Carlos Ochoa: Si la naturaleza se opone…

Carlos Ochoa: Si la naturaleza se opone…

La dualidad moral del bien y el mal en la narrativa política tiene la intención de enganchar emocionalmente a las personas, ganárselas para una causa, en el terremoto que causó destrozos importantes en Caracas en 1812, el clero contrario a la causa de la independencia salió a las calles aprovechando la confusión y el miedo, para convencer a los aterrados caraqueños que el sismo era un castigo por enfrentarse al rey y al dominio Español, de ese momento dramático surge la figura de un joven Bolívar al que se le atribuye una frase que posiblemente nunca pronunció, pero que define y deslinda la lucha por la independencia del campo religioso, ubicándola en la voluntad política de lo humano, de hacer posible lo que a muchos parece imposible de realizar, la frase que casi todos los venezolanos recordamos es de desafío a la creencia que las cosas se suceden por merito o castigo de una deidad, para la sociedad mantuana profundamente religiosa de 1812 escuchar que “Si la naturaleza se opone lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca” debió ser una blasfemia, pero para la elite ilustrada, se haya dicho o no, la celebre frase recoge el pensamiento de la ilustración, los tiempos de la revolución francesa y de la independencia norteamericana, en donde lo religioso ocupa su lugar pero ya no constituye el centro de la vida ni de la acción.

Este inciso histórico se debe a que uno de los argumentos del mesianismo histórico en nuestro continente se nutre de la esfera religiosa de los ciudadanos para reafirmar sus intenciones, en cualquier hemeroteca digital podemos buscar la foto de la visita de Fidel Castro a Caracas en los primeros días de 1959 bajándose del avión con un cristo y un escapulario de la virgen colgados de su cuello, lo mismo hizo Chávez con el famoso escapulario de Pérez Delgado, un bandolero que de luchador social no tuvo nada, lo exhibía y le inventaba un cuento cada vez que podía.

Hay que recordar en que quedó la religiosidad de Castro y hasta donde llevó Chávez su obsesión por las practicas espiritistas y el culto por las religiones afrocubanas, la verdad que cada quien es libre de creer en lo que le venga en gana o no creer, siempre y cuando no traspase el ámbito de lo privado y convierta su religiosidad en un elemento moral religioso que divida lo político en un maniqueísmo de buenos y malos.





La política y los políticos tienen que superar con propuestas y acciones la dualidad del bien y el mal, no es que unos sean buenos y los otros malos como una película del oeste, existen políticas erradas, incorrectas, que causan pobreza, injusticia y atraso como las que padecemos los venezolanos con el desmantelamiento del estado y las empresas, las universidades y el sistema de salud, la hiperinflación y una larga lista de desaciertos que han producido un desastre social que no se puede medir del todo porque la fractura social es mayor que todos los terremotos que hemos sufrido, frente a eso la tarea de reconstrucción es gigantesca.

Pensemos por un momento en el caraqueño que retó a la naturaleza y no la calificó de mala ni de castigadora, “haremos que nos obedezca” concluyó,  puede alguién imaginar tamaña soberbia y sin  embargo entender que su accionar político estaba en un plano terrenal y su causa plena de razones para alcanzar el objetivo de la independencia.

El autoritarismo que nos oprime hoy no es una guerra religiosa, una cruzada del bien contra el mal, sencillamente porque el bien y el mal son polaridades de una misma energía, para explicarlo mejor imaginemos que en la entrada de nuestros hogares colocamos un cartel que dice “En esta casa nunca entra el mal”, lo que va a ocurrir es que el bien nunca va a entrar porque el bien no entra sin el mal y viceversa.

Así que no está de más una oración de protección para quienes crean que eso ayuda, pero sin olvidar que el actual conflicto político para resolverlo históricamente, requiere de una voluntad colectiva como la que construyeron los venezolanos de las dos primeras décadas del siglo XIX, porque no es que el adversario sea malo, es que es maluco para gobernar y reprimir y eso lo sabe la mayoría que espera un cambio.