Leon Sarcos: El Shakespeare de Víctor Hugo

Leon Sarcos: El Shakespeare de Víctor Hugo

La grandeza no se enseña ni se adquiere; es la expresión de un espíritu hecho por Dios, afirmó uno de los grandes estetas del siglo XIX, John Ruskin. Shakespeare, más perspicaz e insolente diría: No temas a la grandeza, algunos nacen grandes, algunos logran grandeza, a algunos la grandeza les es impuesta y a otros la grandeza les queda grande.

Cuando vayas a escribir sobre un tema muy sensible y exigente, hazlo con la fuerza y la gracia con la que solo puede hacerlo quien inocente habla de él por primera vez. No temas a la autoridad, di lo que piensas, se llega al alma de los otros más por temeridad que por imitación. En este caso, como un trofeo lo he guardado y a él he ido, solo a releerlo, como a beber de una fuente encantada durante décadas.

Un panegírico para la eternidad





Temprano descubrí que solo un alma de la talla humana, noble, digna y distinguida como la de Víctor Hugo, quien sublime pintó el amor con esa mirada suprema, que le queda a la belleza cuando triunfamos de ella, podía escribir una apología de tan elevado aliento sobre el arte de escribir y hacer sentir, y especialmente acerca de la vida del más aclamado de los escritores en lengua inglesa.

Sobre todo, porque se trata de un francés amado por su pueblo, que es acompañado por más de dos millones de compatriotas en su funeral, quien reclama a los ingleses, en su momento, la exaltación también universal –después de más de trescientos años–, de su más grande hombre de letras.

Creo que cuando un genio escribe sobre otro, tiene la bendición de Dios que lo certifica y el mérito ya consagrado, donde, aunque luzca paradójico, gana más en estatura ética y estética, el que hace el homenaje que aquel que es homenajeado: Shakespeare, un prólogo que se hizo libro, escrito por Víctor Hugo.

Él hizo, con el sortilegio de su genio, el panegírico majestuoso de Shakespeare con la belleza, el desprendimiento y la grandeza con la que solo podía hacerlo otro ser humano acreedor, por la calidad de su literatura, del unánime reconocimiento como no supo ni podía hacerlo Mario Vargas Llosa con el maestro Jorge Luis Borges, por mezquindad, por egoísmo y por vanidad. 

Al final, de nuevo Shakespeare… y a algunos la grandeza les es impuesta, con una elegante casaca adornada con hojas de olivo, como uno de los inmortales de la Academia de la Lengua Francesa.

Un prólogo tan intenso que se hizo libro

Esta es la historia: A Víctor Hugo, en 1852, el gobierno de Napoleón III le cambia la cárcel por el exilio en la isla británica de Jersey, donde llega con su familia. Durante esa estadía, que será larga, su hijo menor se dedica a traducir las obras de teatro de Shakespeare y Víctor Hugo le escribirá un prólogo que, por aquilatado y minucioso, termina convirtiéndose en una de las semblanzas más completas de la vida y obra del gran bardo inglés.

La dedicatoria de Víctor Hugo habla de su respeto y devoción por Shakespeare: A Inglaterra, dedico este libro, glorificación de su poeta. Digo a Inglaterra la verdad; pero como tierra ilustre y libre la admiro, y como asilo la amo.

Dejaría de ser un amante de la buena literatura si no comienzo repitiendo lo que Víctor Hugo considera un hombre océano, que él desglosa con auténtica poesía en prosa. Un periodista de la era electrónica seguro me dirá, eso que dice Hugo se puede decir con Tres palabras, como el famoso bolero del compositor cubano Osvaldo Farrés: genio, doble reflexión, como si el periodismo fuera únicamente memes y la lectura existiera solo para informar y entretenerse y no para crecer espiritualmente, que es la clave principal de todo el desarrollo humano:

Las olas; el flujo y reflujo; el vaivén terrible; el gemir de los vientos; las sombras y los resplandores; las vegetaciones del abismo; el extravío de las nubes en pleno huracán; las águilas sobre la espuma; la maravillosa salida de los astros, repetidos en ignorado y misterioso tumulto por millones de puntos luminosos, cabezas confusas de lo innumerable; los temibles errantes rayos que tuercen su camino buscando a quien herir; los hondos sollozos; los monstruos que se vislumbran; las tenebrosas rugientes noches; las furias; los frenesíes; las tormentas, las rocas, los naufragios; las naves que chocan y se resquebrajan; los truenos humanos mezclados con los truenos divinos, la sangre en el abismo.

Después; las gracias; las dulzuras; las fiestas; las alegres y blancas velas; las barquillas de los pescadores; las canciones entre el estruendo; los puertos espléndidos; las nubes del hogar; las ciudades en el horizonte; el azul profundo de las aguas y del cielo; la beneficiosa acritud; la amargura que vivifica el universo; la áspera sal sin la cual todo sería podredumbre; la cólera y el sosiego; el todo en lo único; lo inesperado de lo inmutable; el nivel tras el horrible trastorno; los infiernos y los paraísos de la inmensidad eternamente conmovida; lo infinito; lo insondable; todo eso puede existir en un alma; y el alma se llama genio…

Entre esas dos orillas tan contradictorias y tan semejantes nació y habitó Esquilo con su Prometeo:

(…) Desata el huracán de tus furores, / redobla mi tormento; / que ya viene el titán que ha de vengarme: / ¨el titán inmortal del pensamiento¨ / Dijo y calló: no ya desesperado, / torva la faz, revuelta la pupila, / sino grave, sereno, resignado; / como quien sin vencer, / sabe que es suya / la victoria final y no vacila. / Algo como el fulgor de una sonrisa / iluminó su frente, / débil chispa encendida / en helados montones de cenizas ¡(…)

William Shakespeare, genio de las letras

Shakespeare pertenece a la especie de Esquilo, solo que nació en otro tiempo. Estoy bajo la impresión que de este gran escritor se conocen mucho mejor en el mundo sus obras, Hamlet, El Rey Lear, Macbeth y el Mercader de Venecia, entre muchas otras y en diversas versiones, pero poca gente conoce lo intensa y desdichada que fue su vida.

Su padre, Juan Shakespeare, fue alderman (concejal) y su abuelo abilio (administrador real). Su madre de soltera se llamaba Mary Arden, la menor de ocho hermanas. Se estima que contrajeron matrimonio en 1557 y Guillermo Shakespeare nació el 23 de abril de 1564.

Hay completo desacuerdo sobre la ortografía de la palabra Shakespeare, considerado como nombre patronímico, escríbese de varios modos: Shakspere, Shakespere, Shakespeare y Shakespear; durante el siglo XVIII se escribió comúnmente Shakespear, el actual traductor ha adoptado la ortografía Shakespeare, como la más exacta y aduce en su abono razones que no tienen réplica. 

Recién nacido Shakespeare, su padre asumió el oficio de carnicero y con él su hijo William, quien a los quince ya degollaba en la carnicería paterna carneros y ovejas con gran maestría. A los 18 compuso una cuarteta contra dos pueblos vecinos. Sería su primer ensayo poético, escrito a cielo abierto bajo un manzano, que se hizo célebre en aquel país a causa de una de sus obras, Sueño de una noche de verano. 

Durante la celebración de su cuarteto, compartiendo con aldeanos, conoció a la que sería su mujer, Anne Hathaway, de nombre homónimo a la delicada, bella y elegante actriz de Hollywood, con la que tuvo tres hijos, Susana y luego dos gemelos Judith y Hammet.

Según La Fontaine, Shakespeare si apenas conoció la vida conyugal. Libre de sus mujeres, fue maestro, después escribiente de un procurador y por último cazador furtivo, oficio donde presuntamente fue acusado de ladrón y tuvo que escapar a Londres, donde iniciaría su desempeño como cuidador de caballos a las puertas de los teatros. Estos vigilantes constituían gremios por mucho tiempo llamados, Shakespeare’s boys

Un hombre de carne y hueso

Víctor Hugo lo retrata hermoso, de ancha frente, de barba oscura, de aspecto dulce, de sonrisa amable y mirada profunda. Lee con gusto a Montaigne, traducido por Florio y frecuenta y bebe en la taberna El Apolo.

Estuvo mucho tiempo a las puertas del teatro, en la calle, cuidando caballos y observando, hasta que al fin pudo entrar. Consiguió ser lo que los ingleses llaman call boy y nosotros los franceses traspunte. En 1597 murió su único hijo varón, creando una profunda conmoción en su existencia.

Su vida se consumió, la mayor parte de ella, llena de amargura. Vivió permanentemente cuestionado y ofendido. 

Él mismo lo declara en algunos de sus versos:

Mi nombre se ve difamado, mi ser vilipendiado.

Tened piedad de mí, mientras que, sumiso y paciente bebo vinagre.

Vuestra compasión cura las heridas, que hacen de mi nombre los insultos del vulgo. 

No puedes honrarme en público con un favor, temiendo que se deshonre tu nombre.

Se espían mis fragilidades por personas más frágiles que yo. 

Durante la restauración de la monarquía de los Estuardos en 1660, en los reinos de Inglaterra, Escocia e Irlanda, el nombre Shakespeare desapareció. Estaba tan muerto, según Víctor Hugo, que Davenant, el otro probable hijo varón que se le atribuía, refundió sus obras. No hubo otro Macbeth que el Macbeth de Davenant.

Dryden y Lord Shaftesbury, con su crítica despiadada, pusieron los clavos al féretro. Eran considerados dos oráculos y lo más granado de la crítica del momento. El primero, hablaría de él como un escritor caído en desuso y el segundo lo calificó de ingenio que ya no era de moda.

Tan mal evaluado Shakespeare por estos dos importantes personajes, Inglaterra, país de obediencia si los hay, olvidó a Shakespeare, hasta que en 1707, un desconocido de nombre Nahum Tate publicó un Rey Lear, con la aclaratoria a los lectores de que había tomado la idea de la obra de un autor ignorado, leída por casualidad. El autor ignorado era William Shakespeare.

En 1728, Voltaire trajo de Inglaterra a Francia el nombre de William Shakespeare. Solo que en lugar de Will pronunciaba Gilles. La mofa empezó en Francia y la indiferencia continuó en Inglaterra. Lo que el irlandés Tate hizo con el Rey Lear lo hicieron otros con otras obras. Pero la constante burla de Voltaire contra Shakespeare en el siglo XVIII terminó en cierta forma de despertar a Inglaterra.

La revelación del genio

Uno de los rasgos sobresalientes del genio consiste en la singular compenetración de las más opuestas facultades. El que dibuja un astrágalo, como Ariosto, y después ahonda el escalpelo en las almas, como Pascal, es verdadero poeta. Los genios se distinguen de los espíritus ordinarios en que tienen doble reflexión. Del mismo modo, el carbunclo difiere del cristal y de la lente en que tiene doble refracción.

Las inteligencias completas lo abarcan todo: por eso Shakespeare contiene a Góngora y Miguel Ángel a Bernini. El fuero interno del hombre pertenece Shakespeare. A cada instante nos fascina con una sorpresa, arrancando a la conciencia todo lo que tiene de improviso. Pocos poetas le superan en investigaciones psíquicas. Observa con discreción admirable la simplicidad del hecho metafísico a través de la complicación del hecho dramático.

Shakespeare, como gran poeta, es al mismo tiempo historiador y filósofo. Homero contiene a Heródoto, dice Hugo, y a Tales de Mileto. Shakespeare es el hombre triple… es además pintor, y ¡qué pintor! El poeta no se limita a referir, sino que también demuestra. Tiene un reflector y un condensador: la emoción.

Shakespeare es la tragedia, la comedia, el cuento de hadas, el himno, el sainete, la carcajada divina, el terror y el horror, y para decirlo de una vez, es el drama. Llega a los dos polos; por uno, al Olimpo, y por el otro, al teatrillo de feria. No le falta ninguna posibilidad.

Cuando se apodera del auditorio no esperen que lo suelte, lo hará suyo, lo convertirá en esclavo de su alma. No esperen misericordia de él, porque no la tendrá. Su crueldad es patética. Pinta a una madre Constanza, madre de Arturo, y cuando enternece los corazones al punto de provocar la identificación de todos con el suyo, mata a su hijo. 

En horrores va más allá que la misma historia, lo cual es difícil. No contento con matar a Rutlant y con desesperar a York, empapa un pañuelo con sangre del hijo, con el que seca las lágrimas del padre. Ahoga la elegía por el drama y a Desdémona por Otelo. Shakespeare, Esquilo y Dante son grandes torrentes de emoción humana que derrama en el fondo del antro la urna de sus lágrimas. El poeta no tiene más límites que su propósito, que consiste en la realización del pensamiento.

En filosofía, Shakespeare en ocasiones llega más allá que Homero. Lear es más que Príamo; llorar la ingratitud es peor que llorar la muerte. Homero golpea al envidioso con el cetro y Shakespeare entrega el cetro al envidioso, haciendo de Tersites, Ricardo II. Por lo mismo que la envidia viste la púrpura, se complace en desnudarla: su razón de ser está en ella misma. 

Shakespeare es, ante todo, imaginación, y la imaginación es la reina de las profundidades. Esta es una verdad que los pensadores conocen desde tiempos inmemoriales. Ninguna facultad puede llegar tan lejos y tan profundo como la imaginación. Es el gran buzo de la creación. La ciencia se encuentra con ella solo en los abismos. 

Por eso, sentencia Hugo, que nunca regatea grandeza y genialidad a este hijo de Inglaterra: Nada falta a este genio: ni la fuerza incontrolable, ni el encanto delicado, ni la ferocidad épica, ni la piedad, ni la facultad creadora, ni la alegría, la suprema alegría ininteligible para los entendimientos estrechos, ni el sarcasmo, ni las crueles flagelaciones contra los malvados, ni la grandeza sideral, ni la tenuidad microscópica, ni la poesía sin límites, que tiene un cenit y un nadir, ni el inmenso conjunto, ni el más profundo detalle.

La obra de Shakespeare

Dios crea por intuición, dice Víctor Hugo. Yo creo que el hombre crea por varios factores entrelazados: el silencio, la curiosidad, la indagación, la observación y la búsqueda. Esta segunda creación, que no es otra cosa que la acción divina realizada por el hombre, como pensaba Ruskin, constituye el genio.

¿Sabéis que es el drama? pregunta Hugo y él mismo se responde: No otra cosa, que el poeta mismo colocándose en el lugar del destino; es una invención de tipos y acontecimientos tan extraños, que ciertas sectas religiosas las consideran usurpaciones de la obra divina y por esta razón llaman a los poetas ‘‘mentirosos’’; es la conciencia humana sorprendida en el momento de realizar un acto, y colocada en un ambiente que combate, gobierna o transforma.

Se estima que William Shakespeare escribió alrededor de 35 obras de teatro clasificadas en: comedia, tragedia y drama histórico. Alrededor de 154 sonetos y cuatro obras líricas. Las más populares: Hamlet, Macbeth, Otelo, el Rey Lear, Romeo y Julieta, y el Mercader de Venecia, eran las más conocidas y versionadas entonces. 

Esta es la descripción que hace Víctor Hugo, en Hamlet y Macbeth de los dos tipos humanos y su actuación:

Las obras maestras son inolvidables, porque viven de alguna manera y están presentes en los actos de la humanidad. Prometeo tendido sobre el Cáucaso es la tragedia gigantesca de una ferocidad sin ejemplo. Hamlet, no tan gigantesco, pero más hombre, tiene la misma grandeza.

¡Hamlet! Espantoso ser completo en lo incompleto. Serlo todo y no ser nada. Es príncipe y demagogo, sagaz y extravagante, profundo y frívolo, hombre y neutro. No tiene fe en el cetro, se burla del trono, tiene por camarada a un estudiante, dialoga con los transeúntes, argumenta con el primero que llega, comprende al pueblo, desprecia al populacho, odia la fuerza: duda del éxito, interroga a las tinieblas y tutea al misterio.

Hamlet da a los demás enfermedades que él no tiene; su fingida locura contagia a su amada con locura verdadera. Se familiariza con los espectros y con los cómicos. Se chancea empuñando el hacha de Orestes, diserta sobre literatura, recita versos, hace críticas de teatro, juega con cráneos humanos en un cementerio, aterra a su madre, venga a su padre y termina con un terrible signo de interrogación el temeroso drama de la vida y de la muerte. Primero espanta y después desconcierta. No se ha pensado en nada tan abrumador. Eso es el parricida diciendo: ¿y yo qué sé?

Este drama es severo. Hasta la verdad está en él inficionada de dudas; lo sincero miente. Nada tan colosal ni tan sutil. En ese drama el hombre es un mundo, y el mundo cero. El mismo Hamlet, en plena vida, no está seguro de existir. En esta tragedia que es también una filosofía, todo flota y duda, se aplaza, oscila, se descompone se dispersa y se disipa… Hamlet es la obra maestra de la tragedia-visión.

Al pronunciar el nombre Macbeth y decir simplemente ambición, es no decir nada. Antes bien, Macbeth es el hambre y ¡qué hambre! El hambre del monstruo siempre posible en los seres humanos. Algunas almas tienen dientes. Cuidado con estimular el hambre en ellas. Morder la manzana es peligroso. La manzana se llama Domnia (dominio), según Filesac, el doctor de La Sorbona con quien se confesó Ravaillac el asesino de Enrique IV.

Macbeth tiene una mujer a quien la crónica llama Gruoh. Esta Eva tienta a este Adán. Así que Macbeth muerde, muerde el fruto y se pierde para siempre. El primer fruto de Adán y Eva es Caín: el primero de Macbeth es el asesinato. 

La codicia convertida en violencia, la violencia en crimen y el crimen en locura: tal es la progresión representada por Macbeth. Los tres vampiros, la codicia, el crimen y la locura le hablan en la soledad convidándolo al trono. Cuando le habla el gato Graymalkin, Macbeth es la astucia; cuando le habla el sapo Paddock, Macbeth es el horror. La figura asexual de Gruoh completa el cuadro… Macbeth es la Naturaleza hecha alma, luchando contra el hombre hecho fuerza.

Ese drama tiene proporciones épicas. Macbeth representa ese espantoso hambriento que rueda por la historia, y se llama bandido cuando vive en los bosques y conquistador cuando se sienta en los tronos.

La crítica despiadada

Thomas Rhymer, venerable crítico al servicio de la corona, dirá de Otelo: El Otelo es una farsa sangrienta y sin gracia. Green, otro crítico, le niega la originalidad. Creo, dice Waldurton, Swift tiene más talento que Shakespeare. Alexander Pope, en 1725, habla de la razón que a su juicio movió a Shakespeare a escribir y exclama: ‘‘¡Era preciso comer!’’.

Forbes, el crítico más destacado del siglo XVIII, con Samuel Johnson y Dryden afirma, no se puede dar nada más ridículo, que las brujas de Macbeth. El gran Voltaire inexplicablemente afirmará:

Shakespeare, a quien los ingleses toman como un Sófocles… ya sabéis que en el Hamlet los sepultureros cavan una fosa bebiendo y cantando, y que la vista de una calavera los hace decir chistes propios de la gente de su ralea. Sus obras son farsas monstruosas llamadas tragedias, y completa la sentencia declarando que Shakespeare ha perdido al teatro inglés.

En razón de las opiniones que preceden, Víctor Hugo analiza los juicios con sabia ponderación: Horacio puede decir el quandoque bonus dormitat Homerus; lo aceptamos. Pero Homero no lo diría de Horacio porque no se cuidaría de ello. A aquella águila le parecería encantador este colibrí parlero.

Me hago cargo de que produce cierta satisfacción el sentirse superior a los demás y decir: Homero es pueril, Dante es inocente… Yo por mi parte, autor de estas líneas, en el caso de Shakespeare, declaro que lo admiro todo, como un bruto… Lo que vosotros decís que es defecto, yo digo que es acento. Me enseñan y pago con gratitud. No heredo las maravillas del espíritu humano a beneficio de inventario.

Shakespeare eterno

Shakespeare es la más alta gloria de Inglaterra. Ella tiene en política a Cromwell, en filosofía a Bacon, en ciencia a Newton: tres elevadísimos genios. Pero a Cromwell se le trata de cruel, a Bacon de bajo, y por lo que respecta a Newton, el edificio que él levanto comenzó a derrumbarse. 

Shakespeare permanece puro, lo que no sucede a Cromwell, ni a Bacon y su obra es indestructible, lo que no sucede con Newton. Por otra parte, como genio, raya a más grande altura. Por encima de Newton están Copérnico y Galileo; de Bacon, Descartes y Kant; de Cromwell, Danton y Bonaparte; por encima de Shakespeare, nadie. Shakespeare tiene quien le iguale, pero no quien le supere. ¡Singular honor el del país que ha llevado en sus entrañas tal criatura!

Inglaterra tiene dos libros; uno lo ha creado a ella, otro la ha formado a ella: La Santa Biblia y Shakespeare. Estos dos libros no viven en la mejor armonía. Ciertamente la Biblia es como libro literario, como inmenso trozo de Oriente más exuberante en poesía, tanto que el mismo Shakespeare, fraterniza con él; pero como libro social y religioso, lo aborrece.

Shakespeare piensa, sueña y duda. Tiene dentro de sí algo de lo que tenía Montaigne, a quien tanto admiro. El To be or not to be nace del ¿Qué sé yo? Además, Shakespeare inventa, incurriendo en grave culpa. La fe excomulga a la imaginación. En cuanto a fábulas e invenciones, la fe es mala vecina, porque no tolera más que las suyas.

Entre los juicios definitivos de Dryden y el del Dr. Johnson, con todo lo que valoro el de este último, prefiero el del primero. Luego que Dryden enfiló mejor sus velas, fue más preciso y justo que el Dr. Johnson, en el que da la impresión que pesa mucho la influencia de Alexander Pope.

Shakespeare fue, entre los poetas modernos y posiblemente entre los antiguos quien tuvo un alma más amplia y universal. Todas las imágenes de la naturaleza estaban ya en él y las extraía con más fortuna que esfuerzo. Cuando describe algo, no solo lo vemos, sino que lo experimentamos. Aquellos que lo acusan de falta de estudio le hacen el mejor de los elogios: era docto de nacimiento, no necesitaba de la lente de los libros para leer la naturaleza; miraba en su interior y ahí lo encontraba.

Fue necesario el transcurso de trescientos años desde su nacimiento en 1564, hasta que Víctor Hugo en 1864 escribió este libro, para lograr que Inglaterra escuchara estas dos palabras que el mundo entero le decía al oído: William Shakespeare.

Es incierta la fecha exacta de su muerte, pero se estima que fue entre los últimos días de abril y los primeros de mayo de 1616. El mismo escribió su epitafio: Buen amigo, por Jesús, abstente de cavar el polvo aquí encerrado. Bendito sea el hombre que respete estas piedras y maldito el que remueva mis huesos.

Al final, se haría realidad la frase del más envidioso de sus amigos, Ben Jonson: Shakespeare no es para una época, es para la eternidad.

Leon Sarcos agosto 2023