León Sarcos: Rómulo Betancourt y el laberinto venezolano

El crecimiento de las sociedades humanas se explica por la presencia de unas minorías o personalidades creadoras que dan siempre respuesta exitosa a los retos del medio y que, en razón de su integridad y de sus compromisos con el grupo, son libremente seguidos por la mayoría.

Esas palabras del historiador Arnold Toynbee quizás puedan ayudar a la reflexión de todo ese grupo de aspirantes a liderar el proceso político venezolano, enlodado por el personalismo, la anarquía y la vanidad; sin equipos, sin programas y sin una verdadera estrategia para llevar adelante una transición, sin más traumas de los que ya lleva en el alma el venezolano.

Nace el Tigre de Guatire





Nació en Guatire el 22 de febrero 1908, y murió en Nueva York el 28 de septiembre 1981. Presidente en dos ocasiones de la república de Venezuela, la primera (1945 a 1948), y constitucional durante el primer gobierno de la democracia (1959-1963). Hijo de un canario de ascendencia francesa, Luis Betancourt, y de Virginia Bello de Betancourt, caraqueña. Tuvo una única hija con el nombre de su madre: Virginia Betancourt Valverde, con la maestra costarricense Carmen Valverde Zeledón.

Tenía una visión de país. Una propuesta de cambio. Se rodeó de un equipo de hombres inteligentes y probos, ideó junto con ellos una organización política, para instaurar la democracia. Durante su mandato se negó aceptar que familiares en grado cercano de consanguinidad sirvieran en la administración pública.

Theodore Roosevelt decía del liderazgo: El mejor líder es aquel que sabe elegir a los mejores para hacer las cosas, y tiene la templanza suficiente para no entrometerse mientras las hacen. Un día, a Betancourt lo llamaría su ministro de salud para preguntarle que por qué no lo convocaba a reuniones y él le respondió: porque yo lo puse allí para que los problemas los resolviera usted. 

No son los amigos, los aduladores y los seguidores ciegos quienes le hicieron equipo, eran Valmore Rodríguez, Raúl Leoni, Ricardo Montilla, Rómulo Gallegos, Luis Beltrán Prieto Figueroa, Andrés Eloy Blanco, Alberto Carnevalli, y tuvo la virtud de persuadir nada menos que a Rafael Caldera y a Jóvito Villalva, con su conocimiento del país, sus aptitudes y su propuesta, que era a él a quien le tocaba liderar el famoso Pacto de Punto Fijo.

En su último libro de largo aliento, El Rómulo Histórico, el historiador Germán Carrera Damas les recuerda a los venezolanos la necesidad de acompañar, como un solo ser humano, a la maestra Elsa Castillo, a la enfermera Ana Rosario Contreras, a William Anseume y a todos los venezolanos miembros de la clase trabajadora y profesional del país que luchan tesoneramente por un salario justo y una vida digna en libertad.

…Estimo que Rómulo Betancourt llamaría hoy a luchar, por todos los medios, para restablecer en su plenitud democrática la Soberanía Popular, base imprescindible de la República; para restablecer la Soberanía Nacional, degradada; para salvaguardar los intereses naturales, políticos, y espirituales de los venezolanos, de hoy y de mañana; para rescatar la dignidad de los poderes públicos, mancillados; para devolverle el decoro a las fuerzas armadas, falseado; para fortalecer los partidos políticos acosados; para promover la vida sindical, desvirtuada; y para estimular el desarrollo crítico y creativo de la cultura nacional, asediada.

Y sentencia… En pocas palabras: para terminar de echar al basurero de la historia los vestigios de despotismo, contra el que los venezolanos llevamos combatiendo 200 años.

Con Rómulo Betancourt y su inmenso legado se ha sido injusto; más aún, ha habido mezquindad intelectual y silencio cómplice de muchos de sus seguidores y de los miembros de su partido. Pero ha existido también revanchismo y pase de factura de sus adversarios y enemigos, que no terminan de asimilar el rotundo y descomunal fracaso de sus postulados en el pasado y el presente, en un país donde la clase política exhibe muy pocas dosis de renovación, creatividad y lucidez.

Su figura es legendaria, su aporte inconmensurable en todos los planos de su vida y obra. Su personalidad histórica trasciende el protagonismo del siglo en el que le tocó actuar. Rómulo Betancourt vivirá por siempre, en la conciencia histórica nacional, como el principal promotor de la democracia venezolana y el reformador social que le permitió al país el gran salto a la modernidad.

Dos grandes aportes de Rómulo Betancourt

Más allá de sus grandes aportes como hombre de Estado: el establecimiento de la democracia, la política petrolera, la construcción de Acción Democrática, el fortalecimiento de la educación, la salud y la infraestructura que dio origen al vigoroso crecimiento de una clase media de buen vivir, y todo un proyecto de país que se cumplió en buena parte, hay dos grandes enseñanzas de carácter personal, o dos hermosas lecciones pedagógicas, que pueden ser de mucha utilidad a las nuevas generaciones que cultivan la vocación política, la científica, la de servidor social o simplemente a quienes aspiran al ejercicio de ciudadanía en la construcción de una gran nación.

La primera tiene que ver con el plan de vida, el sueño, el aporte que cada quien elabora desde su perspectiva, como herencia a dejarle a la sociedad y la confianza, seguridad, devoción y esfuerzo que se aplica al mismo para hacerlo realidad. Eso que tan acertadamente el historiador Carrera Damas denomina Vencerse a sí mismo y que no es otra cosa que la toma de conciencia que hacemos, en un momento estelar de nuestro desarrollo personal, de las limitaciones y carencias que traemos, para superarlas y poder cumplir con asertividad y eficacia nuestro proyecto personal.

Rómulo Betancourt, a partir de los sucesos de La Semana del Estudiante, en febrero de 1928, se fija originalmente un propósito, un objetivo: acabar con la dictadura de Juan Vicente Gómez. Esa idea tendrá variantes y será ejecutada a plazos, sujeta a su interacción con la realidad, a la dinámica social que se va generando de esa interacción y a las circunstancias cambiantes.

Para cumplirlo, durante el primer exilio, descubre, internaliza, sabe que tiene, que está obligado a cubrir sus deficiencias intelectuales y políticas, para lo cual debe convertirse en un ser humano distinto, estudioso (no porque antes no lo fuera), disciplinado, organizado, riguroso y especializado, dedicado exclusivamente a explorar, a indagar, a estudiar a profundidad la realidad que desea cambiar. Esa especial disposición le dará las armas para crear un proyecto de sociedad diferente y mejor que la existente. Esa propuesta que se elabora tendrá que ser factible y superior en calidad, para que tenga sentido y sea atractiva para sus seguidores.

Betancourt, fiel al compromiso contraído con él mismo, no hace otra cosa que prepararse para competir por el poder. Pronto aprende a convertir la derrota temporal que le propina la dictadura al expulsarlo del país, junto a muchos otros dirigentes importantes, en una oportunidad para crecer humana e intelectualmente. El exilio se vuelve escuela, escenario, para curtirse en la adversidad; ingeniar medios y herramientas para combatir; y establecer mapas en el duro y difícil camino que lo llevará lenta pero progresivamente al logro de su gran propósito: instaurar la democracia liberal en Venezuela.

Se propone en los inicios de su fiebre revolucionaria, propia de los años juveniles, salir del dictador a como dé lugar. El dictador muere y sus sucesores serán distintos, y diferentes las políticas de Estado implementadas por estos, por lo que progresivamente los insumos que le suministra la realidad le irán explicando a su inquieto temperamento que la realidad es otra; por lo tanto, los caminos inéditos y distinta la metodología a la violencia.

Traza otros métodos y explora nuevos caminos que lo llevarán en una fase constante de confrontación-negociación, que maneja de manera muy hábil y con gran sabiduría gracias a su consolidado liderazgo, a persuadir a la mayoría de los venezolanos a optar por el proyecto, el programa y el partido que él y una vanguardia de la inteligencia venezolana han creado.

Rómulo Betancourt, vive en vigilia desde que abandona Venezuela y nunca desmaya ni descansa en su propósito de vivir en democracia. Correrá riesgos y constantemente asumirá otros más temerarios, como si se tratara de un juego en un laberinto donde en ocasiones se sabe perdido, pero en otras muy cerca de la luz que redimirá a su pueblo del autoritarismo, el atraso y el anacronismo militarista de siglos.

Un verdadero líder siempre trabaja y piensa en el largo plazo

La segunda enseñanza está relacionada con el largo plazo. El político latinoamericano con una más alta valoración del largo plazo y el líder de mayor conciencia histórica, sin duda es Rómulo Betancourt.

En él se aplica aquella afirmación del psicólogo Daniel Goleman, autor del libro La Inteligencia Emocional (1995): prestar atención al futuro significa tener en cuenta las consecuencias a largo plazo de nuestras acciones tanto para la generación de nuestros hijos como para la de los hijos de nuestros hijos… 

 Por eso, en lo personal, seguía un riguroso orden para anotarlo todo, organizar cronológicamente su correspondencia, sus ensayos, sus artículos, los borradores de sus libros, sus discursos, para facilitar su trabajo a los investigadores. En Betancourt da la impresión de que todo está sincronizado de tal manera que él es una sola pieza. Como vive, como piensa, como actúa, como planifica, como conquista espacios, como somete al adversario, como se impone. No hay nada que desdiga de su íntegra personalidad y de su conciencia de largo plazo.

De ahí su claridad en los límites que debe imponerse un hombre en el poder, después de una larga tradición despótica; convicción en la democracia, en la alternabilidad, en el equilibrio de poderes, en los relevos, en la circulación de las élites, en lo transitorio del poder, y en la importancia de la institucionalidad más que de los hombres. Por eso dio ejemplo de desprendimiento al negarse a aspirar por segunda vez a la presidencia.

Por eso es amado o es odiado, como todas las grandes figuras parteras de un ciclo histórico donde se debe necesariamente derrotar al adversario y someter a los enemigos. No puede haber medias tintas, ni conciliaciones ni debilidades ni diletancias; es el progreso o la barbarie, como lo hemos constatado hoy con dolor, cuarenta años después de dar oxígeno a las fuerzas radicales de izquierda.

Hay una dosis de confianza en sus actuaciones y ejecutorias realmente meritorias. Una fuerza de carácter y un empuje indeclinable que solo poseen los grandes hombres comprometidos con el largo plazo, que no es otro asunto que la convicción interior, el celo, la certeza de que todas sus acciones lo llevarán, casi que como un destino, a la realización de su gran sueño. El coraje del guerrero que solo da la seguridad que proporciona la noble carga de los propósitos y la trascendencia de sus objetivos.

Rómulo Betancourt siempre vivió, trabajó y luchó para el largo plazo. Traducido a mi simple percepción: tenía clara visión de la posibilidad de ser. Una alta estima de sus orígenes y ancestros. Valoración ponderada de su ego. Austeridad de monje. Confianza en la soledad. Humildad para ser. Pedagogía en la palabra. Convicción ciudadana. Transparencia de alma. Apego a la verdad y a la justicia; y sabiduría ante la adversidad, el dolor y la muerte.

En momentos tan singulares y de escepticismo como el que vivimos, es bueno recordar a Bonaparte, quien tenía la convicción de que un líder no es otra cosa que un repartidor de esperanzas, o invocar la sabiduría oriental de Lao Tse, dándole paso a los imponderables: El mejor líder es aquel que nadie sabe que lo es…