Octavio Paz: alguien me deletrea, por León Sarcos

Octavio Paz: alguien me deletrea, por León Sarcos

Un mundo nuevo nace cuando dos seres humanos se besan, afirmó el poeta Octavio Paz. Uno se enamora cuando algo oculto que habita en el alma de otro se insinúa espontáneamente, como un destello sutil de encendida belleza que devora el yo, y, temporalmente lo hace esclavo de la nada. 

No otra cosa es para mí la chispa que enciende esa hermosa conjunción de sexo, erotismo y amor que el mismo Paz tituló acertadamente La llama doble, el libro escrito en el otoño de su vida por este eminente escritor americano, nacido en México el 31 de marzo de 1914, premio Nobel de literatura en 1990.

Poeta y ensayista 





Aunque he publicado muchos libros en prosa, mi pasión más antigua y constante ha sido la poesía, mi primer escrito de niño aún, fue un poema. Desde mis años infantiles la poesía ha sido mi estrella. Nunca ha cesado de acompañarme y, cuando atravieso periodos de esterilidad, mis poetas favoritos suelen acompañarme. 

Poeta de sedimentado y sabio linaje, tejió con hilos de oro estrofas y prosa límpida que expresan una cosmovisión trascendente, integradora, elaborada con celo estético, rítmica, tan acuciosa como profunda, que intenta leer y abrirle espacio con la misma imperiosa pasión, a las otras voces de oriente y occidente.

No creo en el yo, aunque lo padezco como un fantasma real y que no logro exorcizar. Nada de lo que hay en la avidez del mundo satisface la avidez del yo. Solo la eternidad. 

Es la lucha eterna del poeta, para que a su alma fluya transparente a ritmo de imperceptible locura, la voz de los otros, los que llevamos por dentro, muchos hombres y mujeres, muchas razas y religiones; nuestros amores y amigos fraternos que son los que hacen placentera la vida, y los otros, los muertos y los que no conocemos que harán dichosa la eternidad.

Esa gloriosa memoria humana que tan maravillosamente conecta con su servidor, nuestra frágil armadura, que Paz epistemológicamente, en otro de sus majestuosos ensayos, llamó The other voices, son aquellas que no puede crear ni emular jamás la computadora porque alma no tiene.

Las grandes máquinas jamás podrán llegar a saber con cuál de las mujeres o los hombres que llevamos por dentro nos sentimos mejor. Cuál de las religiones preferimos, cuál de las razas nos es más afín, a cuáles muertos quisiéramos volver a tener con nosotros y a quiénes preferiríamos dejar en santa paz.

Las otras voces

Frente al desencanto, el escepticismo y la incertidumbre de los tiempos que corren, definidos por el imperio de los sentidos y su explotación miserable, la soberanía absoluta del mercado y el total dominio de la tecnología y la comunicación digital, el ser humano está llamado a escuchar la otra voz, esa de la que con tanta propiedad e insistencia hablaba el poeta:

En primer lugar, la del propio yo, la de la interioridad, la que le permite manifestarse a los muchos que conviven dentro de nosotros. En segundo lugar, la de los demás a través de la fraternidad, la menos celebrada y la más difícil de lograr hasta ahora, de los tres pilares inspiradores de las dos grandes revoluciones, la francesa y la americana y, en tercer lugar, la que tiene que ver con la conciencia de la finitud; la voz metafísica de los que opinan e inducen y no se registran, nuestros fantasmas.

Esa es la expresión de la otredad que se hace presente en la poesía y tiene lugar en el poema, donde se encuentran el autor y el lector mediante el lenguaje. Esa es, a juicio de los entendidos, la propuesta más relevante de Octavio Paz desde el punto de vista antropológico y una de las más significativas dentro del pensamiento contemporáneo.

A decir de Vicente Huidobro, los verdaderos poemas son incendios. La poesía se propaga por todas partes iluminando sus consumaciones con estremecimientos de placer o de agonía. Como lo logra Paz en su pequeño poema, Hermandad. 

Soy hombre: duro poco

y es enorme la noche.

Pero miro hacia arriba:

las estrellas escriben.

Sin entender comprendo: 

también su escritura

y en ese mismo instante:

alguien me deletrea. 

Nace un gran poeta

El primer poemario publicado por Octavio Paz será Luna silvestre en 1933, poemario que el mismo Paz no incluyó en la revisión de su obra. A decir de Carlos Magis, los siete poemas contienen aspectos románticos vigentes aun en la poesía moderna: el desprendimiento de la realidad puramente sensible, el misterio de la poesía y la verdad del sueño.

Paz inicia, entonces, sus reflexiones íntimas: Muy pronto el hecho de escribir poemas –un acto a un tiempo misterioso y cotidiano– comenzó a intrigarme: ¿Por qué y para qué? Casi inmediatamente esta pregunta, sin dejar de ser íntima, se transformó en una cuestión más general.

Y la inquietud creció:

¿Por qué los hombres componen poemas? ¿Cuándo comenzaron a componerlos? La reflexión sobre la poesía y sobre los distintos modos en que se manifiesta la facultad poética se convirtió en una segunda naturaleza. Las dos actividades fueron, desde entonces, inseparables.

Comenzará, desde allí, a correr con vértigo tinta experimental y consagrada de su pluma en la que empiezan hacer aparición indiscriminada las otras voces; insinuaciones de palabras entre neblina de conciencia, que traen misteriosos mensajes de tierras y lenguas antiguas y seres reales e imaginarios que, con distintas entonaciones y cadencias, van creando nuevos mundos; unos perceptibles, tiernos y primarios, fáciles de descifrar; otros enigmáticos e ininteligibles a los que se accede por pasadizos intrincados que tienen códigos secretos; y otros que solo serán develados a futuro, porque llevan mensajes en clave a otros tiempos y a otros seres.

Aparecerán en sucesión, entre los más reconocidos, Piedra de sol (1957), Libertad bajo palabra (1960), Blanco (1966), Ladera este (1969) y Árbol adentro (1987). Octavio Paz publicó durante su vida mas de tres decenas de poemarios.

La estética en la poesía de Octavio Paz 

Hay dos momentos –según un excelente ensayo del poeta mexicano Alí Calderón, aparecido en la revista Anales, Octavio Paz: vigencia y actualización de sus ideas estéticas– claramente definibles en la estética de la poesía de este eminente escritor.

La que expresa en El Arco y la Lira, ensayo adscrito a una práctica enraizada y fundamentalmente identificada con lo “tradicional”, siguiendo las ideas de Pound, Valery y Heidegger, y la nueva visión que Paz propone, a partir de la revisión y reflexión que hace de la clásica posición inicial.

Para Calderón, en 1966, en el prólogo de Poesía en movimiento, Paz modificó su posición original y se centra en conceptos que cuestionan la intencionalidad y la oponen al azar y al accidente. El poeta emprende a su vez una crítica del significado del sentido que, en sus instancias, cuestionará los fundamentos mismos del género y sus códigos.

Durante los años sesenta el poeta, ante el riesgo de repetirse, opta por la posibilidad de reinventarse. Luego de la publicación de Piedra de Sol, punto cimero, indiscutible, de su primera poesía y de Libertad bajo palabra, de hecho, una puesta en escena de las ideas estéticas contenidas en el primero de sus libros que aborda conceptualmente el género, Paz venía operando con una poética que podemos llamar convencional.

A partir de la aparición de Blanco, un libro insólito hasta entonces en su composición, se produce un cambio de estética que más tarde se explicitará de manera constante en la confección de la antología Poesía en movimiento.

La otra nueva visión estética 

En 1965, al escribir su ensayo Signos en Rotación, Paz hace patentes sus reflexiones sobre la poesía por venir, la poesía del futuro, esa que él ha estado escribiendo desde 1962 en la India. 

La imagen del mundo se ha quebrado, dice Paz. El relato moderno se agotó en la segunda mitad del siglo XX, y le sobreviven múltiples visiones del mundo. Ninguna dominante. No existe más la historia unitaria. Vivimos la época de las verdades débiles.

A partir de las ideas de Werner Heisenberg y algunas décadas después, la publicación de El fin de las certezas, tiempo, caos y las nuevas leyes de la naturaleza, de Ilya Prigogine, la incertidumbre se convierte en el nuevo paradigma de la ciencia. Si la poesía suele establecer relaciones miméticas con el mundo, ¿cómo construir un nuevo lenguaje para el género?

El gran poeta mexicano, a pesar de haber cambiado de forma radical, por lo menos en su discurso crítico, no abandonó el carácter sublime de la poesía. Por eso en el ensayo donde enuncia la nueva manera de escribir poemas, “Signos en Rotación”, escribe también una bella definición:

La poesía es…

El día en que de verdad estuvimos enamorados y supimos que ese instante era para siempre; cuando caímos en el sinfín de nosotros mismos y el tiempo abrió sus entrañas y nos contemplamos como un rostro que se desvanece y una palabra que se anula; la tarde en que vimos el árbol aquel en medio del campo y adivinamos, aunque ya no lo recordemos, qué decían las hojas, la vibración del cielo, la reverberación del muro blanco golpeado por la luz última; una mañana, tirados en la yerba, oyendo la vida secreta de las plantas; o de noche, frente al agua entre las rocas altas. Solos o acompañados hemos visto al Ser y el Ser nos ha visto.

El laberinto de la soledad

La vida de Octavio Paz es la puesta en escena de una biografía intelectual aún inédita, donde hasta lo patético ya es contemplado con curioso asombro. Su obra puede ser leída a partir de una sentencia de Walter Benjamín, siempre lúcido e iluminado como la voz de un ángel: Hemos sido esperados en la tierra. Expresión poética negadora de todo determinismo y portadora de toda esperanza.

Nos identificamos con los creadores porque sentimos que algunos acontecimientos de su vida también los experimentamos de manera similar algunos lectores. Ese encuentro produce un tipo especial de enamoramiento entre autor y lector, que enciende los paisajes de sangre y las fuentes de fe que anudan y alumbran para siempre el alma de ambos.

Es la convergencia de corrientes alternas, en la cual una se aposenta y la otra se potencia. Lo hermoso es que nadie tiene que reconocerlas, menos registrarlas ni justificarlas como en la academia. Es tan libre y sutil como la mecida de las alas de un pino cuando bosteza el viento en la noche.

No se entiende la vida de este extraordinario escritor si no se registran en el alma de quien llega a amarlo a él como hombre de letras y a su literatura por trascendente, dos momentos estelares de su vida que serán cruciales para explicar su manera de sentir y razonar el mundo y, en consecuencia, de explicar su obra: su pasantía por Yucatán y casi simultáneamente, su vivencia en la España de la guerra civil.

El encuentro con lo indígena

Ambos sucesos acontecen a los 23 años, en 1937. Su estadía en Yucatán para sumarse al proyecto de educación para hijos de obreros y campesinos, propuesta de sus compañeros Octavio Novaro Fiora y Ricardo Cortez Tamayo, al que Paz responde gustosamente: Acepto de inmediato, me ahogo en Ciudad de México. Sus primeras impresiones tomadas de la revista Vuelta, ya nos anuncian desde esos tiempos El laberinto de la soledad:

Con este encuentro me enfrento, por primera vez, a un hecho frecuente y diario en Yucatán. La presencia de lo indígena, su reiterada y siempre decisiva influencia en la vida social. De este encuentro parte todo intento de comprensión, todo esfuerzo por acercarse a lo que verdaderamente mueve a la península. Aquí lo indígena no significa el caso de una cultura capaz de subvivir, precaria y angustiosamente, frente a lo occidental, sino de los rasgos perdurables y extraordinariamente vitales de una raza que tiene e invade con su espíritu la superficial fisonomía blanca de una sociedad. 

Ahora que releo el subrayado que resalto, a mi mente viene de nuevo todo mi pasado infantil y el recuerdo de mis antepasados en la tierra seca, donde todavía por mis creencias sobrevive como uno de los dioses el Sol, Kashi, y una de las expresiones que guardo con celo entre mis anotaciones, que quizá recoge el mayor legado para mí de la raza wayuu: Descifrando onomatopeyas descubrí el alfabeto del mundo, y entonces pude percatarme de que una parte de mí, la de mi madre, era hija del silencio.

Paz con el Laberinto, fue el primer sociólogo que tuvo la audaz iniciativa de explicar –hoy quizás con muchas críticas metodológicas y conceptuales, pertinentes algunas– de una forma muy ilustrativa y literariamente conmovedora, el cruce de dos civilizaciones y los perfiles humanos, sociales y culturales de sus resultados. Siento que una de las más bellas herencias epistemológicas que recibí de mis antepasados fue aprender a interpretar sin atuendos el mágico lenguaje del silencio.

Para su tiempo, aproximaciones atrevidas y temerarias, donde hablar de mestizos era una ofensa –alguien con o sin razón opinó que El laberinto de la soledad, era una gran mentada de madre a los mexicanos– y aún continúa siendo, porque en el proceso de investigación y sus especificidades, no se ha seguido avanzado e indagando sin ópticas ideológicas, prejuiciadas y limitantes como lo hizo innovadoramente Paz. 

A nuestro mestizaje, que pudo ser explicado sin traumas, las ideologías lo convirtieron varios siglos después, en la continuación de la leyenda negra a la cual se le podía sacar provecho político, en lugar de seguir el modelo de Paz y analizar sin prejuicios, muy descarnadamente, sin dedicarse a buscar culpables y a hacer víctima al indígena y obligar al latinoamericano a sentir vergüenza de las particularidades de nuestra herencia civilizatoria.

La guerra civil española

Octavio Paz fue anarquista, comunista y liberal en menos de dos años, como son – beisbolistas, futbolistas, policías o sacerdotes– los jóvenes que no han definido su vocación cuando no tienen inquietudes intelectuales. La pronta superación del dilema entre arte comprometido y arte burgués lo liberó muy pronto de ataduras ideológicas, para convertirlo en un liberal único y original, después de su experiencia en plena guerra civil española donde tendría una revelación. Este episodio se produjo durante una visita, cuando atravesaban la línea de batalla que separaba la Universidad de Madrid: 

Al llegar a un recinto que estaba protegido con sacos de arena por todos lados, el oficial que nos conducía, ordenó silencio. Del otro lado de nuevo podíamos oír voces humanas y risas, claras y distintivamente. Pregunté en voz baja: ¿quiénes son? ¨Son los Otros¨, respondió el oficial. Al principio sus palabras simplemente me aturdieron; luego mi sorpresa se convirtió en un dolor inmenso. Ese fue el momento en que comprendí, y fue una lección que nunca olvidaré, que nuestros enemigos también tienen voces humanas.

Siento que la experiencia española, en lucha contra el fascismo y el nacionalsocialismo, le abrió el camino del humanismo trascendente para el cual, hasta el enemigo, cuando va más allá de la condición de adversario, es un ser humano que también es parte de las otras voces y nunca debe ser echado a un lado. 

Le enseñó por otro lado, y después lo demostraría –cuando renunció a la condición de embajador en la India, por la matanza de los estudiantes en Tlatelolco en 1968–, que el poder del Estado no puede ser ilimitado porque se transforma en un monstruo, al punto de convertirse en ejecutor de políticas que violan la condición humana y los derechos civiles de sus ciudadanos, especialmente, sus jóvenes. 

Aprendió, igualmente, que el camino de la democracia en América Latina pasa por la confección de un modelo de democracia sin tutelajes de ninguna potencia, y con las particularidades propias de nuestras condiciones culturales específicas.

El ogro filantrópico

Aunque moleste a algunos intelectuales latinoamericanos, Octavio Paz desde México ha iluminado y enriquecido, con muchas de sus reflexiones heterodoxas y realmente originales, el mundo de las ideas, el pensamiento y las investigaciones en las ciencias sociales en todo el continente americano. El laberinto de la soledad, constituye un hito en la historia de la sociología y el estudio de los rasgos culturales que nos hacen genuinos y difíciles.

El ogro filantrópico y su acucioso estudio del Estado mexicano con toda la suma de experiencia histórica para ese país, constituye un referente perverso de lo que no debe repetirse como ejercicio de gobierno por las diferentes expresiones personales y partidistas en el ejercicio de poder.

El Estado del siglo XX se ha revelado como una fuerza más poderosa que la de los antiguos imperios y como un amo más horrible que los viejos tiranos y déspotas. Un monstruo bicéfalo que en México sirvió para legitimar la dictadura de un partido único por más de cuarenta años y en el resto de Centro y Sur América, para debilitar a la sociedad civil. Fomentar el enriquecimiento ilícito de la burocracia que accede al poder, y dilapidar la riqueza de las naciones, cuando sobran recursos, fomentando el gasto social y el clientelismo, pechar indiscriminadamente a los productores de riqueza y someter a la población mediante estados de excepción, cuando no les favorecen las simpatías populares.

La referencia vale para toda Sur América y especialmente para los países de Europa del Este, donde, como resultado de la presencia casi absoluta del Estado en los asuntos públicos y privados, este terminó chupando la sangre y la vitalidad de la sociedad civil para dejarla castrada de derechos y obligada de deberes a enfrentar un siglo XXI, con una revolución tecnológica y comunicacional que en poco tiempo se hará propietaria subliminalmente de la vida íntima y personal de todo el mundo occidental, al igual que en China y Corea del Norte por la fuerza, terminando de entregar el poder al Estado. 

Reflexiones del crepúsculo

Octavio Paz fue no solo un celebrado poeta del siglo XX, un ensayista versátil para abordar con profundidad y brillantez los más acuciantes problemas del siglo que le tocó vivir. Fue también un biógrafo de meticulosa metodología, que escribió de manera magistral la vida de Sor Juana Inés de la Cruz. Solo que una biografía intelectual donde no hay aperturas a su intimidad ni un solo picón erótico, más allá de los deslices delirantes de su poesía en las celdas donde transcurrió su vida. 

Pero Octavio Paz, fue sobre todo un pensador. Yo diría que fue uno de los primeros intelectuales latinoamericanos que removió y salió a flote del penoso fango en el que chapoteó la mayoría de los intelectuales y políticos latinoamericanos de izquierda y derecha durante el siglo pasado. No abrazó ninguna otra idea que no fuera la de libertad. No otra voz que la de los otros. No otro sistema que el democrático. Sabía que lo esperaban en la tierra para escribir una página en nombre y por sus compañeros de estación… Y la escribió.

En uno de sus últimos ensayos, Tiempos Nublados, dejó algunas reflexiones que pueden ser asignaciones a las nuevas generaciones por venir: Para mí, principalmente, dos que trabajo con pasión de iniciado, porque él apenas las enunció, y creo que ha sido uno de los pocos en América que al asomarlas como inquietudes al final de su vida, simultáneamente las convirtió en hipótesis y una fuente de investigación para las ciencias sociales:

La primera, sobre el movimiento de protesta en los Estados Unidos en los sesenta

La Rebelión de los Sesenta fue la rebelión de un segmento de la clase media estadounidense y fue una verdadera “revolución cultural”, en el sentido que no lo fue la de China. La extraordinaria libertad de costumbres de Occidente, sobre todo en materia erótica, es una consecuencia de la insurgencia moral de los jóvenes en los sesenta. Otra ha sido el progresivo desgaste de la noción de autoridad, sea la gubernamental o la paternal. 

A pesar de que los desórdenes universitarios estremecieron a Occidente, ni la Unión Soviética ni los partidos comunistas afiliados a ella los utilizaran o lograron canalizarlos. Al contrario, los denunciaron como movimientos pequeño-burgueses, anárquicos y decadentes. Era perfectamente comprensible la hostilidad de la jerarquía soviética: la rebelión juvenil, tanto como una explosión contra la sociedad de consumo, fue un movimiento libertario y una crítica pasional y total del Estado y de la autoridad.

En la primera mitad del siglo XX la crítica de Occidente fue la obra de sus poetas, sus novelistas y sus filósofos. Fue una crítica singularmente violenta y lúcida. La rebelión juvenil de los sesenta recogió esos temas y los vivió como una apasionada protesta.

El movimiento de los jóvenes, admirable por más de un concepto, osciló entre la religión y la revolución, el erotismo y la utopía… surgió cuando nadie la esperaba y desapareció de la misma manera. Fue un fenómeno que nuestros sociólogos aún no han sido capaces de explicar… fue hija de la crítica, pero en un sentido estricto, no fue un movimiento crítico. La novedad de la rebelión no fue intelectual sino moral; los jóvenes no descubrieron otras ideas: vivieron con pasión las que habían heredado. En los 70 la rebelión se apagó y la crítica enmudeció. Solo el feminismo sobreviviría. 

Todas, afirmaciones debatibles y algunas controversiales, pero plenas de lucidez y de verdad, lanzadas a la arena para la discusión y la apertura de novedosos trabajos investigación sobre una época donde se adelantaron las reformas más sentidas de la democracia liberal, en el mundo occidental, gracias a la pasión juvenil.

Sobre la democracia en América latina

La tarea que espera a los latinoamericanos y que requiere una imaginación que sea, a un tiempo, osada y realista, es encontrar en nuestras tradiciones aquellos gérmenes y raíces –los hay, insiste Paz con vehemencia– para afincar, nutrir y modelar digo yo, una democracia mestiza genuina. Es una tarea urgente y apenas si tenemos tiempo. 

Mi advertencia –dice Paz– se justifica por lo siguiente: la disyuntiva tradicional de América Latina –democracia o dictadura militar– empieza a no tener vigencia. En los últimos años ha aparecido un tercer término: la dictadura burocrático-militar que, por un equívoco histórico, y esto es mío, hoy llamamos socialismo bolivariano. 

Concluyo invocando el genio mestizo de Octavio Paz, reescribiendo una pequeña estrofa de su poema Hermandad.

Soy un ser humano: quisiera durar más 

y es insuficiente la noche y muy corto el sueño…

/León Sarcos, octubre 2023