Gehard Cartay Ramírez: El diálogo en México, un cuentico de nunca acabar

Gehard Cartay Ramírez: El diálogo en México, un cuentico de nunca acabar

Continúa siendo errática y torpe la conducta de los miembros de la Plataforma Unitaria de la oposición que participa en el supuesto diálogo con el régimen iniciado en México hace varios meses y que, hasta ahora, no ha alcanzado ningún resultado positivo para los venezolanos.
Ha transcurrido ya un tiempo suficiente para que, al menos, se hubieran encaminado las negociaciones entre el régimen chavomadurista y la oposición mayoritaria. Sin embargo –como dice el refrán popular–, “no se le ha visto el queso a la tostada”.

La verdad es que, a estas alturas, está suficientemente demostrado que a Maduro y su cúpula podrida no le interesa arribar a ningún tipo de acuerdos que no pasen por el levantamiento de las sanciones, la transferencia de los recursos financieros represados y ahora han llegado al colmo de solicitar la suspensión del juicio por crímenes de lesa humanidad a que ha sido sometidos en la Corte Penal Internacional (CPI). Lo demás les importa absolutamente nada.

La desproporción e inmoralidad que caracteriza estas absurdas peticiones del régimen –algunas de imposible cumplimiento por razones obvias– da cuenta absoluta de su falta de interés y sinceridad en las conversaciones de México. Y ello por varias causas, la primera y más importante, su abierta concepción totalitaria, pues nada tiene que ver el juicio de La Haya con estas conversaciones, ya que ninguno de sus participantes o facilitadores tiene la potestad para pretender impedirlo. Ellos lo saben, desde luego, pero es una manera de hacer fracasar tales conversaciones.





Por supuesto que nadie en sana lógica puede ser enemigo del diálogo, las conversaciones y las negociaciones entre partes en conflicto. La historia ha demostrado que cuando se hacen de buena fe tales instrumentos pueden resultar exitosos, pues han impedido conflictos y terminado guerras terribles como la escenificada entre Estados Unidos y Vietnam en la década de los setenta del siglo pasado. Desde este punto de vista, la iniciativa, o al menos su propósito, del llamado “diálogo de México” fue positiva y aconsejable, pero hasta allí llega esa consideración.

Lo afirmo porque los resultados hasta ahora constituyen un fracaso evidente. Frente a la paciencia o estolidez –vaya usted a saber qué cosa pueda ser– de la delegación opositora, el régimen patea “la mesa de diálogo” cada vez que le da la gana, como cualquier muchachito malcriado y grosero. Inmediatamente hace peticiones ridículas e imposibles, como la de que Estados Unidos libere a Saab o esta de ahora solicitando el cese del enjuiciamiento de su cúpula criminal por la CPI. Mientras tanto, los delegados opositores callan y esperan que los convoquen de nuevo, todo ello sin chistar y de la manera más diplomática, por calificar de alguna manera su actitud. Su paciencia franciscana solo la justificaría que ujn milagro haga entrar en razón al régimen y se lleguen a mínimos acuerdos.

Si a ver vamos, el único que ha obtenido algo hasta ahora ha sido el régimen, como la liberación de los llamados “narcosobrinos” o la exclusión de ciertos listados negros de algún otro familiar de la pareja de Miraflores. La oposición, por su parte siempre ha regresado del país azteca con las manos vacías. Todo lo cual confirma que hasta el día de hoy ese diálogo no ha arrojado resultados concretos, con el agravante de su morosidad e inefectividad.

No se trata de ser impacientes a la hora de evaluar esas reuniones, pero nadie podría negar que hay una carencia absoluta de logros en las mismas y que, prácticamente, no ha habido avances de ninguna naturaleza. Ni qué decir sobre la falta de interés del gobierno de López Obrador, un anfitrión que nunca ha ocultado su amistad con la dictadura venezolana.

Algo parecido pudiera ocurrir con la iniciativa de Petro en Colombia, deseoso de ayudar a Maduro fungiendo esta semana como patrocinador de un encuentro internacional para “destrabar” la crisis venezolana, aunque siempre poniendo su énfasis en la necesidad de levantar las sanciones al régimen chavomadurista y asomando, en segunda instancia, que a cambio de lo anterior “haya más democracia en Venezuela”, como si esta existiera en plenitud y como si ese cambalache no fuera inmoral desde todo punto de vista.

Esas intenciones del presidente colombiano se vieron inmediatamente desenmascaradas con el atropello cometido contra Guaidó, y no lo digo por el personaje en concreto, sino por la violación de sus derechos como ciudadano al ingresar al vecino país y ser automáticamente expulsado, sin que mediaran las formalidades diplomáticas del caso. Hay que recordar, a este respecto, que Colombia siempre fue un país defensor del derecho de asilo y protector de políticos perseguidos por las dictaduras. Esa tradición parece haberla roto el gobierno de Petro con su actitud desconsiderada y sus ataques contra una figura que –quiérase o no– ha sido y sigue siendo fundamental en la Venezuela de nuestros días.

En cuanto a las conclusiones de la cumbre bogotana habría que señalar que son positivas, dentro de lo que cabe en el lenguaje diplomático que caracteriza a este tipo de acuerdos. Primero, porque replantea internacionalmente la tragedia venezolana actual y la necesidad de superarla. Segundo, porque señala “la necesidad de un cronograma electoral que permita la realización de elecciones libres, transparentes y con plenas garantías para todos los actores venezolanos”, en base a las recomendaciones de la Unión Europea. Tercero, porque propone que los posibles acuerdos marchen en paralelo al levantamiento de sanciones. Y cuarto, porque solicitan la continuación del diálogo en México acompañado “por la aceleración de la implementación del fondo fiduciario único para la inversión social en Venezuela”. “Nada nuevo bajo el sol”, la verdad sea dicha…

Sin embargo, la destemplada respuesta del régimen chavomadurista ante esas conclusiones augura nuevas dificultades y tropiezos, reiterando así su poca o ninguna disposición para dialogar y destrabar nuestra tragedia nacional. Esta posición no nos extraña a los venezolanos, pero puede abrir interrogantes en el gobierno colombiano y en los demás países que aún creen que Maduro y su grupo están dispuestos a buscar una salida a la crisis venezolana.

Por último, hay que consignar necesariamente la decepcionante actitud de la delegación de la Plataforma Unitaria ante las conclusiones citadas. Por desgracia, y lo digo sin ánimo extremista, optó por una declaración en principio inobjetable por su formalidad diplomática, pero con la gravísima circunstancia de no haber protestado –como estaba obligada a hacerlo– la humillante actitud contra Guaidó, a quien muchos de sus integrantes reconocían como “presidente interino” hasta hace unos meses y algunos de ellos, incluso, fueron miembros prominentes del entonces denominado “gobierno transitorio”.

Por lo visto, la vía diplomática aún sigue siendo incierta para que Venezuela encuentre la luz al final de este trágico túnel.