¿Por qué el populismo es una estrategia política tan persistente? por Marta de la Vega @martadelavegav

¿Por qué el populismo es una estrategia política tan persistente? por Marta de la Vega @martadelavegav

Los análisis hoy clásicos del fenómeno del populismo, en especial en América Latina, muestran varios rasgos comunes, no importa el contexto distinto en el que ocurra.  Mencionamos, entre otros, los estudios realizados por Juan Carlos Rey (Politeia, Caracas, 1976), Aníbal Romero (La miseria del populismo), Pedro Paúl Bello (El populismo latinoamericano), Diego B. Urbaneja y, en relación con el populismo militarista de Chávez, las publicaciones de Nelly Arenas y Luis Gómez Calcaño, desde Venezuela, u Octavio Ianni, Enzo Faletto, Theotonio Dos Santos, Ernesto Laclau o Enrique Krauze desde otros países de América Latina. 

Anne Appelbaum trata el tema en El ocaso de la democracia. La seducción del autoritarismo. Un libro reciente de Moisés Naím, La revancha de los poderosos, cómo los autócratas están reinventando la política en el siglo XXI, aborda la cuestión de la fragilidad y riesgos de la democracia, al enfatizar que el populismo, la polarización y la postverdad, antes conocida como propaganda, socavan sus principios fundamentales. Entre ellos, los pesos y contrapesos de la división de poderes, el Estado de derecho, las libertades civiles y políticas son el objetivo prioritario de ataque en nombre de un pueblo del cual el líder mesiánico caudillista se dice defensor, en general contra una supuesta élite depredadora, explotadora y abusiva.

No se trata simplemente de una ideología sino de tácticas y triquiñuelas para alcanzar el poder y mantenerse en él. Por eso se presenta encubierto en una mezcla heteróclita de tendencias ideológicas contrapuestas: el populismo es ante todo una estrategia para acceder y conservar el poder. Ha sido caracterizado como un movimiento policlasista, nacionalista, anti-elitista, con un caudillo o líder carismático, seductor y mesiánico, militar o civil, el apoyo principal de los sectores medios que aspiran a ampliar su participación económica y política en las estructuras de poder, generado en el marco de una ruptura del orden anterior hacia procesos de democratización o profundización de la democracia. 





El populismo siempre requiere de un enemigo externo o de la formulación de una causa única, por ejemplo, el imperialismo, o internamente, las llamadas oligarquías o los ricos del país, culpable de todos los males que aquejan a la población menos favorecida socio-económicamente, formulada para cautivar fácilmente a las masas, dirigida a despertar las fibras emocionales más inconscientes y oscuras, como resentimiento, venganza, revanchismo y odio social de “los condenados de la tierra” (Franz Fanon,1961), esto es, de sectores excluidos o vulnerables de la población. 

Se trata de un proyecto de Estado dirigista, intervencionista, paternalista, centralizado y asistencialista, cuyas adhesiones o apoyos son de carácter acomodaticio, clientelar y utilitario. En dictadura, enfatiza el carácter autocrático. Si es democrático, se trata de una democracia complaciente, no de una democracia exigente. Entre más sólidas las instituciones, menos fuerte el poder del caudillo y viceversa. Sus ofertas son demagógicas y efectistas más que efectivas, pues no busca realmente profundizar la democracia ni producir cambios estructurales que consoliden instituciones y bienestar social sino utilizar la pobreza, sin darle verdadero poder al pueblo, como un medio para capturar el apoyo popular. 

Podríamos decir que el populismo como proyecto cumplió en América Latina un papel histórico en la modernización de estos países en respuesta a la crisis del Estado liberal-oligárquico, con el inicio de procesos de industrialización por sustitución de importaciones, urbanización creciente, integración social y democrática impulsados por los Estados en la región, pero hoy bloquea toda democratización donde busque imponerse. Es la modalidad latinoamericana y subdesarrollada del capitalismo regulado por el Estado, también llamado Capitalismo de Estado de Bienestar. 

Aunque este surgió por razones filosóficas y programáticas con las socialdemocracias europeas desde fines del siglo XIX a diferencia de las razones económicas que llevaron al economista inglés Sir John M. Keynes, con su “Teoría General” y de pleno empleo, a contradecir totalmente los principios propuestos por Adam Smith, en la práctica el capitalismo reformado coincide con el El Welfare State. Mediante un New Deal, “Nuevo Trato”, bajo el gobierno del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt y la asesoría de Keynes, fue superado el colapso del liberalismo económico, la crisis de superproducción y la quiebra o crack de la Bolsa de Nueva York de 1929. 

En Venezuela, el populismo se ha basado en la idea de que la renta es para distribuirla, no para crear ni ampliar la riqueza ni una economía productiva mediante el trabajo y los méritos. El Estado, que termina por colapsar debido a las demandas siempre insatisfechas, es convertido en el superárbitro social para dirimir los conflictos de interés enfrentados entre grupos de presión, gremios y sindicatos y para responder a las demandas sociales mayoritarias muy diversas. Busca redistribuir los ingresos mediante subvenciones, impuestos, expropiaciones y control de las tasas de interés, aunque sea  un reparto desigual y amiguista entre los distintos sectores. 

El Estado populista, al ampliar el control de la sociedad mediante fiscalizaciones, centralización y coacción económica, convierte la corrupción en dinámica del proceso de  participación, cuyos efectos perversos hacen de  todos los sectores sociales y en todos los niveles, cómplices, encubridores y transgresores. Alienta la pasividad ciudadana y el facilismo, rompe con la aspiración hacia el logro y estimula la anomia moral pues solo incita la búsqueda de poder no importa a qué precio. 

Hoy, cuando no hay más un Estado que responda a las demandas sociales y cumpla con  sus funciones y obligaciones y, menos aún, como manda la Constitución vigente, cuando no podemos hablar de un Estado Social de derecho, sino de una camarilla criminal mafiosa, militar y civil, que ha usurpado las estructuras de poder en su propio y particular beneficio, la población está inerme. Las incesantes y múltiples protestas revientan contra una pared de indiferencia e insensibilidad, caen en oídos sordos porque enfrentamos un Estado a la vez fallido y forajido. Y nos movemos todos los ciudadanos de bien entre el desaliento y la esperanza. O la antipolítica y la resignación. Porque no es el Estado sino la sociedad la que debe tomar las riendas de nuestro destino. La tentación totalitaria está a la puerta y siguen vigentes las razones por las cuales “la herencia populista” persiste en la cultura y mentalidad venezolanas.