El joven sociópata que asesinó a sus padres y le disparó a sus hermanos mientras dormían: "No tengo una razón de por qué lo hice" - LaPatilla.com

El joven sociópata que asesinó a sus padres y le disparó a sus hermanos mientras dormían: “No tengo una razón de por qué lo hice”

Ashton Sachs, en el juicio en su contra, no quiso utilizar su derecho a hablar: no pidió perdón a sus familiares y se mantuvo en un sombrío silencio

 

Es la una y media de la madrugada del domingo 9 de febrero de 2014 cuando una figura oscura y delgada se desliza por la puerta sin llave del garaje de la mansión que se erige sobre una loma frente al Océano Pacífico, en San Juan Capistrano, California. El rugido del mar se escucha a la distancia en medio de la paz de la noche. La silueta lleva un gorro negro, guantes y, entre las manos, un rifle Ruger semiautomático calibre 22 capaz de expulsar rondas de dieciocho balas. Sigilosa, la sombra sube las escaleras con total seguridad y entra a la suite principal de los dueños de casa. Allí descarga unos doce balazos en la cara y el cuerpo del hombre dormido, Bradford Sachs (57). Luego, con rapidez y sin dudar, sigue con la mujer que está a su lado, Andra Sachs (54). Provoca unos diez orificios en su rostro y torso. No se demora: recarga y sigue su camino hacia la otra habitación del mismo piso. Del caño negro del arma salen dos balas para Landon, el hijo menor de la pareja (8). Uno de los plomos le atraviesa la médula espinal.

Por infobae.com





El sujeto se mueve con agilidad y vuelve hacia las escaleras. Va hacia la planta de abajo. Patea la puerta del dormitorio de Alexis de 17 años. Aprieta el gatillo mientras apunta al bulto sobre la cama. Es tanto el desparramo de balas que no se da cuenta de que, esta última vez, no ha dado en el blanco.

El intruso escapa.

Lana, de 15 años, ha sido la única que no ha recibido ni una sola descarga. Está durmiendo en otro piso con dos de los tres perros de la familia.

Un asesino demasiado conocido

A las 2:30 de la madrugada la adolescente Alexis Sachs llamó al 911 para denunciar que hubo un tiroteo en su casa. La policía llegó minutos después y encontró, en la cama de la habitación principal, los cuerpos de la pareja cosidos a tiros. Landon estaba malherido en el piso de su cuarto. Alexis aseguró no haber escuchado nada de la balacera previa a que el sujeto entrara a su cuarto violentamente. Relató que le disparó y luego salió corriendo. Aterrada, pero ilesa, se escondió como pudo en su habitación y esperó. Aguantó hasta que escuchó a su hermano menor caer al piso y llorar. Entonces juntó coraje y fue hasta su dormitorio donde lo encontró gimiendo. Landon le dijo que no sentía sus piernas y que por eso se había caído al levantarse.

Fue ahí que ella llamó a la policía.

Lana y Alexis, las dos adolescentes, estaban en shock, pero sanas y salvas.

Los peritos que llegaron al lugar contaron unos 24 balazos. Había sido una agresión salvaje, pero curiosamente en la casa no faltaba nada. Tampoco estaba forzada la puerta de entradas.

En las semanas que siguieron al ataque todos se preguntaron lo mismo: quién podría querer matar a los Sachs y por qué.

Los dos hijos mayores de la pareja estaban viviendo a dos mil kilómetros de distancia de allí. Myles (21) y Ashton (19) residían en el estado de Washington. El más chico acababa de comenzar a estudiar en el North Seattle College de la ciudad de Seattle. Ambos viajaron inmediatamente. Ashton se instaló en el hospital, al lado de la cama de su hermano menor. Estaba sumamente preocupado porque tuviera todo lo que necesitaba. Los médicos les anunciaron que Landon no podría volver a caminar jamás.

En el funeral estuvieron los medios, los familiares y los amigos. Fue conmocionante. El más devastado de la familia parecía ser Ashton, quien repetía que no podía creer que alguien hubiera querido asesinar a sus padres. Para despedir a Brad y Andra, él habló en la ceremonia haciendo llorar al resto con sus palabras. De su madre dijo que era su “heroína”. “Realmente creo que la energía de ambos está viva y que ellos continuarán guiando mi camino por la vida. Cuando era chico siempre pensaba que tenía unos padres asombrosos. No sé cómo explicarles lo perfectos que eran ellos como padres. Todo lo que hacían era por y para sus hijos”.

La policía estaba desorientada. ¿Qué había ocurrido? ¿Era una venganza perpetrada por un asesino a sueldo? ¿Había sido un robo a una familia adinerada que había salido muy mal? ¿Podría haber un amante despechado? ¿O sería consecuencia de un problema con algún colega o socio en sus negocios millonarios? No tenían idea. Enseguida supieron que Andra era muy agresiva negociando. Eso podría ser un motivo. Investigaron a amigos, conocidos, proveedores, clientes, contratistas, asociados e inquilinos de la pareja. Había muchas posibilidades e hipótesis, pero ninguna pista concreta. Recolectaron todas las cámaras de vigilancia de la zona y las revisaron.

Fue en esta instancia donde vieron a un Toyota Prius blanco circulando por las calles de la zona en la madrugada de los homicidios. Casualmente, uno de los hijos de la pareja, tenía ese mismo modelo de auto y en el mismo color: Ashton Sachs. Pero no parecía posible que fuera él porque estaba viviendo a miles de kilómetros de distancia.

La investigación siguió su cauce discretamente hasta que el 6 de marzo ocurrió una sorpresa. Ashton Sachs, quien nunca había tenido nunca problemas con la ley ni actitudes agresivas para con nadie, fue detenido por la policía. Era el único sospechoso. Los detectives habían encontrado su Toyota Prius y, adentro, un rifle Ruger semiautomático. Los peritos certificaron que las balas halladas en la escena y en los cuerpos, habían salido de ese rifle. Había más: los registros telefónicos lo ubicaban en el área al momento de los hechos y habían descubierto un pasaje de avión a su nombre y más videos de él bajando de un taxi en el aeropuerto de la zona. Supusieron rápidamente que Ashton había manejado, sin detenerse durante 18 horas, desde donde estudiaba para cometer el crimen y, luego, volver por aire. Era algo bien planeado, pero no tenían un móvil. ¿Habría pensado, ingenuamente, que podía quedarse con el dinero de sus padres? No sabían.

El más sorprendido de todos fue el detective Mike Thompson, quien había sido el encargado de comunicarle al joven por teléfono que habían hallado asesinados a sus padres. Ashton se había mostrado tan histérico que Thompson temió que pudiera intentar lastimarse a sí mismo.

Crecer sin techo

Andra era de una de los cinco hijos de una familia sin demasiados recursos y tenía grandes ambiciones. Para concretarlas estaba dispuesta a progresar con exigencia y esfuerzo. Pisaba fuerte y era dueña de una mente brillante. En los años 80, luego de graduarse en negocios en la Universidad Estatal de California Long Beach, comenzó a trabajar para una compañía que hacía circuitos integrados para computadoras. En una convención de tecnología, en 1990, conoció al tranquilo y sonriente Bradford Sachs. Era un joven y exitoso empresario en el área de energía y computadoras. También era un apasionado por los tambores, la música, el golf y, por sobre todo, el surf. Fue un flechazo. Se pusieron de novios y se casaron un año después, luego de que él se convirtiera al judaísmo. También se asociaron y unieron sus pasiones por las aventuras empresariales con muy buen rédito. Telemarketing, un wine bar en la playa y un nuevo negocio para la conversión de autos híbridos en totalmente eléctricos… Se animaban a todo. En 1994, Andra se sintió lo suficientemente fuerte como para lanzarse sola y fundó su propia empresa de semiconductores. Enseguida consiguió contratos con el gobierno y despegó. No solo eso: incursionó con buen tino en el mercado inmobiliario.

En seis años tuvieron cuatro hijos: Myles en 1993, Ashton en 1994, Alexis en 1997 y Sabrina en 1998.

El año en que nació la menor compraron Flashcom, una prometedora empresa de internet. Para entonces ya tenían un capital millonario. Se mudaron a una casa más grande y cómoda en Huntington Beach, al sur de la ciudad de Los Ángeles.

Brad y Andra ascendían sin techo a la vista. Eran el auténtico sueño americano.

La primera muerte devastadora

Fue allí, en esa maravillosa casa con piscina y spa, que el 28 de abril de 1999 ocurrió la primera tragedia de los Sachs. Ese día miércoles arrancó como cualquier otro para la ya millonaria familia. Brad estaba fuera de la ciudad por trabajo y Andra se había ido a la oficina. Los dos chicos mayores estaban en el colegio; las dos menores habían quedado al cuidado de Lorena, la niñera hispana de 28 años.

A las 10 de la mañana Lorena se encontraba cocinando cuando vio por la ventana que la pequeña Alexis de 2 años había salido y estaba sentada en el deck exterior, al borde de la pileta. Reaccionó con rapidez. Sacó de la silla de comer a la pequeña Sabrina, de 16 meses, y la alzó. Con ella a upa salió a buscar a Alexis. Pero ella se negaba a obedecer. No quería entrar. Hizo una rabieta fatal y revoleó patadas. Lorena bajó a Sabrina y la apoyó en el suelo para poder controlar a Alexis que se retorcía y gritaba. Fue un segundo de distracción y, de pronto, Lorena escuchó el ruido de algo cayendo al agua. Se dio vuelta y observó que Sabrina se hundía en la pileta. La sacó lo más rápido que pudo, pero la bebé no parecía estar respirando. Desesperada, llamó a los gritos a su marido quien estaba trabajando en el piso de arriba de la casa. Él bajó corriendo las escaleras y comenzó a realizar RCP a la pequeña mientras Lorena llamaba a Andra. Andra no entendió bien lo que estaba pasando, pero le gritó histérica que llamara al 911. A la operadora del 911 también le costó entender lo que Lorena decía en español, la joven hablaba poco inglés. Eso demoró unos minutos el socorro vital que Sabrina necesitaba. Cuando los paramédicos llegaron solo pudieron constatar que Sabrina no presentaba signos vitales. Se había ahogado.

La policía consideró el caso un accidente terrible. La familia quedó devastada. El mundo soñado que habían construido se había desmoronado esa mañana en pocos segundos.

Andra, desestabilizada psicológicamente, no encontraba la manera de seguir adelante. Las peleas no demoraron en llegar como un tornado para arrasar con la pareja. Fueron tremendas y permanentes. La depresión acechaba. Bradford la acusaba de ser irracional; Andra, de ser un padre negligente e irresponsable más interesado en el golf y en surfear que en los que les pasaba. Bradford se hartó y, a los seis meses de la muerte de su hija, pidió el divorcio. Andra dijo en un escrito: “Hasta hoy no hemos tenido como familia ninguna terapia y nunca pudimos lidiar con el efecto irreparable que ha tenido en nuestras vidas la terrible tragedia de la muerte de Sabrina”.

Bradford echó a Andra de su puesto en la empresa Flashcom porque, según dijo, ella tenía una “furia destructiva”. Ella lo acusó de traicionarla.

No era otra cosa que el drama corroyendo las entrañas de dos padres que habían perdido a un hijo. Pero no sería ese su único drama.

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