Luis Eduardo Martínez: Relaciones internacionales surrealistas

Luis Eduardo Martínez: Relaciones internacionales surrealistas

El mes de junio se nos presenta con dos aniversarios que demuestran dos distintas maneras de abordar las relaciones internacionales. El 4 de junio se conmemora el aniversario de la masacre en la plaza de Tiananmen en 1989, en Pekín, China. Y el 6 de junio recordamos a los héroes caídos en el desembarque de tropas aliadas en Normandía, Francia, en 1944, también conocido como D-DAY.

Décadas después de la masacre en Tiananmen, el Partido Comunista de China se convirtió en la amenaza más importante para el orden mundial liberal. Mientras que después de la Segunda Guerra Mundial, Alemania y Japón son las economías más avanzadas de sus respectivas regiones, con empleo pleno y mayores índices de educación y tecnología. Más allá de las consideraciones morales, a nivel estratégico, la contención de amenazas sistemáticas a un orden internacional es contraproducente para su supervivencia. Por otro lado, el cambio, por fuerzas externas o apoyo a fuerzas internas, de regímenes que presentan una amenaza internacional es una decisión estratégica aun valida, nuevamente más allá de las consideraciones morales. Esta triste realidad histórica no puede ser suplantada por un ideal contemporáneo. La historia de las relaciones internacionales no es la evolución y coexistencia de ideologías, sino el choque de poderes con base en la necesidad natural de adquirir garantías de seguridad y supervivencia.

Tiananmen





En abril de 1989 el movimiento pro democracia en China hirvió en la plaza de Tiananmen. Grupos de estudiantes descendieron sobre la plaza para exigir mayor rendición de cuentas, debido proceso constitucional, democracia, libertad de prensa y libertad de expresión. Mientras que grupos de trabajadores protestaron contra los altos niveles de inflación y la erosión de la calidad debida tras las reformas de mercado. Juntos estos grupos formaron el “movimiento de democracia del 89”. De manera natural se unieron en torno a demandas anticorrupción, ajuste de políticas económicas y protección de la seguridad social.

El 16 de mayo de 1989 aterrizó en Pekín Mikhail Gorbachev. Y el dia siguiente, el 17 de mayo de 1989, más de un millón de residentes de Pekin marcharon hacia Tiananmen. El movimiento pro-democracia tomó la visita del líder ruso, famoso por sus procesos de reformas Glásnost y Perestroika en la Unión Soviética, como el momento perfecto para presionar a Deng Xiaoping para lograr una mayor democratización del Gobierno chino. La respuesta del líder del Partido Comunista de China, posiblemente el mayor reformista y pro-mercado de la historia del PCC, llegó el 3 y 4 de junio, poco después de la partida de Gorbachev. Y a pesar de que el PCC ha hecho todo por borrar la memoria de esos días, basta con resumir diciendo que: entre 1.000 y 10.000 civiles fueron arrollados por tanques de guerra o abaleados por ametralladoras del Ejército de Liberación Popular en la ciudad de Pekín.

Unas semanas después del incidente, el 1 de agosto de 1989, Henry Kissinger publicó un artículo en el Washington Post defendiendo a la administración de George H. Bush y su apaciguamiento de China. Kissinger incluso llegó a criticar a los congresistas estadounidenses que votaron a favor de sancionar al régimen comunista de China y defendió a Deng Xiaoping de aquellos que lo catalogaron como dictador. Para las relaciones entre EE.UU. y China, 1989 no fue un año que reversó la integración de las economías de ambas naciones, sino uno que la aceleró. En la década de 1990 se llegó al punto más cordial y beneficioso para las relaciones internacionales entre China y occidente.

Tres décadas de apaciguamiento de un régimen iliberal, y la esperanza de que la conexión económica traería un cambio político, resultaron en lo que hoy es evidente: una amenaza existencial al sistema internacional liberal. Y, por supuesto, que el apaciguamiento no fue solo con el PCC, sino también con la oligarquía postsoviética que tomó control de Rusia tras el colapso de la URSS. El régimen de Vladimir Putin y el régimen del PCC tienen más de tres décadas amenazando y socavando los intereses de seguridad de las potencias de occidente y violando las normas internacionales establecidas en el orden mundial liberal.

Cambio de régimen

El otro lado de la moneda de la historia de las amenazas al orden mundial lo conmemoramos el pasado 6 de junio. En el famoso D-Day más de 130.000 soldados aliados desembarcaron en las costas de Normandía para dar inicio a la reconquista de Europa de manos de la Alemania Nazi. En ese día histórico, más de 10.000 soldados aliados murieron, una cifra que los comandantes de EE.UU. y el Reino Unido ya habían aceptado durante los preparativos al desembarque. Durante el mes de junio de 1944, un total de 850.000 soldados aliados llegaron a Europa por Normandía. Un año después, el mundo celebró el fin del tercer Reich.

Recordemos que Alemania no atacó a EE.UU. La decisión de Washington de invadir Europa fue una decisión estratégica. El objetivo fue salvaguardar los intereses de seguridad de EE.UU. No romanticemos la historia. De igual manera, el uso de bombas nucleares en Japón fue un cálculo estratégico, en donde el alto mando militar y el presidente de EE.UU. optaron por incinerar a alrededor de 220.000 personas (entre ellos una treintena de americanos prisioneros de guerra) para poner fin a una guerra y a un régimen que amenazaba sus intereses de seguridad. El Gobierno de EE.UU. directamente influenció la reconstrucción de Japón y Alemania, y hasta condicionó su sistema político (particularmente en materia de defensa). Hoy EE.UU. mantiene más de 40.000 soldados en Japón y otros 35.000 en Alemania. Ninguno de los dos países ha representado un riesgo de seguridad para EE.UU. desde 1945 y han sido aliados (por interés y por coerción) importantes en promover la agenda de Washington.

Durante el proceso de retiro de tropas aliadas de países como Austria, Bélgica, Italia, Francia, Holanda y Filipinas, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. observó la transición de poder a control democrático. Si bien por más de 70 años se ha construido una narrativa que glorifica el triunfo de los aliados sobre el nazismo alemán, la realidad de los hechos en el sistema internacional fue que un bloque de poder logró vencer y luego dominar por completo a su contrincante. Fue a través de un cambio de régimen que EE.UU. logró la seguridad del orden mundial internacional. Los líderes de los países aliados no contemplaron un mundo de competencia estratégica con la Alemania Nazi, ni se preocuparon por infligir una derrota vergonzosa para el emperador japonés. Los derechos humanos no es que no existan, simplemente no son consideraciones predominantes en las relaciones internacionales realistas, de seguro no tan importantes como eliminar una amenaza a la paz internacional.

Continuidad del régimen

La moraleja de esta revisión histórica encuentra validez cuando analizamos la guerra en Ucrania. La estrategia de contención de un actor claramente iliberal fracasó nuevamente. No solo el régimen de Putin sistemáticamente amenazó los intereses de seguridad del bloque de poder predominante (occidente), sino directamente atacó a Estonia, Ucrania e infraestructura critica en EE.UU., entre otros ejemplos, antes de invadir Ucrania por segunda vez.

Los líderes de occidente no están dispuestos a considerar un cambio de régimen en Rusia ni en China. Pero también están conscientes de que el orden mundial liberal no puede coexistir con actores como el PCC y Vladimir Putin. A estos actores les debemos sumar Maduro, Ortega, Diaz-Canel, Raisi, Assad, Erdogan, Lukashenko, Kim Jong-un, etc. La evidencia que la contención de la amenaza no funcionó (ni funcionará) es abrumadora… ¿Será hora de considerar un cambio de régimen? Porque continuar intentando la misma fórmula fallida, sería entrar en unas relaciones internacionales surrealistas.