León Sarcos: La contracultura digital

León Sarcos: La contracultura digital

El verdadero problema de la ciencia y la tecnología, no radica en su vertiginoso avance que todos debemos estimular, sino en el hecho de que su orientación, aprovechamiento y uso se haga a espaldas de la mayoría para aislar y envilecer la condición humana y la poca espiritualidad que le sobrevive.

Tengan siempre presente la máxima del historiador noruego Christian Lange: La tecnología es un sirviente muy útil, pero un jefe muy peligroso. Nunca antes en la historia de la humanidad habíamos llegado a ser más libres y simultáneamente más esclavos.

El inicio de una breve historia





La Creación de Adán de Miguel Ángel Buonarroti, pintada durante el Renacimiento, le había impactado de niño y la impresión ahora volvía renovada en el reencuentro apoteósico de espiritualidad de aquellos dos jóvenes, al igual que en el majestuoso e influyente cuadro del genio italiano, Dios había vuelto a darle clara vida a la luz, al agua, al fuego y a todos los seres vivos.

Esa imagen era tan vívida y sentida para él como la que dibujó un pintor español de su padre y su madre. Él, sentado, blanco caucásico, de ancestros celtiberos que reproducía al conquistador español, ya bastante mestizo; ella, niña de catorce, de pie con la indumentaria de su raza, una luciente manta goajira, enamorada, inmóvil y temerosa, rozando apenas con el meñique la superficie de su mano proyectando el mucho amor que sentía por él.

La humano y la comunión se impone a la tecnología

Cuando se vieron en físico Alexa y Ziggy, después de tantos años –ambos quedaron enlutados por minutos–, se fueron aproximando con una mezcla de ansiedad y temor, como si fueran seres de constelaciones diferentes; cuando volvieron a tocar sus manos y trémulos se abrazaron, sintieron de nuevo la presencia uno del otro y a Dios. Estuvieron mucho rato recostados llorando cruzados hombro sobre hombro. 

Alexa aspiraba su química varonil de guerrero indomable; Ziggy, la dulce, erótica y aromática fragancia que ella despedía de su frondoso cabello, que caía sobre su frente y él apartaba con sus índices; la contemplaba como sus ojos la vieron por vez primera, transparentes de alma, única depositaria de su confianza y su amor. Compañera de palabras, de largas e intensas conversaciones, obras y esperanzas.

Habían vuelto a la vida espiritual, la pesadilla había terminado. Alegre la gente caminaba en grupos hacia las iglesias y las plazas conversando para la comunión; libre había tomado las calles y todos los sitios de encuentro para volver simplemente a conversar. Los poetas cantaban a las mujeres y las mujeres trovadoras componían música para una nueva era.

El absoluto dominio digital

Ya Albert Einstein lo había anunciado mucho tiempo atrás: Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo solo tendrá una generación de idiotas.

La esclavitud tecnológica había creado un patrón de vida, un tipo de convivencia humana totalmente impersonal donde el ser humano, supuesto protagonista de su vida, había llegado gracias a la revolución tecnológica a aceptar patrones de conducta que lo llevaban a la auto explotación y al envilecimiento.

El concepto de tiempo había adquirido una supervaloración especial y sin sentido. Ahora no solo los presidentes, ministros, directores, gerentes, ejecutivos, médicos de primera línea y militares no tenían tiempo para nada, sino que la mayoría de las amas de casa, desempleados, vagos y maleantes, soldados, talabarteros, mecánicos, plomeros, estudiantes, campesinos y obreros, por igual tenían también el tiempo copado. Todo por un tipo de máquina que ahora llevaban todo el tiempo consigo y que hacía las veces de esposa, amante, hijo, madre, padre y amigo. 

Al igual que en las monarquías donde era necesario la condescendencia del rey y la genuflexión para dirigirse a él, o como aún sucede en la vida militar, donde es imprescindible la autorización del superior para hablar de tú a tú, nadie respondía llamadas. Era necesario pedir permiso para hablar mediante un mensaje por escrito, y si te ponías pesado, el interlocutor te decía: por favor escríbeme qué es lo que quieres, no necesitas hablar conmigo.

Casi absolutamente trajinada a la carrera la respuesta por la supuesta falta de tiempo –la forma más fácil de hacerse importante sin serlo– se fue creando e imponiendo un alfabeto digital hecho de una mezcla difícil de explicar, donde abundaban las abreviaturas arbitrarias, los apócopes, las hipérboles y los hipérbaton mal usados. Toda una degradación del lenguaje y de la composición gramatical, que de seguro haría levantar de sus tumbas a los grandes literatos miembros de las academias de lengua del mundo.

Lo más usual era una combinación de abreviaturas, imágenes combinadas con símbolos y signos de distinta naturaleza, que expresaban estados de ánimo, agradecimientos, burlas, molestias, sátiras, ironías y rabias. Una especie de lenguaje extraño, sin sentido, solo fruto de ociosidades inventadas como juegos por niños adultos para fastidiarnos a todos.

Para colmo, la gramática se degeneró mucho más cuando se generalizaron los mensajes en spanglish, y más aún cuando empezaron a entrar los caracteres chinos, con lo que el desastre se hizo global. Había que imponer orden y nadie lo hacía, para beneficio especialmente de los dueños afortunados de las corporaciones productoras de las nuevas tecnologías.

Internet, el ideal mercado tecnológico

Era una verdad muy a medias de que Internet fuera gratuito –el pretendido gran descubrimiento para ayudar a hacer posible el conocimiento a las mayorías del mundo–; cada consumidor, de acuerdo a la clasificación algorítmica que de ellos se hacía, subliminalmente iba siendo cosificado para entrar al mercado donde todo se tiene que pagar.

Los periódicos de más prestigio editorial comenzaban por obligarte a llenar un formulario, por lo menos con tu identificación del e-mail, para poder acceder a su información. Después, por supuesto, vendría la venta de la suscripción y de inmediato la venta a través de sus páginas de toda una lluvia de accesorios tecnológicos inútiles que inundaban el mercado.

Los trabajos especializados de alto valor científico y humanístico permanecían bien protegidos, de tal manera que entraras a una plataforma donde estaba el gancho de la seducción: gratis los primeros treinta días y después en abanico desplegadas las tarjetas de crédito para inducirte a bajar de la mula. 

Los libros eran más o menos homogenizados de contenido. La gente hacía su inventario de insumos, personajes, desarrollo de la trama, desenlace y la inteligencia artificial suministraba los textos ya elaborados con la dosis racional de emotividad, razones o sin razones de los comportamientos humanos predecibles o probables sin ningún problema. 

Todo el mundo podía dictar una pauta, la máquina se encargaría de lo demás, y su obra en el género que eligiera quedaba realizada. y el escritor consagrado, entonces pululaban tantos ¨buenos¨ que no tenías a quien escoger.

La asistencia a los cines se fue extinguiendo con la creación de nuevas empresas que servían menú a la carta de viejas y nuevas películas e infinidad de series para satisfacer todos los gustos. Especialmente canales pornográficos y de diferentes perversiones, vistos por el público en general sin ningún tipo de supervisión ni controles. Si tenías pocos escrúpulos, podías tener tu propio canal en casa y vender tus originales experiencias. 

Fue uno de los peores, si no el peor de los tiempos de la cultura y de la industria musical en cuanto a la calidad interpretativa, instrumentación y contenido, verdadera basura la mayoría. Daba la impresión de haber sido hecha por expresidiarios y lumpen sin futuro, para torturar el oído y el buen gusto de la gente decente.

Música transmitida en forma de acoso en Youtube de manera intempestiva, entre una selección hecha por el consumidor con antelación de Bach, una suave interpretación de Ella Fitzgerald o de The Carpenter, para introducir basura desagradable y procaz de notas disonantes y letras mal vocalizadas de Bad Bunny, Anuel AA, o las inocuas lloraderas para adolescentes despechadas de la famosa e ‘irresistible’ Carol G.

Había que olvidarse de la clásica advertencia: Omitir anuncios, era solo un cumplido. Jamás el consumidor fue irrespetado de manera tan masiva, tan vulgar y tan inteligente, como lo fue a través de las redes y los móviles. Jamás fue víctima de tan sutil acecho y en ocasiones tan descaradamente, de tanto acoso.

Una vida desde casa

Desapareció la mayor parte de la infraestructura bancaria, que solo se visitaba en casos excepcionales, cuando había alguna estafa escandalosa y te ibas a cerciorar de que tu cuenta no estuviera entre las involucradas.

Las iglesias quedaron para rituales especiales muy bien pagados, porque las misas se oficiaban por televisión o cada iglesia tenía su canal en YouTube. Las escuelas, liceos y universidades eran sucursales de una gran biblioteca central desde donde se programaban clases sectorialmente para cada nivel de educación. Los gobiernos totalitarios o democráticos, impartían la educación que consideraban conveniente los expertos en inteligencia artificial directamente a los hogares. 

La verdadera esclavitud había llegado y solo unos cuantos investigadores rebeldes y acuciosos se habían percatado del monumental desastre y vacío espiritual y humano que se iba gestando detrás del inmenso placer tecnológico que hacía que cada uno de los habitantes del planeta –con acceso a internet o a un móvil–, se sintiera una estrella de Hollywood o un extraordinario profesional egresado de Harvard u Oxford, en cualquier especialidad.

Casi nadie sabía nada y todos lo sabían todo, con solo teclear sobre una máquina y pedir ayuda a uno de los tíos sabios, o asistentes superdotados que llevan por nombre a los dos protagonistas de esta corta historia.

Las tergiversaciones, los disparates, y las arbitrariedades conceptuales eran habito para los tiranos, ni qué decir del común de la gente. Había desaparecido la fina línea que separa la verdad de la mentira. Llegamos a lo que los expertos en el pasado denominaron posverdad.

 La historia tenía el color de los acontecimientos que cada quien le impusiera y las ópticas sobre el comportamiento social cada quien le ponía su prisma, sin consideraciones morales ni éticas. Desapareció la norma y en el caso de los países latinoamericanos, se habían esfumado los pocos vestigios de autoridad institucional realmente calificada.

El epílogo de una resistencia 

Cuando Alexa y Ziggy, pudieron salir al fin victoriosos, luego de que un vasto movimiento social emprendiera una inteligente, intensa y sigilosa resistencia y lucha, que logró persuadir a una mayoría sustancial de la humanidad, se lograría que el imperio de las tecnologías cediera el paso a la rectoría de los seres humanos y al triunfo de la rebelión de la contra cultura tecnológica.

Habían pasado tres décadas desde que se decretó la guerra a los críticos de las tecnologías y a los charlatanes de prosa libre, y estos pasaron a la clandestinidad por negarse a producir avisos publicitarios o poemas balas, en lugar de exigente literatura. Fue así que redactaron un emblemático y conciso documento donde se declaraban en resistencia y desafiaron al imperio tecnológico: 

Es una locura tolerar el absoluto dominio de las nuevas tecnologías; estamos perdiendo los pocos signos de humanidad que nos quedan. La escasa vida espiritual y una convivencia sin comunicación directa y humana nos ha conducido por un camino sin norte y sin sentido. Estamos obligados a organizarnos, resistir y luchar hasta vencer. Hay que poner a las tecnologías al servicio del ser humano y no al revés como sucede hoy que ayudan a facilitar su envilecimiento.

Líderes de la contracultura tecnológica, Alexa y Ziggy, perseguidos por la inteligencia de Estado, después de treinta intensos años de lucha y a más de un siglo de escrito Alarido, el célebre poema de Allen Ginsberg, y el libro de Jack Kerouac Sobre el Camino, en esa breve pero contundente declaración principista, renacía el espíritu de las ideas que dieron inicio a los movimientos protagonistas de la rebelión de los 60 del siglo XX.

Tenían 15 Alexa y 17 Ziggy, los nombres los habían elegido sus padres de los asistentes de Amazon, cuando comenzaba el auge de las redes y los móviles. Ahora, después de tres décadas, entraban triunfantes encabezando una gigantesca manifestación a la capital del mundo, entonando We Are The Champions del Grupo Queen.  

En las plazas principales, en los estadios, los terrenos baldíos de la Tierra ardían en piras monumentales de fuego, los móviles, las computadoras, los plasmas y todos los últimos modelos de juegos de Mortal Kombat, los viejos alfabetos, y manuales para la vida digital y sus últimas novedades. 

Había que empezar a administrar el uso de la ciencia y la tecnología, educar y legislar para su buena y eficaz utilización, con el fin de abrir cauce a la verdadera sociedad del conocimiento y del desarrollo humano y espiritual. 

El desafío constituía un reto nada fácil para la creatividad y la inteligencia humana: Organizar con el mayor concurso humano el uso y la administración de las innovaciones tecnológicas. Tenían que asumirlo, esa sería la tarea y el compromiso de las nuevas generaciones para poder seguir siendo ciudadanos y líderes del mundo libre, antes de que la inteligencia artificial terminara de imponerse.