El destino trágico y combativo de Christopher Reeve: el accidente que cambió la vida del actor de Superman

El destino trágico y combativo de Christopher Reeve: el accidente que cambió la vida del actor de Superman

Christopher Reeve ganó fama como Superman y murió, el 10 de octubre de 2004, tras nueve años de postración por haberse caído de un caballo

 

Vaya uno a saber qué tipo de alegoría triste le tocó representar a Christopher Reeve, el actor que ganó fama como Superman y murió, el 10 de octubre de 2004, tras nueve años de postración por haberse caído de un caballo. No somos amigos de las parábolas ni de las moralejas; tampoco de las frases de autoayuda basadas en la desgracia. Reeve murió, tal vez para su alivio, luego de haber batallado contra la tetraplejia, un domingo de otoño en el Hospital North Westchester de Mount Kisco, Nueva York. Lo habían internado un día antes, en coma, tras haber sufrido un ataque cardíaco. Acababa de cumplir 52 años. Estaba bajo tratamiento crónico contra la atrofia muscular, las escaras y otro tipo de ulceraciones que le provocaron una infección que derivó en sepsis, respuesta inmunitaria fulminante de su organismo debilitado. Falleció, según su médico personal, John McDonald, por una reacción adversa a los antibióticos.

Por infobae.com





Dana Morosini, esposa de Reeve, la mujer que lo había sostenido durante todo su calvario posthípico, había viajado el día anterior por un asunto laboral. Rara vez lo hacía. Volvió de urgencia: llegó a despedirse de su marido antes de que muriera. Al año siguiente, le detectaron un cáncer de pulmón, a pesar de que nunca había fumado. “Ahora, más que nunca, siento a Chris conmigo. Como siempre, lo recuerdo con admiración al enfrentar estos desafíos”, dijo ella. Murió el 6 de marzo de 2006, diecisiete meses después que su esposo, a los 44 años. William, de 12 años, hijo de los Reeve, quedó huérfano: fue criado por sus dos medio hermanos, Alexandra y Matthew, los hijos que el actor había tenido con la modelo Gae Extion.

El punto de la desgracia

La vida de Reeve cambió para siempre el 27 de mayo de 1995. Tenía 43 años, medía un metro noventa y tres y lucía un estado atlético notable. Su estrellato hollywoodense seguía atado -para bien y para mal- a la saga “Superman” , personaje para el que parecía destinado hasta por su “phisique du role”. Entre 1978 y 1987 había protagonizado cuatro películas del superhéroe. Fanático del deporte, y sobre todo de los deportes ecuestres, aquella tarde fue uno de los 300 jinetes que participó en una carrera de obstáculos en Culpeper, Virginia. Cuando estaba a punto de saltar una valla triple, Buck -su purasangre- se detuvo en seco: el actor voló por encima de la barrera y cayó de cabeza del otro lado. Las consecuencias, como pronto constataron los médicos, eran graves e invalidantes; Reeve tenía dos vértebras cervicales rotas y la médula espinal cercenada. Le comunicaron que el daño era irreversible, que quedaría tetrapléjico y con respiración asistida. La revista The New Yorker precisó su mala suerte: si hubiera caído un centímetro más a la izquierda, habría muerto en el acto; si hubiera caído más hacia la derecha, probablemente se habría levantado con algunos golpes. Cayó en un punto crítico que le dejaba dos opciones: suicidarse o luchar. Estuvo a punto de matarse, pero luego la depresión le dejó paso a la valentía y el deseo de vivir.

Poco después del accidente, Reeve fue sometido a una cirugía para que al menos pudiera hacer un leve movimiento de cabeza que le permitiera asentir o negar. Le aclararon que jamás recuperaría los movimientos del cuello hacia abajo. Un abismo del que sólo emergió por una frase de Dana: “Seguís siendo vos y yo sigo amándote”. Desde entonces, hizo todo lo que estaba a su alcance por mantenerse a flote: empezó por dejarse ayudar y por ayudar a otros en su situación. En 1999 creó la Fundación Chirstopher y Dana Reeve, dedicada a la investigación y al cultivo de células madre y la ayuda a personas parapléjicas o tetrapléjicas por causas naturales o accidentales; además, hizo lobby en el Congreso estadounidense para concientizar sobre las dificultades de las personas con discapacidades motrices. Esa misma tenacidad hizo que, en 2002, contra todo pronóstico científico, lograra mover los dedos de las manos y los pies, sentir pinchazos en algunas zonas del cuerpo, experimentar calor y frío, o, como dijo él, disfrutar de los abrazos de su esposa e hijos. “Siempre he creído que la mayor parte de la recuperación ocurre en los seis meses posteriores a un accidente y que si no se completa en dos años todo ha terminado. Pero la mejora de Reeve cambia el campo de lo posible”, declaró el doctor MacDonald.

Los héroes vulnerables

Acaso condenado a trazar conexiones con Superman y su estado vulnerable, Reeve declaró: “Creo que un héroe es un individuo ordinario que encuentra la fuerza para perseverar y soportar todo, aun los obstáculos más abrumadores. Ellos son los verdaderos héroes, y también lo son las familias y amigos que han estado a su lado”. Jamás abandonó la rutina de recuperación en su casa, que incluía el intento de estimulación de sus extremidades a través de electrodos. Además, estaba conectado a un sistema de ventilación mecánica a través de su garganta y llevaba un catéter con una válvula que recogía su orina en un tubo oculto junto a su pierna. “A veces ni siquiera me doy cuenta de lo que me están haciendo. Mi mente se aleja kilómetros. Todo se ha convertido en una rutina de segunda naturaleza. Nunca he soñado que estoy discapacitado, nunca”, le comentó al diario “The Guardian” en 2002.

Otra muestra de voluntad fue su vuelta al cine apenas tres años después del accidente. Protagonizó la versión de Jeff Bleckner de “La ventana indiscreta”, clásico de Alfred Hitchcock. Hizo de Jason Kemp, un arquitecto tetrapléjico que sobrelleva el aburrimiento espiando a sus vecinos, hasta que observa una situación violenta. La película, hecha a la medida de Reeve, incluía escenas que mostraban el proceso de rehabilitación del personaje, basadas en las terapias kinesiológicas que el actor recibía en la realidad. Durante el rodaje, Reeve superó uno de los grandes obstáculos que enfrentaba a diario: hablar sin estar conectado a un respirador. En la reseña para “Entertainment Weekly”, el crítico Ken Tucker escribió: “Conocer la verdadera tragedia de Reeve hace que produzca verdadero miedo la escena en el que el malo corta el tubo de Jason”. Fuera de eso, fue lapidario con el filme.

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