León Sarcos: El peligroso hechizo de la tecnología digital

León Sarcos: El peligroso hechizo de la tecnología digital

El futuro de las tecnologías amenaza con destruir todo lo que es humano en el hombre, pero la tecnología no alcanza la locura, y en ella es donde lo humano del hombre se refugia. Esa irreverente bella frase de la original escritora Clarice Lispector, a quien desconocía, me motivó a leerla y a escribir: 

El escenario del espíritu es el silencio. La comunicación digital liquidó el silencio, sodomizó la intimidad, ha corrompido la belleza, ha corroído la verdad y conspira contra el arte, porque aborta las revelaciones ocultas del alma, donde yacen las fuentes de los nuevos descubrimientos del espíritu. Digan lo que quieran; hagan lo que hagan; pase lo que pase, llegará el día en que el silencio recobrará su soberanía.

Cambio de paradigma





Somos programados de nuevo a través de este medio –es Byung-Chul Han quien habla–, sin que captemos por entero el cambio radical de paradigma. Cojeamos tras el medio digital que, por debajo de la decisión consciente, cambia decisivamente nuestra conducta, nuestra percepción, nuestra sensación, nuestro pensamiento, nuestra convivencia. Nos embriagamos hoy con el medio digital, sin que podamos valorar por completo las consecuencias de esta embriaguez.

El problema crucial es que, para las sociedades occidentales, la revolución digital que nació como herramienta para fortalecer la democracia y la libertad, abrir paso a la sociedad del conocimiento, y ayudar a cerrar la brecha entre sociedades ricas y pobres, entre las elites y las otras clases, entre los ignorantes y los calificados, en el camino ha naufragado y hoy luce extraviada.

De alguna manera, el proyecto emancipador de la modernidad para avanzar por nuevas sendas de más libertad y progreso, ha devenido en la orientación de su utilización, al igual que en las sociedades de corte totalitario, en instrumento de dominación y control, aceptado inconscientemente por la mayoría de la población.  

En el caso de las sociedades democráticas, la globalización, según Michael Hardt y Antonio Negri, desarrolla dos fuerzas contrapuestas. Por un lado, erige un orden capitalista de dominación descentrado, desligado del territorio, a saber, el imperio global. Por el otro, produce la llamada multitud, una composición de singularidades que se comunican entre sí y actúan en común a través de la red, se opone al imperio dentro del imperio.

La convivencia de la humanidad a nivel de las sociedades democráticas está sustentada fundamentalmente en el respeto al otro. De ese respeto nace la tolerancia, que dio pie a aquel viejo dicho: mis derechos terminan donde empiezan los derechos de los demás. No otro sentido contiene esta expresión, cuando tus palabras o acciones afectan la vida de otra persona, es justo en ese momento cuando puedes justificar tus límites.

 

En el enjambre

Siento que es ByungChul Han, en su ensayo titulado En el enjambre, donde mejor podemos apreciar los efectos devastadores de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información en el mundo democrático occidental, capitalista y cristiano, en lo político, pero especialmente sobre el individuo y la mutación cultural que se ha producido en sus hábitos de vida, costumbres, convivencia, consumo y visión del mundo.

En En el Enjambre, editado originalmente en alemán en 2013 y en español al año siguiente, Han explora como una de las consecuencias de la voluntad de transparentar, publicitar y homogenizar las vidas individuales, el proceso de hiperdigitalización e informatización al que ha sido sometida la sociedad y en la que se condiciona a todos los seres humanos a formar parte de un macroenjambre en donde no queda espacio para la experiencia espiritual. 

El individuo se ha vuelto totalmente anónimo. Hay un exceso de información, la mayor parte inútil y confusa, que no aporta más conocimiento y que por el contrario atrofia el que ya existe. El inconsciente colectivo deja paso al inconsciente digital, que vigila, bajo la nomenclatura digital, cada uno de nuestros movimientos, al igual que en las sociedades cerradas bajo regímenes no democráticos.

Diferencia entre masa y enjambre

Lo primero que debemos aclarar es que Han sustituye el concepto de masa por el de enjambre, entre los cuales existen para él diferencias sustanciales. Tomando como punto de partida el libro de Gustave Le Bon, Psicología de las masas (1895), uno de los textos claves para entender el ascenso de las masas al poder en el siglo XX, junto con La rebelión de las masas de Ortega y Gasset (1927), Han sostiene que en aquel momento en que el mundo vivía un presente de transición y anarquía, la masa se le presenta a Le Bon como un fenómeno de las relaciones de dominio.

El derecho divino de las masas suplantará al del rey y conducirá tanto a la crisis de soberanía como a la decadencia de la cultura. Las masas, dice Le Bon, son destructoras de la cultura. Una cultura descansa en condiciones totalmente inaccesibles a las masas abandonadas a sí mismas.

Según Han, hoy en el siglo XXI, nos encontramos en una nueva crisis, en una transición crítica, de la cual parece ser responsable otra transformación radical: la revolución digital. De nuevo, una formación de muchos asedia a las relaciones dadas de poder y de dominio, salvo que ahora la nueva masa se ha transformado en un enjambre digital, con propiedades que lo distinguen radicalmente de las formaciones clásicas de los muchos, a saber, de la masa.

El enjambre digital –dice Han– no es ninguna masa porque no es inherente a ningún alma, a ningún espíritu. El alma es congregadora y unificante. El enjambre digital consta de individuos aislados. La masa está estructurada de manera distinta. Muestra propiedades que no pueden deducirse a través del individuo. En ella los individuos se funden en una unidad en la que ya no tienen perfil propio. Una concentración casual de hombres no forma ninguna masa.

Los individuos que se unen a un enjambre digital no desarrollan ningún nosotros. No se distinguen por ninguna concordancia que consolide la multitud en una masa que sea sujeto de acción. El enjambre digital, por contraposición a la masa, no es coherente en sí.

En conclusión, yo diría que al carecer de alma y de espíritu, adolece de propósito consolidado; por lo tanto, provoca ruido, pero no tiene voz. La voz se pierde entre los gritos indignados del enjambre.

La esencia de la sana convivencia: el respeto

En el respeto al otro y a sus derechos y deberes se funda la libertad del individuo y eso significa, según Byung-Chul Han, mirar hacia atrás. Es un mirar de nuevo. En el contacto respetuoso con los otros nos guardamos del mirar curioso. Ello presupone una mirada distanciada, un pathos de la distancia. Hoy esa actitud deja paso a una mirada sin distancia, típica del espectáculo.

La distancia –continúa– distingue el respectare del espectare. Una sociedad sin respeto conduce a la sociedad del escándalo. El respeto constituye la pieza fundamental para lo público. Donde desaparece decae lo público, que presupone, entre otras cosas, apartar la vista de lo privado bajo la dirección del respeto. La comunicación digital deshace las distancias.

Hoy de acuerdo con Han, la intimidad es expuesta públicamente y lo privado se hace público. Sin distancia tampoco es posible ningún decoro. Esa ausencia de espacio hace que lo público y lo privado se mezclen.

La comunicación digital, este es el corolario, las redes sociales y el medio digital como tal, fomentan la exposición pornográfica y privatizan la comunicación, por cuanto desplazan de lo público a lo privado la producción de información.

Fin de las intermediaciones, inicio del caos

Para Han el medio digital es un medio de presencia. Su temporalidad es el presente inmediato. Distinto al clásico medio electrónico como es la radio, que solo admite un tipo de comunicación unilateral.

La comunicación digital se distingue por el hecho de que las informaciones se producen, se envían y reciben sin mediación. No son dirigidos y filtrados por mediadores. Esta instancia es eliminada siempre. La mediación y la representación son interpretadas como intransigencia o ineficiencia, como congestión del tiempo y la información.

Es cierto que el tejido digital, en virtud de su inmediatez, fortalece más la transmisión de los lazos afectuosos que la analógica. Es verdad también que favorece la comunicación simétrica. Pero si cada uno es emisor y receptor, consumidor y productor a la vez, esa simetría resulta perjudicial al poder, pues la comunicación del poder transcurre también en una sola dirección desde arriba hacia abajo. El reflujo comunicativo destruye el orden del poder.

El medio digital no solo ofrece ventanas para la visión pasiva, sino también puertas a través de las cuales llevamos fuera informaciones producidas por nosotros mismos. A través de las ventanas no miramos un espacio público sino otras ventanas. Medios como blog, Twitter, Facebook, liquidan la mediación de la comunicación, la desmediatizan.

El medio digital, al menos por ahora, liquida toda clase sacerdotal. No permite que se distinga la opinión o el juicio cualificado del disparate, la ligereza, la necedad o el cretinismo, porque no hay filtros que califiquen en el enjambre. Todo pasa en bruto, en un solo bloque; como en un sancocho, van toda clase de tropezones que, a la hora de digerirlos, los que tienen mucha hambre serán incapaces de distinguir entre papa, ocumo y ñame.

La desmediatización ha abierto flancos que ponen en peligro la democracia representativa en una época de turbulencia general, crisis civilizatoria y mutación cultural. A menudo la representación ha servido como un filtro que ha producido efectos muy positivos. Hoy los aventureros políticos están a la orden del día. Ofrecen el cielo y la tierra, no importa que no tengan punto de origen u organización que los respalde, credenciales ni certificados de salud mental. 

Al igual que la mediación periodística, cuando se ejerce con profesionalismo, ayuda a producir trabajos e investigación y reportajes de mucha calidad, la desmediatización, por el contrario, ha conducido en muchos ámbitos a una masificación vulgar del periodismo sin licencia, que ha hecho que el lenguaje y la cultura se vuelvan más superficiales y vulgares.  

La despersonalización de la comunicación

El medio digital, en busca de eficiencia y comodidad, sacrifica cada vez más el contacto directo con las personas reales y, en general, con lo real. Despoja la comunicación de su carácter táctil y corporal. El medio digital hace que desaparezca el enfrente real. Lo registra, según Han, como resistencia. El otro carece de cuerpo y de rostro. 

Lo digital somete a una deconstrucción radical la tríada lacaniana de lo real, lo imaginario y lo simbólico. Desmonta lo real y totaliza lo imaginario. El smartphone hace las veces de un espejo digital. A través del teléfono inteligente no habla el otro. Este aparato mágico borra toda forma de negatividad, con ella se olvida de pensar de una manera compleja y deja atrofiar formas de conducta que exigen una amplitud temporal o una holgura de la mirada.

El teléfono inteligente fomenta el corto plazo y la mirada de poco alcance, y ofusca la de larga duración y lo lento, incentivando el apremio y la compulsión. El me gusta sin lagunas engendra un espacio de pura positividad. La experiencia, como irrupción de lo otro, en virtud de su negatividad irrumpe en el narcicismo imaginario. La positividad, que es inherente a lo digital reduce la posibilidad de tal experiencia. La positividad continúa alimenta lo igual, por lo que, en definitiva, el TI, al igual que todo lo digital, debilita la capacidad de comportarse con la negatividad.

Sin duda, para Han, antes el enfrente, el otro, poseía más negatividad, más contra que hoy. En la actualidad, desaparece cada vez más el rostro que está delante, que me mira, me afecta o que sopla en contra. Antes había más mirada, a través de la cual se anuncia el otro, a decir de Sartre.

 Siento que cuando el otro mira mediante el lente, te engaña, no te mira a ti, mira a la cámara; y escucho a Marx Twain, cuando dice no puedes depender de tus ojos, si tu imaginación está desenfocada.  

La domesticación de la imagen

Vicent Van Gogh tiene una frase formidable en un tiempo en que se pretende domesticar la imagen: No apagues tu inspiración y tu imaginación. No te conviertas en esclavo de tu modelo.

A decir de Han, para la comunicación digital las imágenes no son solo copias, sino también modelos. Huimos hacia las imágenes para ser mejores, más bellos, más vivos. Sin duda, ya no solo nos servimos de la técnica, sino también de las imágenes, para llevar adelante la evolución.

Y he aquí el problema. Las imágenes, que representan una realidad optimizada en cuanto reproducciones, aniquilan su originario valor icónico. Son hechas rehenes por parte de lo real; por eso hoy dice el autor de En el enjambre: a pesar de, o precisamente por el diluvio de imágenes, somos iconoclastas.

Las imágenes trabajadas para el consumo destruyen la especial semántica y poética de la imagen, haciéndola no más que mera copia de lo real. Las imágenes son domesticables en cuanto se hacen consumibles. Esta domesticación de la imagen hace desaparecer su locura.  Así son privadas de su verdad.

Homo digitalis-homo ludens

El homo digitalis es cualquier cosa menos nadie para Han. Él mantiene su identidad privada, aun cuando se presente como parte del enjambre. En efecto, se manifiesta de forma anónima, pero por lo general mantiene un perfil y labora continuamente para optimizarlo.                                     En lugar de ser nadie, es un alguien penetrante, que se expone y reclama atención. 

Los hombres digitales, habitante digital, de la red no se congregan. Les son extraños los estadios, los anfiteatros; es decir, los sitios de confluencia de masas. Les falta la intimidad de la congregación, que produciría un nosotros. Constituyen una concentración sin congregación, una multitud sin interioridad, un conjunto sin alma, sin espíritu.

El filósofo checo-brasileño Vilém Flusser profetiza que el hombre, con sus aparatos digitales, vive ya hoy la vida sin cosas de mañana. Es característica de esta nueva vida la atrofia de las manos, pero ellos traen también una liberación del peso de la materia. El hombre del futuro ya no necesitará manos.

En el lugar de las manos se introducen los dedos. El nuevo hombre teclea en lugar de actuar. Él solamente querrá jugar y disfrutar. Lo que caracterizará su vida será la musa y no el trabajo. El hombre del futuro no cósico, no será un trabajador, un homo faber, sino que será un jugador, un homo ludens.

Pero, de acuerdo con Han, Flusser olvida el rendimiento que cruza el acercamiento de nuevo entre trabajo y juego. El rendimiento quita al juego todo lo lúdico y vuelve a convertirlo en trabajo. La era digital para Han, es de rendimiento, no de musa, como pensaba Flusser. El juego mismo se somete a la coacción del rendimiento. A la artrosis de las manos, le sigue una artrosis digital de los dedos. La utopía del juego y de la musa en Flusser, para Han se muestra como distopía del rendimiento y de la explotación.

Revolución digital y posverdad

No cabe duda de que la sobreinformación propia de la era digital ha dado a la sociedad contemporánea el arma más peligrosa para afectar la opinión pública: la desinformación. A lo largo de la historia de la humanidad, podemos encontrar escenarios incontables en los que los rumores, la propaganda o la desinformación han tomado posesión de una parte de la opinión.

En el tiempo presente, como lo afirma Esteban Illades en su Fake News: la nueva realidad, jamás en la historia de las comunicaciones, ha sido tan fácil ser engañado: a la censura y al espionaje se han sumado la sobreinformación y los Fake News.

La revolución digital trajo consigo una práctica comunicacional que había tenido expresiones aisladas y que la globalización, las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, y la sobreinformación, universalizaron, identificando nuestra época como la era de la posverdad. Fenómeno que amenaza no solo la estabilidad democrática, sino también la soberanía mental y espiritual de la humanidad.

Dos acontecimientos podemos identificar como antecedentes nutrientes de lo que después oficializaríamos como posverdad. En primer lugar, la práctica comunicacional llevada adelante por Josep Stalin, en 1923, durante su larga estadía en el poder, cuando crea la Oficina Especial de Desinformación. 

Esta nació con el objetivo de difundir información falsa y engañosa, con frecuencia difamatoria. Por eso el hecho de que Vladimir Putin, el indiscutible rey de la desinformación en el siglo XXI, haya sido antiguo agente de la temible KGB soviética no puede sorprender a nadie.

Mucho antes de que se creara Internet, ya los rusos habían profesionalizado lo que denominaron medidas activas: una estrategia de la guerra de la información, sostenida en el hecho de desplegar información falsa para desestabilizar las sociedades democráticas durante la Guerra Fría.

La otra experiencia, más inocente que maligna, tuvo lugar en los Estados Unidos. La noche de Halloween de 1938 dio vida al programa de radio que se convirtió en la mayor leyenda en la historia de los medios de comunicación, cuando una narración  del actor y futuro director de cine Orson Welles, La guerra de los mundos, del escritor H.G Wells, desdibujó de un plumazo la delgada línea que a menudo divide la realidad de la ficción o la verdad de la mentira. 

 

Epílogo

El abuso de la sobreinformación y los llamados Fake News, no solo abren paso al manejo abierto, arbitrario, temerario, interesado y maniqueo, con fines particulares, de la información, sino que también desestabiliza de manera progresiva la institucionalidad democrática, distorsiona la valoración de los hechos, confunde, borra las distancias entre individuos a la fuerza y provoca el irrespeto jerárquico y los desencuentros.  

Fomenta el todos contra todos donde termina cundiendo el caos y el caos culmina demandado naturalmente, como en el principio, la aplicación de la fuerza sobre el colectivo, o la resolución de conflictos entre bandos mediante la violencia.  

Para la sociedad, según Han, las consecuencias de la sobreinformación y la distorsión de información son atroces, no solo están provocando cansancio, fatiga y depresión con toda su secuela sobre la salud mental.  La masa no filtrada de información hace que se embote por completo la percepción, y que se produzcan algunas perturbaciones psíquicas.

El Information Fatigue Sindrom, el cansancio de la información, de acuerdo con Han, es la enfermedad psíquica que se produce por un exceso de aquella. Los afectados se quejan de creciente parálisis de la capacidad analítica, perturbación de la atención e inquietud general.

 El cansancio de la información incluye síntomas inherentes a la depresión, que es ante todo una enfermedad narcisista que conduce a una relación consigo mismo exagerada y patológicamente recargada. El sujeto narcisista-depresivo percibe tan solo el eco de sí mismo.

Entre los síntomas del IFS se encuentra, a decir de Han, también la incapacidad para asumir responsabilidades. Esta presupone, en primer lugar, el carácter vinculante; lo mismo que la promesa o la confianza, ata el futuro. Los medios actuales fomentan la falta de vinculación, la arbitrariedad y el corto plazo.

La primacía absoluta del presente caracteriza nuestro mundo. El tiempo se dispersa como mera sucesión de presentes disponibles. Y, en medio de eso, el futuro se atrofia como un presente optimado, donde el presente aniquila las acciones que dan tiempo, tales como responsabilizarse o prometer.

Nunca antes en mi vida llegaron a parecerse tanto en sus mecanismos coactivos, unos aplicados por la fuerza y otros como en un parto sin dolor, las sociedades cerradas  y las sociedades liberales. Nunca antes me sentí más lejos de la utopía y de la belleza. Lo digo con dolor de alma.