple.





De progenie relativamente nueva y novedosa, pues sinuosa como “forma” de política durante los dos milenios que nos separan del fin del Imperio Romano y el nacimiento del Cristianismo, el “panem et circenses” renace precisamente en Roma en los años 20 del siglo pasado, de la mano de un demagogo provinciano que se proclamaba restaurador del Imperio, que impactó a la Europa de su tiempo (y muy en especial a un austriaco llamado Adolfo Hitler) por su forma de combinar teatro con política, farsa con doctrina y tragicomedia con historia.

Hablamos de Benito Mussolini, político, periodista, socialista, que funda un partido, el Partido Nacional Fascista, con el cual toma el poder en 1922, pero ya desligado del socialismo y convertido en anticomunista y anticapitalista, que se declara heredero de la Roma Imperial, y del dominio sobre Mediterráneo y, por lo tanto, belicista, totalitario y decidido recuperar el espacio extracontinental que hacían de la Ciudad Santa y de Italia un Imperio.

Desde luego que, pura retórica, ya que Italia era una potencia mediana que ni siquiera había completado la revolución industrial y condenada a depender de este emperador de bolsillo que solo disponía de una enorme capacidad histrónica, dotes teatrales y capacidad de penetrar con gestos, gritos y halaracas lo que no era otra cosa que el sueño o pesadilla de un político transnochado.

Pero el desquiciamiento de Mussolini funcionó y no solo para ganarle un sólido apoyo popular y nacional que lo mantuvo en el poder hasta el fin de la II Guerra Mundial (cuando los italianos lo colgaron de los pies) sino para impactar y granjearle seguidores y aliados como Adolfo Hitler que lo imitó y superó en hacer de la política una obra maestra de la dramaturgia con toda la tragedia, farsa y teatralidad que tal afirmación contiene.

Pero los recién nacidos profetas del comunismo que se acababa de inaugurar en Rusia en 1917 y emprendían la aventura de convertir al mundo en un monasterio regido por la filosofía de dos pensadores alemanes, Marx y Engels, también vieron la utilidad de traer del mundo antiguo el invento romano del “panem et circenses” y así, mientras guerreaban por el mundo y establecían el socialismo en los países que conquistaban, se les veía imponer la marca que tanto contribuyó a consolidar a un viejo imperio y, dos milenios después, a consolidar dos nuevos: uno italiano y otro alemán.

Puede decirse que, en las condiciones y circunstancias de instaurar el socialismo, un modelo que resultó totalmente inviable para crear riquezas y extrarordinariamente útil para destruir las que había recibido del capitalismo, la necesidad de establecer el “panem et circenses” resultó insoslayable y así la humanidad ha contemplado y sufrido el horror de ver pandillas de genocidas que, mientras por una parte, reducen a ruinas la economía y recursos de las sociedades que oprimen, obligan a sus ciudadanos a participar o ver espectáculos donde discursean hábiles oradores, o se les organizan desfiles, fiestas, conmemoraciones, festivales, aniversarios, donde deben reir, cantar, bailar y celebrar a la fuerza.

Una muestra muy próxima y muy actual de la aplicación del antiguo principio romano y su actualización en los siglos XX y XXI, lo experimentó la población en el continente amaericano con la llamada “Revolución Cubana” y su líder máximo, Fidel Castro, el cual vivió 90 años, de los cuales, pudo pasar más de la mitad parloteando, soltando discursos que podían durar hasta ocho horas, disparando declaraciones, entrevistas, amenazas, mientras su país pasó de ser el cuarto país más próspero de las América cuando el discurseador tomó el poder en 1959, a ser el más pobre cuando murió en el 2016.

Pero los latinoamericanos no tendrían que esperar otros 57 años para ver aparecer un nuevo Fidel Castro, porque el 2 de febrero de 1999, un militar de baja graduación, el teniente coronel, Hugo Chávez, ganó la predidencia de Venezuela en unas cuestionadas elecciones y arrancó imitando a su maestro y mentor, Fidel Castro, sino en todo, si en lo amasar su presidencia de discursos que pronunciaba viniera o no cuento y soltar promesas sobre la gandeza que esperaba al país, el fin de la pobreza, del capitalismo y el imperialismo yanqui, la dignidad, la liberación de los pueblos y cuantas babiecadas le vinieran a la mente a esta clase de libertador y redentor.

Catorce años duró Hugo Chávez en el poder (1999-2013) y fue para repetir la experiencia que habían vivido los rusos, los países de Europa de Este, y Cuba, que fue para recibir países prósperos y funcionales para convertirlos en ruinas, desiertos y fracasos, con sus pueblos azotados por hambrunas, sus poblaciones reducidas por la miseria, las enfermedades y las migraciones y lógicamente clamando a gritos porque se produjeran reacciones nacionales e internacionales que pusieran fin a tales tragedias,

Que en Venezuela, cuando Chávez murió de un cáncer de pelvis el 5 de marzo del 2013 pareció prenderse una esperanza, pero no, su sucesor, Nicolás Maduro, no dice tantos discursos como Fidel o Chávez, pero sus políticas las ha copiado de manera tan fiel y efectivamente, que destruyó lo poco que había dejado su mentor y hoy el país de Bolívar se pelea con Cuba y Haití el último lugar entre los países más pobres del mundo.

Tiene récords en cuanto a cifras de hiperinflación, caida del PIB, endeudamiento, pobreza extrema, y deterioro de la salud, la educación y el medio ambiente.

Otro es haber quebrado por primera vez en la historia una economía petrolera que debido a sus altos precios y producción, se consideraba blindada de las contingencias que rutinariamente arruinan a los países (guerras, pandemias, desastres naturales)

No se piense, sin embargo, que tal desastre sin igual en la sociedad post Segunda Guerra Mundial, haya afectado en absoluto el optimismo y el espíritu triunfador de quien, como ninguno de sus antecesores, ha recurido a la política o doctrina del “panem et circenses”.

Pero no discurseando, en entrevistas, declaraciones o cualquier ocasión donde pueda ofrecer sus chácharas, absolutamente insulsas, sin ideas, promesas, o atractivos que provoquen la atención de cualquier clase de públicos
No, el “panem et circenses” de Maduro se basa en promover una seudo economía de consumo que financian los pocos afortunados convertidos en millonarios en dólares o criptomonedas, quienes, instalan centros comerciales, restaurantes de alta gama y hoteles de lujo.

Hace apenas tres días se inauguraron dos estadios de béisbol, uno en Caracas y otro en La Guaira, donde se llevará a cabo la “Serie del Caribe”, evento que reunirá los equipos de seis países de la región y será la ocasión de que, mientras cunden el hambre, las enfermedades y arrasen con los venezolanos que aun no han decido emigrar, hayan ciudadanos de dentro y fuera del país que sostienen que el “Socialismo de Maduro es una fiesta”.