La saga criminal: el asesinato impune, el bebé oculto y el sastre que mató a su mujer y a sus cinco hijos

La saga criminal: el asesinato impune, el bebé oculto y el sastre que mató a su mujer y a sus cinco hijos

La entrada al edificio que antes de la masacre familiar de 1962 ya había tenido dos sucesos trágicos

 

Es imposible saber si José María Ruiz Martínez, de 45 años, sastre eximio con buena clientela, estaba al tanto de la historia siniestra del edificio en que vivía, en la calle Grilo número 3, a metros de la Gran Vía, en Madrid. En cambio, es seguro que la mañana del 1° de mayo de 1962, feriado por el Día del Trabajo pese a la dictadura franquista, el hombre se levantó dispuesto a matar a toda su familia. Porque lo hizo paso a paso, metódicamente, lo que dejó en evidencia que tenía todo planeado.}

Por infobae.com





Desde hacía años habitaba con su mujer, Dolores, sus cinco hijos -la mayor tenía 14 años- y una mucama cama adentro el amplio departamento señalado con el 3°D, de amplios ambientes con balcones a la calle y dependencias de servicio que esa mañana convertiría en la escena de un crimen brutal.

De lo que pudo reconstruirse por el testimonio de Juana García, “la criada” -como la llamaron los medios españoles de la época-, esa mañana la familia desayunó temprano, reunida y en armonía alrededor de la mesa del comedor. El “señor José María” estaba un poco callado, pero eso no le llamó la atención porque solía ser hombre de pocas palabras.

Tampoco le resultó extraño a la empleada que, una vez terminado el desayuno, el dueño de casa la enviara a una farmacia de turno a comprar unos medicamentos, aunque sí le molestó que lo hiciera un día feriado, porque la más cercana estaba cerrada y debió caminar varias cuadras para encontrar una abierta.

Cuando regresó, todo había ocurrido. Después del desayuno, los miembros de la familia se distribuyeron por toda la casa, cada uno en lo suyo, y José María Ruiz Martínez supo que había llegado el momento.

El reloj del comedor marcaba las 8:30 de la mañana, se dirigió cuchillo en mano al dormitorio matrimonial, donde su mujer estaba atendiendo a la hija menor, de pocos meses, que descansaba en el moisés. Primero degolló a la esposa y a continuación a la niña. Ninguna de las dos alcanzó a dar un grito.

Después caminó hacia la habitación de las hijas mujeres, donde encontró a la de diez años y también procedió a cortarle el cuello. En el cuarto de al lado, el de los varones, encontró a sus dos hijos, de doce y diez años. Al más chico lo degolló, al mayor le pegó un tiro en la cabeza.

Cuando la hija mayor de Ruiz Martínez, alarmada por el ruido del disparo, abrió la puerta del baño donde se estaba lavando los dientes, encontró a su padre en la puerta, pistola en mano, listo para apretar el gatillo. Fue lo último que vieron sus ojos, porque la mató.

Terminada la sangrienta faena, el sastre volvió al comedor, donde estaba el teléfono y marcó en el disco el 091, el número de emergencias de la Dirección General de Seguridad, y avisó que acababa de matar a su mujer y a sus hijos. También dio la dirección de la casa, incluido el piso y el número del departamento.

Para entonces, la portera Genoveva Martín había subido presurosa hasta el tercer piso y estaba golpeando la puerta del 3°D.

-¿Qué sucede? – preguntaba una y otra vez la mujer.

Los he matado a todos – respondió finalmente el sastre sin abrir la puerta.

-Abra la puerta, por favor – insistió la mujer, venciendo el miedo y el espanto.

-No, no quiero abrirla.

-A lo mejor pueden salvarse todavía…

-Nada puede ya salvarnos. Búsqueme un cura para confesarme. Después quiero matarme yo también – le dijo Ruiz Martínez y ya no le dijo más.

Un lugar de muerte

Siguiendo un impulso, la portera Genoveva bajó la escalera lo más rápido que le daban los pasos y corrió -como pudo, porque ya era una mujer mayor- hasta la casa de la hermana de la esposa del sastre, a dos cuadras del lugar. En el camino se detuvo en la iglesia carmelita de Santa Teresa, junto a la Plaza de España, para llamar al padre Celestino, su confesor y el de la familia.

Genoveva llevaba más de veinte años como encargada del edificio y sí conocía la historia del lugar, porque ella estaba allí cuando habían ocurrido los hechos.

Recordó que la primera muerte databa de 1945, cuando Felipe Felipe de Breña Marcos, propietario del departamento 1 del primer piso, fue sorprendido por asaltantes que le golpearon la cabeza con un candelabro y después lo estrangularon hasta dejarlo muerto. La única pista que dejaron fue un mechón de pelo rubio entre los dedos de la mano derecha de la víctima, que alcanzó a arrancárselo a uno de los asesinos. Nunca encontraron a los culpables.

La segunda muerte ocurrió tres años más tarde y Genoveva todavía la recordaba con horror. En el departamento 2 del tercer piso -justo al lado de que que ahora habitaba la familia Martínez Ruiz-, vivían Rufino Márquez y su mujer, Pilar Jimeno. Un día, de regreso del trabajo, no encontró a su esposa pero sí al cadáver de un bebé recién nacido en uno de los cajones del armario. Durante nueve meses, Pilar le había ocultado un embarazo que no era de él y al nacer la criatura la ahogó en la bañera y escondió el cuerpo en el armario. Después huyó sin dejar ningún rastro.

Todo eso recordó Genoveva mientras iba a buscar al cura Celestino y a la cuñada del sastre. Llegaron a la casa casi al mismo tiempo que llegaban dos autos de la policía. Cuando levantaron la vista, vieron a José María Ruiz Martínez en el balcón, vestido con un pijama ensangrentado. En la mano derecha todavía empuñaba la pistola.

En la calle, los vecinos se reunían, amenazando con convertirse pronto en una multitud.

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