Román Chalbaud, por William Anseume

Román Chalbaud, por William Anseume

Murió está semana Román Chalbaud. No por curiosidad llevó el primer nombre del padre del asesinado presidente de la junta militar de gobierno Carlos Román Delgado Chalbaud. Evidentemente, los unió el lazo familiar. Sin embargo, Román, el muy importante dramaturgo recién fallecido, enfrentó la dictadura de Pérez Jiménez al punto de que su obra Réquiem para un eclipse, escrita en 1957, fue censurada por el régimen, como acostumbran los despotismos. El dramaturgo fue perseguido y apresado en la Seguridad Nacional. Liberado de allí sólo con la caída del de Michelena. La obra fue estrenada en democracia en 1958, con un reparto donde estuvo Juana Sujo y cuya escenografía corrió por cuenta de, nada menos, Carlos Cruz Diez.

Fácilmente podemos hacer nuestros algunos parlamentos de la obra: “Esta amargura mía es de todos”. Irruptor y transgresor, con ferocidad combatió la dictadura y luego la democracia, haciéndose eco del discurso demoledor de la izquierda cultural que propagó, aunque manteniendo una línea que apuntó siempre a la crítica social que tanta popularidad le dio. Al punto que fue uno de los dramaturgos más seguidos del teatro venezolano de la época. Sus obras se llenaban de un público entusiasta. Formó parte de esos dramaturgos y directores del boom teatral posterior al encadenamiento dictatorial. La democracia los privilegio con subsidios, premios (Cine y teatro) publicaciones, reconocimiento, viajes y más. Pero discursivamente contribuyeron en mucho a lo que constituyó finalmente la destrucción de ese proceso, porque así se los permitió la permisiva democracia entonces. Román, el viejo padre de Carlos atacó a su compadre y socio Gómez y terminó preso en la Rotunda, mientras que Carlos Delgado asumió la junta después del derrocamiento de su amigo Rómulo Gallegos, el que incluso lo alojó por un año en su casa en Madrid. Pero aunque la traición sea cuestión al parecer heredada, Román mantuvo su línea de pensamiento hacia la izquierda toda su vida. Eso debe reconocerse.

También sostuvo el discurso contrario a los despropósitos sociales evidentes de la democracia, junto a otros dramaturgos de importancia, como José Ignacio Cabrujas, Rodolfo Santana, Gilberto Pinto o Luis Britto García, su línea estuvo apegada siempre a la denominada revolución, como se evidencia en el análisis que realiza la investigadora Marita King al enunciarlo desde el título de su texto: Roman Chalbaud, poesía, magia y revolución. Pero sin importarle para nada los desmanes cometidos: crímenes, vejaciones, prisiones, persecuciones, violaciones a los derechos laborales y humanos. De allí que sus mejores trabajos en teatro y cine hayan sido justamente los llevados a cabo en la era democrática, donde conformó junto a Cabrujas y a Isaac Chocrón el muy sólido Nuevo Grupo. Luego, casual y contradictoriamente le sobrevino, con la revolución, la decadencia creadora. Debo decirlo: humilde y bonachón también fue.





Es de reconocerle, igualmente, que su obra resulta transgresora en lo lingüístico popular, en lo estructural con la incorporación de técnicas cinematográficas o televisivas, como ocurre al superponer escenas o variar de escenario en obras como El pez que fuma o, más evidentemente, en La quema de Judas. No podemos soslayar para nada tampoco la inserción de la homosexualidad en el teatro venezolano: “El hombre ese como que era un pargo”. “Te convidó a que salieras con él”. “Un hombre en un carro convidó a César a dar vueltas”. ¡César está en la guanábana con ese tipo!”. Esto, como ejemplo, en la obra de sugestivo título: Caín adolescente. Como sabemos por sus crónicas, Chalbaud, como Chocrón, fue un homosexual sin tabúes al respecto y dejó traslucir también, como Isaac, ese aspecto en sus obras, algunas que representan la sordidez de espacios y personajes hasta grotescos, como se puede apreciar en El pez que fuma.

Sin duda, un autor sumamente trascendente del teatro del siglo XX venezolano que perteneció a la izquierda cultural y no pudo, porque no quiso, zafarse de ella para encarar al régimen dictatorial actual, al que hasta con su silencio y su palabra defendió, por creer en él desde sus orígenes: ” La mayoría del país sigue al chavismo”, afirmó en el 2017. Por eso, no dudo en señalar que la cultura, el teatro, el cine y la televisión venezolana de la que fue también importante creador, padece con su muerte un extraño luto. Reflejan por allí que fue el cineasta más longevo del mundo. No será por lo único que quedará en la historia de la cultura de nuestro país y de Latinoamérica, seguramente. Lamento su posición ideológica, política, tan tozuda, tan sesgada, tan dogmática, que finalmente empaña y mancha toda su interesante obra.