George R.R. Martin: del chico pobre que vendía relatos por centavos al rockstar de la escritura con Game of Thrones

George R.R. Martin: del chico pobre que vendía relatos por centavos al rockstar de la escritura con Game of Thrones

George R.R. Martin, el escritor y co-director ejecutivo de Game of Thrones (Photo by Steve Jennings/WireImage)

 

A los 75 años, cumplidos hoy, George R.R. Martin tiene -además de aspecto de marinero mezcla con gnomo o enano de jardín- éxito, prestigio y bastante dinero, lo lógico para un escritor y guionista estrella. Alguna vez dijo: “Todo hombre debería perder una batalla en su juventud para no perder la guerra cuando sea viejo”. Autoprofecía. Desde las primeras palabras que publicó de niño en el correo de lectores de Marvel (“Queridos Stan y Jack: ustedes son mejores que Shakespeare”), dirigidas a los guionistas Stan Lee y Jack Kirby, hasta la saga de novelas “Canción de hielo y fuego”, convertida en la serie “Game of Thrones” (HBO), conoció, cómo no, el fracaso. No uno sino varios. El primero fue “The Armageddon Rag”, novela de 1983 que no funcionó a nivel comercial, e hizo que se enfocara en escribir guiones de televisión. En 1985 se unió al equipo de guionistas de “The Twilight Zone” y luego al de “La bella y la bestia”, serie protagonizada por Ron Perlman y Linda Hamilton.

Por infobae.com





Otro momento bisagra en la carrera de Martin funcionó en el sentido inverso. A mediados de los 90, cansado de los condicionamientos de la industria audiovisual, que le rechazaba los proyectos más personales, se retiró de Hollywood y se radicó en Santa Fe, Nueva México, para volver a crear en libertad. En 1996, cuando ya tenía 48 años, publicó “Game of Thrones”, primera novela de la saga “Canción de hielo y fuego”, inicio de su conversión -paradojal, inesperada- en fenómeno de masas planetario, en rockstar de la escritura. “Cuando finalmente dejé la televisión y el cine y me dediqué a la prosa, a mediados de los 90, me dije: ‘Ya no me importa nada, voy a escribir algo tan grande como mi imaginación, voy a crear todos los personajes que quiera, castillos gigantes, dragones, lobos fantásticos, cientos de años de historia y una trama realmente compleja, un libro imposible de filmar’. La ironía, por supuesto, es que eso que yo creía infilmable fue lo que se filmó”, le contó a la revista “Time”. Su guerra ganada de viejo.

Manuscritos a un centavo

George Raymond Martin -luego se agregó el Richard y pasó a ser R.R., como su admirado J.R.R. Tolkien- nació el 20 de septiembre de 1948 en una casa pobre, sin biblioteca, en Bayonne, ciudad portuaria de Hudson, Nueva Jersey. Su padre, Raymond Collins Martin, era estibador; su madre, Margaret Brady, ama de casa: a ninguno de los dos le interesaba la literatura. Sin embargo, en aquella vivienda social donde sobrevivían con lo justo, George, el mayor de tres hermanos, creció leyendo a Shakespeare, Tolkien y los cómics de Marvel. No les permitían tener perros ni gatos, pero sí tortugas, que fueron fuente de inspiración del chico: las imaginaba como caballeros y lores en batallas épicas. A través de los vidrios de la casa, observaba un paisaje que, como todo alrededor, cobraba otra dimensión en su mente. “Veía, desde mi ventana, las luces de Nueva York allá a lo lejos y me parecía Shangri-La”. Shangri-La, un lugar exótico en Oriente creado por James Hilton en la novela “Horizontes perdidos” , luego adaptada al cine por Frank Capra.

“Mi familia no tenía dinero. Mi padre estuvo desocupado hasta que consiguió su trabajo de estibador en el puerto. Vivíamos en la calle 1 y mi escuela estaba en la 5: ese era mi pequeño mundo real. Los libros y las historietas me permitían expandir el horizonte”. También le permitieron formarse y empezar a ganarse la vida. Desde muy chico escribió relatos a mano, sobre monstruos y seres espaciales, que luego les vendía a sus compañeritos de la Mary Jane Donohoe School a un centavo de dólar. “Siempre fui escritor. Era mi forma de dar respuesta a mis ansias de aventuras. En algún momento subí el precio de aquellos manuscritos escritos en papeles precarios de uno a cinco centavos, más o menos lo que costaba un chocolatín. Pero mi carrera profesional como escritor infantil terminó de forma abrupta cuando un chico, que era uno de mis clientes, empezó a tener pesadillas. Su madre vino a quejarse con la mía y aquella etapa se acabó”.

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